“La hora de la desaparición”: El silencioso alumno de la clase
Como el estudiante de una clase que no brilla en exceso, pero siempre tiene algo interesante que decir, de todos los géneros del cine, el terror ha sido el que ha aportado más brillo en los últimos años a la cartelera comercial.
Son obras que apenas alzan la voz, pero saben lo básico: que hay una historia, ganas de contarla y ser vistas. Y esto, que alguna vez molestó a la crítica especializada, cada vez lo hace menos, porque si meter susto fue visto como un arte menor y tramposo, hoy se sabe que, por alguna razón, toca quizás nuestras zonas más profundas.
Y la excusa pueden ser monstruos, fenómenos paranormales, exorcismos y hasta resurrecciones no deseadas. En el último tiempo, las historias sobre desapariciones en pueblos chicos han cruzado formatos y géneros del cine. Y esto que, como Condorito, exige una explicación, lo explica “La hora de la desaparición” con el relato sobre el trauma que vive una comunidad cuando 17 niños, de un mismo curso del colegio, desaparecen en la madrugada exactamente a las 2:17 horas.
Entonces la película se despliega como un relato donde casi todos sus personajes cuentan su versión de las cosas, partiendo por Justine, la profesora jefa del curso, que es mirada con sospecha por los padres, especialmente por uno, Archer, cuyo hijo vio desaparecer y, para peor o mejor, tiene el registro de la cámara. Pero sobre todo de Alex, el único niño integrante del curso que, al parecer, se salvó. Y el director de la película, Zach Cregger, lo filma callado, indefenso y solitario caminando hacia su casa y, cuando entra, ya no se sabe.
La primera escena de “La hora de la desaparición”, cuyo título original es Weapons, es la voz en off de un niño que va a narrar una historia que ocurrió en su pueblo. La secuencia está contada como si fuera una cinta del director norteamericano Martin Scorsese, con una cámara que no deja de moverse por los pasillos, entre la gente, pero también trae algo del pueblo de Twin Peaks de David Lynch y del Fargo (1996) de los hermanos Coen; y, por los episodios en que divide la narración, algo de Quentin Tarantino; y, si vamos más atrás, de Rashomon (1950) del maestro japonés Akira Kurosawa, que contó la historia de un mismo crimen en la versión de cada uno de sus personajes.
Y en “La hora de la desaparición” las distintas versiones se ubican casi en un mismo tramo de tiempo, unos minutos más, unos minutos menos, y van trazando el mapa para encontrar el epicentro de por qué pasó lo que pasó. En el relato se palpa ese aire de pueblo chico donde todo, por más secreto que sea, tarde o temprano se sabe, y lo que fue rumor, mito o simplemente cahuín, tarde o temprano se hará leyenda.
Y si bien su alma es el cine de terror, no tiene complejos para compartirse con la comedia negra, el thriller y hasta los zombis, pero sin perder nunca de vista el drama de aquellas vidas solitarias y amargas que les tocó vivir en aquel pueblo y que, ahora, como premio de consuelo, la película les da la oportunidad de contar su versión de las cosas. Y cuando eso ocurre, las películas crecen, porque expresan su cariño por cada uno de ellos, sacándolos del cartón y haciéndolos de carne y hueso.
Y esto hace que “La hora de la desaparición” sea una película que merezca verse. Y aunque no sea una obra maestra, es como el alumno silencioso de la clase que, cuando levanta la mano, es porque algo importante tiene que decir.




