Necrológicas

Duelo Dorado

Por Eduardo Pino Viernes 13 de Junio del 2025

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Para algunas personas la aceptación de la realidad resulta difícil, compleja de asumir principalmente por construcciones mentales que acomodan las circunstancias debido a que no somos meramente reproductores de lo que percibimos, si no activos transformadores de nuestras experiencias y lo que nos rodea. Hay realidades que reúnen mayor consenso, otras no. Incluso las que concitan a las mayorías no necesariamente se encuentran en lo correcto, producto de dinámicas sociales que parecieran legitimarse a través de la masiva adherencia, pero que a todas luces resultan incomprensibles desde lo razonable, lógico e incluso valórico. Como lo hemos comentado en otras ocasiones, el ser humano más que racional es un ser simbólico y mucho de ese sentido se encausa en fondos emocionales a los que se aferra tozudamente, como si esa promesa de bienestar pasado fuese eterna. 

Esta introducción va dedicada a esa minoría de incondicionales que este martes cerró un ciclo que para muchos ya había finalizado hace rato. Esos que escabullían los números cada vez menos favorables, para contrarrestar una realidad adversa con exhalaciones de amor propio y una fe inquebrantable. Este martes, esa mínima posibilidad de redención se extinguió, acumulando una dosis más de frustración en un camino tortuoso y decepcionante. Pero la tristeza no es sólo por ratificar la nula posibilidad de asistir a la próxima cita mundialista donde acudirán una cantidad record de participantes, por las cada vez más deslucidas actuaciones de nuestros representantes, o por la pasividad y escaso compromiso de quién debió liderar desde la banca este proceso; ya que probablemente lo que más le duele a estos incondicionales que este martes se reunieron frente a una pantalla o estaban pendientes de la suerte de sus colores, es que éste fue el último suspiro de la “generación dorada”. Si miramos las estadísticas, no asistir a otro Mundial se enmarca en la regularidad de una historia futbolística con más frustraciones que glorias; pero despedir en forma definitiva a esa camada de jugadores que nos entregaron los episodios más trascendentes de una centenaria tradición, se transformó en el mayor símbolo del duelo que durante las últimas participaciones se venía dando en dosis de sostenida frustración, con un silencio doloroso que desalojó por completo la alegría del presente para dar paso a la nostalgia como indeseado consuelo. 

Estamos de acuerdo que el fútbol no es la vida, para nada; pero como fenómeno social masivo resulta una hermosa metáfora de lo que nos pasa en situaciones mucho más relevantes de nuestro efímero paso por este mundo. Los seres humanos generalmente queremos volver donde y cuando hemos sido felices, ya sea a los lugares o los tiempos en que hemos sido capaces de desplegar nuestras habilidades, enarbolando nuestras ideas, enorgullecidos de nuestras identidades o pertenencias y expresando nuestras emociones más positivas, en un fluir virtuoso que ocupará por derecho propio un lugar prioritario e idealizado en nuestra memoria. Por eso cuesta asumir los duelos, ya que se reconoce ese vacío que durante un tiempo pudo haberse negado en la intención de perpetuar artificialmente estados que son transitorios y que, en vez de opacarlos con intentos tan inútiles como forzados que pretenden cambiar la realidad, debemos dejarlos ir, agradecer por haberlos vivido y proyectarnos gradualmente hacia los desafíos que vienen. 

Pude haber orientado este espacio hacia el relato de datos duros, de estadísticas de inédita precariedad, de pésimos manejos dirigenciales que tienen a una Federación en la quiebra y con el futuro de nuestro deporte más popular en puntos suspensivos, de hinchas tan desesperados y casi adictos a la necesidad de triunfos que proponen la vuelta de un exdirigente que se arrancó y exilió en Miami esperando clemencia judicial ante sus fraudulentos manejos, de un DT que vino a hacer el mejor negocio de su vida al trabajar poco y mal a cambio de una de las mejores remuneraciones del mundo en su rubro. Pero no, la prioridad de este espacio es para esos incondicionales que creyeron hasta el final que 10 años no es nada, que a pesar del tiempo el vigor, velocidad y técnica de nuestros héroes se mantendría intacta y, si se extraviaba, volvería mágicamente invocando el orgullo de representar una camiseta. Incluso, no importaba que se fuesen retirando uno a uno, los pocos que quedaban serían capaces de asumir el peso de expectativas más cercanas al corazón que a la lógica. 

Es tiempo de dejar ir, agradecer, no recriminar y creer que tanto en el futbol como en la vida los ciclos se alternan siendo parte de la naturaleza, en vez de buscar desesperadamente bonanzas que incluso se nos suban a la cabeza, ya que lo realmente importante es aprender y valorar las experiencias y el equilibrio de un camino donde lo último que se pierde, es la esperanza.

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