Necrológicas
Los relatos de los exfuncionarios se integran a la memoria colectiva a través de la obra

“Historias bajo la escarcha”: Libro rescata testimonios de funcionarios del Servicio de Salud Magallanes”

Domingo 1 de Junio del 2025

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  • Las hermanas Blanca y Juana Gálvez Rivera relatan sus inicios, la vocación por el servicio público y las huellas que dejó la dictadura.

 

Por Lucas Ulloa Intveen
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Dejar el testimonio de las personas que por años trabajaron en el Servicio de Salud Magallanes fue el principal objetivo del libro “Historias bajo la escarcha”. La idea fue relevar los aspectos humanos de los funcionarios que están próximos a acogerse a retiro, los que fueron compartidos en jornadas de conversación íntima y recopilados en esta segunda edición de relatos. El libro fue presentado en dependencias del Servicio de Salud y contó con la participación de varias de las asistentes que compartieron sus historias.

Algunos de ellos ingresaron terminando la enseñanza media, otros incluso sin haber egresado, e iniciaron sus trabajos en hospitales de regiones. Como dicta el prólogo del libro, la gracia de los relatos es que, al compartirse, verbalizarse y escribirse, estos se van materializando, se “mantienen en el tiempo y sobreviven, no se olvidan, pasando a formar parte de una memoria colectiva”. Fueron 30 participantes que compartieron sus historias, la mayoría con 30 y 40 años de servicio, aunque algunos incluso alcanzaron los 56.

Las hermanas
Gálvez Rivera

Una de las asistentes fue Blanca Gálvez Rivera, quien recuerda que como exfuncionaria la invitaron a participar en el proyecto para rememorar vivencias dentro del mundo laboral. Ella trabajó en la dirección del Servicio de Salud Magallanes (SSM).  Primero en el Compin y luego en el departamento de Recursos Humanos y se jubiló como funcionaria del Sami. “Hay gente preciosa, con una vocación tremenda ahí”, recuerda Blanca. Reparó en que estuvo 18 años en el servicio, pese a que en el libro le apuntaron 16.

Blanca es una acérrima escritora y plantea que su trabajo en Salud también influyó en su obra, principalmente por las relaciones humanas.  Cuando ingresó no había computación, todo se hacía a mano. “A mí me tocaba recibir a la gente nueva, porque todos tenían que pasar por el escritorio de la Blanca Inés, porque era la que escribía los tarjetones”, rememora. Recordó que en su escritorio recibió a la actual seremi de Salud, Francisca Sanfuentes, cuando llegó a trabajar al servicio y se la presentó a Jorge Flies, por entonces director del SSM.  “Así recibí a mucha gente, desde empleados hasta los grandes directivos del servicio y del hospital”, puntualizó. 

La hermana de Blanca, Juana Gálvez Rivera, también dedicó su vida al Servicio de Salud Magallanes, donde trabajó durante 42 años, aunque su camino hacia esa labor fue muy distinto.

En su juventud, recuerda, desde la cárcel pública hicieron un llamado para postular a la Escuela de Gendarmería. Juana tenía entonces 17 años y su hermana Sofía, 16. Ambas se inscribieron y fueron aceptadas, aunque el proceso implicaba trasladarse a Santiago. Su padre, quien trabajaba como marino mercante en Coquimbo, regresó justo a tiempo para preguntar si sus hijas estaban listas. La madre confirmó que sí, aunque Sofía se negó a viajar. “Mi papá me preguntó si yo iba, y le dije que sí”, relata Juana.

Una vez en la capital, se alojó con una tía materna originaria de Valdivia y se dirigió a la Escuela de Gendarmería. Sin embargo, al llegar fue rechazada por su baja estatura. “Veía a niñas muy altas y yo mido solo 1,56. Cuando llegué al mesón me preguntaron: ‘¿Y usted?’. Al decir que venía de Punta Arenas, me dijeron que tenía que regresar a mi tierra y me echaron”, recuerda.

Fue entonces cuando una prima que estudiaba en la Universidad Católica intervino para evitar su regreso inmediato a Magallanes. La inscribió en un curso de auxiliar de enfermería en el Hospital Clínico de la Católica, que por entonces requería personal. “Ahí estudié. Luego comencé a trabajar en la Clínica Santa María, la única clínica que había en Santiago en ese tiempo”, rememora Juana.

Más tarde intentó acceder a un intercambio a Alemania, pero no resultó. Finalmente, regresó a Punta Arenas junto a su familia con dos carpetas en mano: una destinada al Hospital Naval y otra al Hospital Regional. “Todavía estoy esperando que me llamen del Naval”, comenta entre risas. Su ingreso al Hospital Regional se concretó el 18 de noviembre de 1971.

La dictadura en Salud

“Nosotros vivimos toda la dictadura. Fue terrible, porque un día hacías turno con una compañera y al siguiente ya no estaba”, recuerda Juana Gálvez Rivera. Evoca el caso de una funcionaria del área de Medicina que caminaba por los pasillos del antiguo hospital con una lista en mano. “Ella decía y apuntaba: ‘Ella es del Partido Socialista, ella es del Partido Comunista’. Se llevaron a muchos compañeros y compañeras, colegas”, añade. 

Juana rememora especialmente lo ocurrido el 14 de septiembre de 1973, mientras trabajaba en el centro asistencial de Miraflores. “La enfermera de broncopulmonares me mandó a buscar. Venían en un jeep de los milicos, con lentes oscuros y abrigos largos. Me dijeron: ‘Juana, la vienen a buscar. Tiene que irse con estas personas’. Me cambié de ropa y me fui con ellos, hasta el edificio donde hoy está la intendencia, que en ese tiempo era el correo”, cuenta. 

Explica que las autoridades militares sospechaban de su esposo, un marino mercante que transportaba animales hacia Europa, y creían que estaba involucrado en actividades de propaganda contra el régimen. “Las cartas que me mandaba venían decoradas con los colores de la bandera italiana y estaban marcadas con rojo. Encima del escritorio del militar había un montón de esas cartas. En ese tiempo existía el Topo Gigio en Italia, y Francisco me mandaba peluches, porque ya teníamos un hijo. Los militares pensaban que eran bombas, y en realidad eran solo juguetes infantiles”.

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