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Universidad y empresa

Por Diego Benavente Viernes 4 de Julio del 2025

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En una reciente entrevista del historiador y politólogo italiano Giovanni Orsina lanzó una afirmación tan provocadora como cierta: “A las universidades, que son el centro de las élites, se les ha hecho cada vez más difícil hablar con el mundo exterior, y a las personas que están fuera de la élite, entender lo que está pasando dentro de las universidades, y abrir un diálogo con estas”. La frase expone una fractura que, aunque antigua, sigue siendo incómodamente vigente: el progresivo distanciamiento entre el mundo universitario y la sociedad, especialmente con el sector productivo y empresarial.

Este fenómeno se manifiesta en distintos niveles. Muchas universidades siguen operando bajo lógicas internas, centradas en sus propios debates, lenguajes e intereses, sin lograr sintonizar con las dinámicas del entorno que las rodea. El conocimiento se produce, se publica y se difunde entre pares, pero rara vez logra impactar más allá del circuito académico. Esto no implica una falta de producción valiosa, sino más bien una desconexión en su aplicación y difusión.

Una consecuencia concreta de esta brecha es la escasa articulación entre el mundo académico y el mundo privado. En muchas regiones, empresas desconocen que a pocos kilómetros de sus instalaciones existen departamentos universitarios que investigan temas directamente relacionados con sus desafíos productivos o de innovación. Esa información no fluye con naturalidad, no porque no existan intentos de vinculación, sino porque no se ha logrado establecer un puente sólido y sistemático entre ambas esferas.

El problema no se resuelve sólo con generar más “convenios de colaboración”. La experiencia demuestra que muchos de estos acuerdos quedan en la formalidad o no alcanzan el nivel de profundidad y pertinencia que las circunstancias exigen. Por eso, más allá de firmar papeles, es urgente repensar el modelo de vinculación, identificar sus fortalezas y debilidades y actuar decididamente para superar los vacíos actuales.

Una de las claves está en comprender que universidad y empresa persiguen objetivos distintos, pero no necesariamente son incompatibles. Mientras la academia busca el conocimiento profundo, el mundo empresarial se orienta a resultados prácticos, rápidos y sostenibles. Alinear expectativas en este terreno es difícil, pero no imposible. Se trata de establecer metas comunes, traducir intereses y lograr un punto de encuentro que beneficie a ambas partes.

Aquí es donde entra en juego una figura cada vez más necesaria: el intermediario. Personas o equipos capaces de comprender tanto el lenguaje académico como el empresarial, facilitando la traducción de ideas, la concreción de proyectos y la evaluación de impactos. Sin estos mediadores, la conversación tiende a quebrarse o diluirse en malentendidos.

El trabajo colaborativo no sólo agrega valor a los productos o servicios que se puedan generar. También enriquece la formación de los futuros profesionales. Vincular a los estudiantes con las realidades del mercado, con sus ritmos, limitaciones y desafíos, no es una concesión al pragmatismo, sino una estrategia pedagógica de alto valor. Formar a jóvenes capaces de moverse entre la teoría y la práctica, entre la reflexión crítica y la ejecución efectiva, es parte de la responsabilidad social de las universidades.

Por eso, más que culpar a las universidades de su “encierro” o exigir al mundo privado que se acerque más a la academia, debemos construir mecanismos estables de interacción, comunicación y confianza. Sólo así podremos transformar la distancia en alianza, y el aislamiento en colaboración real.

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