El legado
Alguna vez conté en una de estas columnas el gozo sereno, pero imposible de ocultar, con que un hombre joven me decía: “¡estamos esperando nuestro primer hijo; tenemos la tarea de hacer un buen hombre!”. Lo que ese joven papá me estaba diciendo era una de las verdades hondas de la vida, pero que muchas veces es incomprensiblemente silenciada: que la mayor alegría y el mayor legado de un buen padre es un buen hijo o hija, una buena persona.
Recuerdo ese momento y el diálogo que tuvimos, porque lo que esa persona decía pone el tono justo en este Día del Padre, pues sucede que no es fácil hablar actualmente de la paternidad, cuando vivimos una compleja crisis de la cultura parental en lo que se ha llamado “la sociedad del padre ausente”. Sólo un dato: en nuestro país en torno al 40% de los hogares tienen a una mujer sola como jefa del hogar, ¡y hay que esperar los datos del nuevo censo! Además, hay que sumar las familias donde el papá está físicamente presente, pero afectivamente distante y educativamente anulado. Se llega así a una cifra impresionante de hogares en los que hoy no habrá fiesta, porque no hay nadie a quien festejar.
Todos sabemos que siempre ha habido papás maravillosos, esa figura que marca la vida de los hijos con lo mejor de sí mismo y queda para siempre como el “viejo, mi querido viejo”. También, todos sabemos que siempre ha habido padres ausentes o distantes, y otros que son la odiada figura autoritaria y abusiva propia de la cultura patriarcal, el “padre, padrone” (¿recuerda esa película?, es antigua, de 1977).
Pero lo nuevo que ocurre actualmente es que hay muchos hombres que no quieren ser padres, sea porque no han conocido o no quieren vivir la alegría de la misión paternal, y también hay quienes dicen que el problema es que “el kilo de guagua sale muy caro en Chile”. De hecho, en la última década, la vasectomía como procedimiento anticonceptivo subió un 88,7%. Pero también ocurre que algunas mujeres -y no son pocas- tienen la explícita voluntad de excluir a un padre de la vida del hijo que quieren tener como propiedad personal para satisfacer sus necesidades afectivas maternales. Así, el padre no existe o queda reducido a la categoría de “padrillo”, o puede ser reemplazado por espermatozoides anónimos comprados en el banco reproductivo de una clínica de fertilidad.
Es difícil vislumbrar las consecuencias que tendrá esta negación de la paternidad o la exclusión del padre; pero, a la luz de la experiencia de la paternidad gozosamente vivida, lo que sí está claro es que sin ella todos pierden: pierden los hijos que quedan sin papá, pierden los hombres que se privan de la alegría de ser papás, y pierden las mujeres que no tienen un compañero con quien compartir las tareas y las alegrías de la crianza de los hijos y ser familia.
En medio de esta crisis cultural de la figura paterna, hoy es un muy buen día para celebrar a los papás que están presentes y son cercanos a sus hijos, esos hombres que viven una paternidad nítida y gozosa, sencilla y bondadosa, con la que educan a sus hijos acompañándolos en su desarrollo. Son esos papás tiernos y firmes, alegres y laboriosos, cuyo valor principal es la familia, los hijos y -por cierto- la mujer con quien comparten la ardua y hermosa misión de ser familia.
Hoy es un muy buen día para dar las gracias al “viejo, mi querido viejo”, y volver a tomar conciencia de que todos los hijos e hijas necesitan y hemos necesitado la bondad, ternura y firmeza del papá que nos ayuda a situarnos en la vida, que nos orienta hacia un mundo más amplio que la familia y lleno de desafíos, y nos prepara para esas tareas con las motivaciones y herramientas para la lucha cotidiana.
Volvamos a lo que contaba al comienzo de esta columna, porque lo que ese papá me decía era una de las grandes verdades de la vida, pero que muchas veces es silenciada por algún incomprensible pudor a no parecer mojigato o conservador: que la mayor alegría y el mayor legado de un buen padre es un buen hijo. Eso es lo que señala también la Biblia: “Hijo mío, si tu corazón es sabio, también el mío se llenará de alegría. Me regocijaré profundamente cuando tus labios hablen con rectitud. […] Escucha, hijo mío, procura ser sabio y persiste en ser justo” (Prov 23, 16-17.19). Es el gozo de un papá que ha dejado a su hijo el legado que realmente importa en la vida: un corazón sabio y justo que habita en un hombre bueno.