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Magallanes y derrumbe poblacional: un desafío existencial

Por Alejandro Kusanovic Domingo 22 de Junio del 2025

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En silencio, sin estridencias, Magallanes enfrenta un fenómeno inédito en su historia: un colapso en la natalidad que amenaza con socavar las bases mismas de su viabilidad futura. En 2024, la tasa de natalidad en Magallanes cayó a 0,93 hijos por mujer, un umbral que nos pone en la antesala de las regiones que más velozmente envejecen en el mundo. Esta cifra no es un dato más, sino una alarma roja. 

El promedio nacional (1,03) ya es preocupante, pero en Magallanes estamos peor. Mucho peor. Hemos cruzado una línea crítica, situándonos muy por debajo del reemplazo generacional de 2,1 hijos por mujer, y en un club exclusivo y nada envidiable: el de las sociedades que comienzan a vaciarse. Si esta tendencia se mantiene, la región podría caer por debajo de los 130.000 habitantes en 25 años. Una reducción drástica que no es sólo un asunto estadístico. Es una crisis existencial.

La consecuencia inmediata es drástica: una acelerada pérdida de masa crítica joven, esencial para sostener el aparato productivo, el desarrollo económico y, en última instancia, la vida social tal como la conocemos. El panorama que se vislumbra es el de un sistema social en el que la generación sub-40 años quedará aislada, sin relevo ni respaldo, enfrentando el desafío de ser una mayoría –formada, además, en la idea de no sacrificar su bienestar por el bien del sistema– que terminará en tensión con una generación nacida en el nuevo milenio, numéricamente menor, pero reacia a asumir un esfuerzo desproporcionado para sostener a una población envejecida, criada en la cultura de los derechos, y en constante crecimiento.

Y mientras esta bomba demográfica avanza, seguimos actuando con una pasividad irresponsable. El único mecanismo realista para evitar este colapso —una inyección estratégica de inmigración joven y calificada— choca con el conservadurismo social, el miedo al cambio y la falta de visión política. Chile, y Magallanes en particular, deberá competir en las próximas décadas en una verdadera lucha global por atraer juventud, talento y familias. Esa pelea ya empezó y estamos llegando tarde.

Pero esto no se queda en la pirámide etaria. El problema tiene una segunda cara igual de grave: la hiperconcentración poblacional en Punta Arenas. Más del 70% de los magallánicos viven en menos del 3% del territorio. El resto de la región —Tierra del Fuego, Ultima Esperanza, el norte— sufre un despoblamiento estructural que erosiona nuestra proyección geopolítica, especialmente en un mundo que ya mira con ambición creciente los polos y los corredores oceánicos del sur. Basta mirar al otro lado del cerco fronterizo para entender lo que está en juego: mientras Argentina refuerza su presencia poblacional en el extremo austral, Chile sigue desmantelando en silencio su frontera austral.

El Estado, y en particular el Gobierno Regional, debe hacer del repoblamiento de Magallanes una prioridad estratégica explícita en toda planificación de inversión pública. No se trata de romanticismo territorial, sino de un principio básico de soberanía, sostenibilidad y visión de país. Las políticas públicas sin población simplemente no existen. Y un territorio despoblado, por más recursos naturales o dos o tres buques más que ostente, no pesa políticamente, ni se defiende solo.

Magallanes fue y sigue siendo una región clave para la proyección chilena en el siglo XXI. Pero si no actuamos con decisión y coraje, será también el primer territorio chileno en experimentar una decadencia irreversible en cámara lenta. Urge un reseteo. De prioridades, de discursos, de políticas. El futuro del extremo sur no puede seguir dependiendo de la inercia del pasado.

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