La DC, Jeannette Jara y el pragmatismo de la subsistencia
La decisión de la Democracia Cristiana (DC) de respaldar la candidatura presidencial de Jeannette Jara marca un punto de inflexión que no puede leerse como un simple gesto de unidad progresista, ni tampoco como una rendición simbólica ante el Partido Comunista. Es, antes que todo, una decisión pragmática, fruto de la conciencia de un partido que, tras años de declive electoral y aislamiento político, apuesta por garantizar su supervivencia parlamentaria y retener cuotas de poder a través de pactos con fuerzas más cohesionadas.
La propia candidata del PC lo reconoció: el apoyo democratacristiano fue valorado como una señal significativa, un puente hacia sectores moderados que alguna vez dieron gobernabilidad al país desde el centro. Pero para quienes analizan la trayectoria de la DC, el gesto representa algo más profundo: la confirmación de que el otrora partido bisagra de la política chilena ha dejado de ser tal. Ya no es el pivote de coaliciones, como lo fue en la Concertación ni en la Nueva Mayoría. Hoy, su rol es más bien periférico y sus decisiones responden más a cálculos de preservación que a visiones doctrinarias o estratégicas de largo aliento.
Apoyar a una candidata comunista habría sido, hasta hace pocos años, políticamente inconcebible para las generaciones históricas del falangismo. Sin embargo, esa barrera ideológica hoy ha cedido ante la realidad electoral. Lo que está en juego para la DC no es un proyecto político transformador, sino mantener espacios mínimos de representación en un sistema electoral cada vez más competitivo y polarizado. El voto por Jara no expresa una conversión ideológica, sino una táctica de negociación dentro del ajedrez del poder.
Para sus detractores, esta decisión representa la claudicación definitiva del centro político, justo cuando más del 60% del país ha rechazado los procesos constitucionales impulsados desde los polos. En esa lectura, la DC habría dejado vacante la posibilidad de articular una tercera vía para quienes no se sienten representados ni por la derecha ni por la izquierda dura. La pregunta, entonces, es si el partido aún tiene margen para reconstituirse y convocar a ese electorado huérfano.
Pero tal posibilidad requiere más que buenas intenciones. Supone rearmar una propuesta coherente, recuperar vocación de mayoría y, sobre todo, contar con figuras capaces de conectar emocional e intelectualmente con los ciudadanos. Hoy, la DC no solo adolece de un discurso nítido. También carece de liderazgos visibles que transmitan energía renovadora.
Apoyar a Jeannette Jara puede asegurar a la DC algunos escaños o un rol testimonial en una eventual administración. Pero ese capital es efímero si no va acompañado de una autodefinición honesta sobre su lugar en el mapa político chileno. ¿Es la DC un partido de centro progresista con anclaje social cristiano? ¿Es una fuerza de bisagra dispuesta a transar con quien le garantice supervivencia? ¿O está en vías de mutar a un partido instrumental que solo sobrevive en función de alianzas ajenas?
Las respuestas a estas preguntas, sin duda, definirán lo que seguirá siendo la DC en los próximos años o serán, definitivamente, su lápida.




