Necrológicas

No maltratar el misterio

Por Marcos Buvinic Domingo 6 de Julio del 2025

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Resulta sorprendente la cantidad de cosas que los seres humanos podemos hacer -además del dinero que podemos estar dispuestos a gastar- para controlar los acontecimientos y las circunstancias de la propia vida, o librarnos de lo que pensamos son males que nos afligen, u obtener algún beneficio que anhelamos.

En este afán de controlar la vida hay quienes recurren a cualquier clase de sortilegios, adivinaciones, cábalas, rituales de todo tipo, devociones “infalibles”, lo cual -frecuentemente- está en manos de videntes, chamanes, adivinos e iluminados de todo tipo y pelaje; los cuales, luego del pago de sus gestiones con los poderes que dicen conocer, permitirán que sus clientes piensen que tienen el control de la situación o consigan lo que desean. En este deseo de controlar la vida y que las cosas sean como cada uno desea, la credulidad humana no tiene límites. 

Los seres humanos podemos aprender, con la sabiduría que da el paso del tiempo, que es muy poco lo que controlamos y que la vida tiene muchas vueltas inesperadas. A veces puede ser una enfermedad que lo cambia todo, o un revés económico que destruye el esfuerzo de muchos años, o un conflicto familiar que abre un pozo de tristeza y amargura, o -positivamente- el encuentro con alguien que nos cambia la vida al descubrir la experiencia del amor. Además, los dramas que enfrentamos, muchas veces, con el pasar del tiempo nos muestran que eran situaciones que traían algún regalo grande para nuestra vida. En realidad, es muy poco lo que podemos controlar en el curso de los acontecimientos de nuestra vida, tanto en lo personal como en la vida de la sociedad.

Una mirada distinta es la que procede de la fe de los cristianos, la cual es confianza en la providencia del Padre Dios y en la búsqueda de que se haga Su voluntad -que siempre es voluntad de amor y de vida- y no la voluntad propia, a veces tan ciega y egoísta, y siempre tan precaria y falible. Les propongo una antigua leyenda medieval de la tradición cristiana de Noruega, que intenta adentrarnos en esta sabiduría. 

“El viejo Haakón cuidaba una ermita donde había una imagen de Cristo muy venerada como ‘Cristo de los Favores’. Un día el ermitaño Haakón solicitó un favor y, arrodillado ante la imagen, dijo:

Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu lugar y reemplazarte en la cruz.

Haakón se quedó quieto, con los ojos puestos en la imagen, esperando… De pronto -¡oh, maravilla!- vio que el Crucificado movía los labios y decía:

Amigo mío, accedo a tu deseo, pero con una condición, que suceda lo que suceda y veas lo que veas, tienes que guardar silencio.

Te lo prometo, Señor.

Y efectuaron el cambio. Nadie se dio cuenta que quien estaba en la cruz era Haakón, y Cristo ocupaba el puesto del ermitaño. Los devotos seguían desfilando pidiendo favores, y Haakón, fiel a su promesa, callaba. Hasta que un día…

Llegó un ricachón y después de haber orado, dejó olvidada su bolsa. Haakón lo vio, pero guardó silencio. Tampoco dijo nada cuando un pobre que llegó se llevó la bolsa del rico. Luego llegó un joven a pedir protección antes de un viaje; cuando el muchacho partía, regresó el ricachón y, creyendo que el joven le había robado su bolsa, intentaba detenerlo y denunciarlo. Haakón no se contuvo y gritó: ¡Detente!

Ambos miraron hacia la imagen que había gritado. Haakón explicó cómo habían ocurrido las cosas. El rico, confundido, salió de la ermita, y también el joven que tenía prisa por su viaje. Cuando se fueron, Cristo dijo a Haakón:

Baja de la cruz, no puedes estar en mi lugar. No has sabido guardar silencio.  

Señor -dijo Haakón confundido-, ¿cómo iba a permitir esa injusticia?

Tú no sabías que convenía que el rico perdiera la bolsa, porque ese era el precio para comprar a una muchacha. El pobre, en cambio, necesitaba el dinero para comer, e hizo bien en llevárselo. El muchacho, si hubiera quedado retenido en la ermita, habría perdido el barco y salvado la vida, porque en estos momentos su barco está hundiéndose en altamar”.

Hasta ahí la leyenda, que no es una invitación a la pasividad ni al fatalismo, sino una llamada a la confianza de la fe, a no maltratar el Misterio pretendiendo controlarlo, pues nos faltan demasiados datos para saber lo que realmente conviene.

Por eso, la oración cristiana siempre es “hágase Tu voluntad”, confiando en que todo está en manos de la providencia amorosa del Padre Dios. Al mismo tiempo, decir “hágase Tu voluntad” nos compromete a buscar esa voluntad y seguirla tras los pasos del Señor Jesús. 

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