El desempleo y el avance de la informalidad
El desempleo en Chile alcanzó un 8,9% durante el trimestre marzo-mayo, la cifra más alta para este período desde 2010 -excluyendo los años de pandemia-. Se trata de una alerta roja para el país, que comienza a mostrar señales de fatiga en su capacidad de generar empleo, especialmente formal, sostenible y equitativo. La realidad magallánica, en contraste, ofrece una postal más optimista: la tasa de desempleo regional se situó en 6,1%, un punto porcentual menos que hace un año. Sin embargo, la aparente fortaleza de Magallanes debe ser leída con cautela.
La región ha logrado revertir el aumento nacional del desempleo gracias, en parte, al crecimiento del empleo informal. Mientras en el país la informalidad descendió a un 26%, en Magallanes subió 16% respecto del año pasado, alcanzando a más de 21 mil personas. Hoy, más de uno de cada cinco trabajadores regionales no cuenta con contrato, previsión ni derechos laborales básicos. En los hombres, esta tasa fue de 21,2%; en las mujeres, incluso más alta: 22,1%. Esta precariedad es el precio oculto de las cifras positivas.
Magallanes también presenta una paradoja en términos de género. Aunque la tasa de desocupación femenina cayó a 8,1% en la región -versus un preocupante 10,1% a nivel nacional-, el desempleo sigue afectando de manera más severa a las mujeres. Su recuperación ha sido más lenta y su participación laboral, aunque estable, no refleja aún una mejora estructural significativa.
En el nivel nacional, el problema es aún más profundo. No solo hay más personas desempleadas (casi 72 mil más que hace un año), sino que más de la mitad de ellas lleva buscando trabajo por más de un año. El desempleo de larga duración es un indicador de problemas estructurales: no hay suficientes empleos nuevos para absorber la fuerza laboral creciente y quienes pierden el trabajo enfrentan un camino cuesta arriba para reinsertarse. Las consecuencias sociales son evidentes: más pobreza, menor productividad, y efectos nocivos sobre la salud mental.
Detrás de estas cifras hay causas claras: bajo crecimiento económico, políticas públicas que desincentivan, pero no fomentan la formalización, y el aumento sostenido de los costos laborales, que golpea con mayor fuerza a las pequeñas y medianas empresas.
La buena noticia es que Magallanes aún tiene espacio para anticiparse a esa espiral negativa. Pero para ello no puede dormirse en las cifras superficiales. La informalidad es un síntoma de fragilidad, no de dinamismo. La región necesita políticas activas para fomentar empleo formal, equitativo y con perspectiva de género, especialmente ahora que los indicadores macroeconómicos aún ofrecen margen para actuar.
Celebrar el descenso del desempleo sin mirar el tipo de empleo que se está creando puede llevarnos a decisiones complacientes. El verdadero desafío no es reducir el número de desocupados a cualquier costo, sino crear trabajo digno, sostenible y con derechos. En eso, Magallanes -como el resto del país- aún tiene mucho camino por recorrer.




