Sin querer queriendo
Esta semana llegó a su fin la primera temporada de la serie “Sin querer queriendo”, cuyas entregas semanales completaron el octavo capítulo de la historia de Roberto Gómez Bolaños, “Chespirito”. Desde que se anunció el trabajo de preproducción, allá por los años de pandemia, no fueron pocos los comentarios burlescos que auguraban el fracaso de una trama que se evaluaba superficial y especialmente antigua, ya que los programas creados por el genial guionista, productor y actor mexicano conocieron su apogeo en los 70s.
Pero esos vaticinios no pudieron estar más alejados de la realidad actual que ostenta la producción de Paulina y Roberto Gómez Fernández, hijos del fallecido “Chespirito”; cuya apuesta resultó mucho más exitosa que las predicciones más optimistas: logró el record Guinness a la serie en español más vista en la historia de HBO Max en toda Latinoamérica, superando a producciones con mucho mayor presupuesto, promoción y estrellas mediáticas de Estados Unidos.
Más allá que a algunos les guste o no la temática, no se puede negar la calidad de la puesta en escena, apelando especialmente a la nostalgia de los que fuimos niños en esa época, para agregar virtudes y debilidades de la vida real de sus protagonistas, las que por supuesto en ese tiempo eran ignoradas o muy poco difundidas debido a que no se contaba con las plataformas mediáticas que hoy en día hacen, prácticamente, imposible mantenerse inmune a la información. Si a eso le damos toques de idealización a algunos personajes, mientras a otros les cubrimos con mantos de vileza, entonces la fórmula parece destinada a cautivar la atención de la audiencia.
He establecido amistades mexicanas a las que les tengo un gran afecto pues en general compartimos idiosincrasias similares, admitiendo que nosotros estamos culturalmente mucho más influenciados por ellos. Cuando se conoce a alguien de ese país y se “platica”, resulta inevitable que para una generación como la mía se llegue en algún momento al tema del niño del barril o del superhéroe colorado. Me ha sorprendido que generalmente su reacción es de cambiar el tema, ya que en parte les molesta que desde el exterior se les reconozca principalmente por estos personajes, considerando la diversidad y riqueza de su cultura. Pero resulta imposible desconocer que además de la nostalgia de los 70s y 80s especialmente, los personajes de “Chespirito” han tenido una favorable acogida en las generaciones más nóveles, lo que resulta muy meritorio considerando los cambios de mentalidad, dinámicas sociales, transformaciones en los mercados de entretenimiento e influencia de la tecnología. Si a esto le sumamos que es un humor no sólo para niños, es que podría explicarse la resistencia a los años para no caer en el olvido y la persistencia de ver de vez en cuando capítulos cuyas dinámicas ultra repetidas aun logran sacar sonrisas.
Fue tanto el éxito que tuvo “El chavo del 8“ que se calcula recaudó más de 1.700 millones de dólares, cimentando a Televisa como el gigante de la TV en el país del norte. Sus cerca de 300 capítulos han sido transmitidos en prácticamente todo el mundo y por décadas, además de traducidos a por lo menos 10 idiomas. Difícilmente encontraremos cifras parecidas en otras producciones, pero así como el éxito corona el talento, genialidad y trabajo de sus exponentes, también se asocia con ese lado oscuro en que la naturaleza humana nos recuerda nuestras limitaciones, dejando expuestas debilidades que en su momento no se consideran como tales y desmoronan hasta las creaciones más virtuosas.
Hoy la figura de Bolaños vuelve a estar en los comentarios, reels, videos, etc. Hemos conocido no sólo su historia de vida que lo llevó a inspirarse para crear personajes entrañables, también sus hijos han deseado interpretar su vida privada y familiar, con sus virtudes y bemoles. Aquí es donde una vez más comprobamos que las creaciones audiovisuales, por más que adviertan como historias “basadas” en hechos reales y que por lo tanto no todo aconteció como vemos en pantalla pues es una interpretación de los productores, hacen creer al espectador que todo lo que nos cuentan ocurrió de manera fiel, incluyendo las intenciones de sus protagonistas. Por eso, una vez más, se recuerda la importancia de valorar y enamorarse de las obras de los artistas, evitando idealizarlos como personas, ya que su legado radica en sus logros profesionales y no en su vida privada.
Ver esta serie me trajo, por un momento, el recuerdo de haber sido un niño feliz junto a sus padres viendo la televisión, lo que ya justifica el agradecimiento a este genio creativo, porque muchos de nosotros volvimos a contar con su astucia.




