Necrológicas

Chile, o una loca historia

Por Jorge Abasolo Jueves 31 de Julio del 2025
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Intentar definir con certeza al chileno es tan difícil como hacer gárgaras boca abajo. Bernardo Subercaseaux se atreve, incita y lo hace con esa lucidez que ya le reconoce una inmensa mayoría.

El autor nos plantea en términos académicos que los chilenos somos maleta de doble fondo, aspecto que -según mis sospechas- heredamos tanto del español como del mapuche.

Ello se deja entrever en ese lenguaje oscuro, que más parece argot de trabalengüista. Somos saltimbanquis del idioma, decimos las cosas de modo sibilino o simplemente de manera eufemística.

De allí que Subercaseaux considere que la época predominante en el Chile de hoy sea la contradicción y el desajuste valórico entre medios y fines.

Considerando estos aspectos, me atrevo a aventurar que si algún día la selección chilena de fútbol clasifica para un mundial, es más probable que sea por secretaría, porque otro equipo renunció y nos tocó llenar el cupo. Por méritos propios y caminos tradicionales -conducto regular, según los burócratas- muy difícil.

Repugna la conciencia del autor ese doble discurso, la hipocresía, la retórica flamígera que no conduce a ninguna parte y el desfase entre lo que se proclama y lo que efectivamente se hace.

En Chile usted puede encontrar sin mayores dificultades al mismísimo Satanás vendiendo biblias, un optimista en el PC y hasta gente vendiendo cocaína y luego dar la boleta correspondiente.

Bajo la égida de esta matriz (¡qué término tan siútico!) podemos entender que la gente honrada en Chile forme parte de un gettho, donde se opta por vivir algo aislado del resto, los comunes y mortales…tan comunes en defectos y tan mortales en complejos.

Aunque a ratos Subercaseaux esgrime argumentos hormonales y algo pesimistas, dejemos en claro que él no corresponde a ese paradigma. Le conozco personalmente, hemos escanciado un café en un par de oportunidades y es un hombre sobrio y moderadamente optimista. Al menos todo lo optimista que se puede ser en Chile, donde muchos optimistas han pasado a serlo porque en más de una ocasión le prestaron plata a un optimista.

Sea como fuere, una cosa en la que coincide plenamente con el autor de “Chile o una loca historia” es ese afán compulsivo del chileno por camuflar las cosas y quitarle el poto a la jeringa.

Se están robando el país a manos llenas, pero el comunicado oficial habla de “brotes aislados de corrupción”. Al agua le llamamos “líquido elemento” y a los delincuentes preferimos tildarlos como “inadaptados sociales”.

Por esta razón soy partidario de bajar al cóndor y al huemul de nuestro escudo.

En vez de cóndor debiéramos colocar un ave rapaz con un serrucho, en franca alusión a nuestra tendencia atávica a “aserruchar el piso”. Tal vez el huemul lo dejaría, pero con un caldo “Maggi” en su pata derecha. Sería una alegoría a la malsana costumbre chilena de improvisarlo todo.

Y serviría de publicidad gratuita.

Un libro digno de leerse,

No se arrepentirán.

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