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Hermana Nelly León y situación de mujeres privadas de libertad

“Yo creo que no hay cárceles con perspectiva de género”

Domingo 10 de Agosto del 2025

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Lucas Ulloa Intveen
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– Con más de 40 años dedicados a la labor carcelaria, la religiosa del Buen Pastor denuncia un sistema penitenciario pensado para hombres y la ausencia de políticas con perspectiva de género.

 

La hermana Nelly León ha dedicado gran parte de su vida al trabajo con mujeres privadas de libertad, vocación que descubrió de manera casi sorpresiva y que la llevó a conocer al Papa Francisco, en la visita del Sumo Pontífice en 2018, donde le dijo que “en Chile se encarcelaba la pobreza”. Es profesora de Religión y religiosa de la Congregación del Buen Pastor, lleva décadas trabajando desde el interior de los recintos penitenciarios, velando por los derechos de las personas encarceladas, especialmente de las mujeres.

Ingresó a la congregación en 1982, motivada por el trabajo con mujeres privadas de libertad. Su vocación comenzó a gestarse cuando aún cursaba tercero medio, en el colegio. Durante una visita a una cárcel, quedó impactada por lo que vio. “Fue mi primera intuición o llamado de atención”, recuerda.

Tras egresar del colegio, se trasladó a Santiago para continuar sus estudios. En ese periodo, presenció un abuso que marcó profundamente su vida y terminó por definir su camino. A partir de esa experiencia, comenzó a dialogar con un sacerdote, quien la acompañó en el proceso de descubrir su vocación religiosa. “Hasta entonces, a los 22 años, no tenía idea de qué era ser monja, no quería serlo tampoco. Tenía otro proyecto de vida”.

Aunque no se había planteado una vida religiosa en sus primeros años, León reconoce que su formación estuvo fuertemente influenciada por la fe. Nació en el campo de Colchagua, en la Región de O’Higgins, en el seno de una familia numerosa y profundamente católica. “Mi papá era un inquilino y yo soy la menor de ocho hermanos. Vengo de una familia muy católica, con hartos valores y siempre muy vinculada a la Iglesia. Hice catequesis”, relata.

La experiencia del abuso que presenció fue un punto de quiebre. En busca de contención, recurrió a un sacerdote. “Fue muy doloroso para mí. Y desde ahí este sacerdote me empezó a hablar de vocación religiosa, de que probablemente Dios me podía estar llamando, cosa que yo jamás en la vida me había planteado”.

Trabajar en dictadura

Era profesora de Religión, estaba haciendo su práctica en una escuela muy pobre de Pudahuel. “No es que lo tuviera normalizado, pero los tanques pasaban por la calle”, relata sobre sus primeros años, en la década de los 80. “Hartos milicos, bombas en varios sectores. Fue un tiempo súper complejo. Y también, producto de eso mismo, a la cárcel de mujeres llegaban mujeres torturadas que los militares llevaban”, relata la hermana Nelly.

Bajo este contexto, como congregación del Buen Pastor, esa realidad las apuró a “dejar la administración de la cárcel, porque nos estábamos haciendo cómplices, digamos, de algo que no queríamos que sucediera en el mundo. Si bien dentro de las cárceles nuestras no se torturaba, sí llegaban mujeres torturadas”.

Estas primeras experiencias marcaron su carácter y le ayudaron en la labor a la que ha dedicado el resto de su vida. “Casi todas las mujeres que están privadas de libertad, de alguna u otra manera, también han sido torturadas y maltratadas desde su más tierna infancia. Ya sea por familia directa, después por parejas violentas. Entonces hay una similitud con el grado de la vulneración”, reflexiona la hermana Nelly.

Cárcel y género

Como una persona con años de experiencia, que se asume y reconoce como una voz autorizada en materia carcelaria, los datos los tiene en la mente y los puede reproducir sin ayuda de papel alguno. “En Chile, en este momento hay 62 mil personas detrás de las rejas. De esos, el 8% y algo más son mujeres. No alcanzamos a llegar al 10%. Son 4.900 y algo las mujeres privadas de libertad en Chile. Eso te dice que el número es muy pequeño y que todo lo que está pensado, diseñado, construido es pensando en varones”, apunta León.

En Punta Arenas, las condiciones son mejores que en otras cárceles que ha visto, sincera. “En las concesionadas, hay varias en Chile, los módulos son exactamente iguales de hombres y mujeres. No tienen ninguna sensibilidad femenina al momento de construir esos módulos”, insiste. “Yo creo que no hay cárceles con perspectiva de género, salvo en la que yo trabajo en Santiago, que fue pensada, que no era cárcel primero, que fue un seminario  en un comienzo”, añade. 

Frente a este diagnóstico que realiza, plantea que es un tema del que el Estado “ha acusado recibo”, tanto “del pasado gobierno de Piñera como ahora, hay una sensibilidad mayor por el tema de mujeres”, lo que ha devenido en ciertas mejoras en las condiciones. “Pero la estructura sigue siendo la misma y el pensamiento de los funcionarios de Gendarmería sigue siendo el mismo”, puntualiza. 

Del cuidado estatal
a la delincuencia

Según la hermana Nelly León, una de las principales fallas estructurales del sistema se refleja en una cifra contundente: el 43% de las personas privadas de libertad en Chile fueron, en algún momento, usuarios del Sename. A su juicio, esto evidencia un error grave del Estado en la implementación de nuevas políticas de desinternación infantil. “Ahí el Estado cometió un grave error, cuando se empiezan a desinternar los niños, cuando sale una nueva política”, afirma.

León explica que, en ese proceso, se generó una fuerte crítica hacia las congregaciones religiosas que administraban hogares, las que comenzaron a recibir los mismos cuestionamientos que los recintos estatales. “El Sename empezó a achicarte la cancha, porque nos dieron pautas de trabajo que no estábamos dispuestas a asumir. Nos decían que teníamos recursos solo para techo y comida, pero no para intervención, y nosotros necesitábamos hacerla”, recuerda. En ese contexto, detalla que muchas niñas necesitaban atención psicológica y psiquiátrica, así como también la creación de redes familiares o preparación para una vida independiente. Sin embargo, las nuevas directrices limitaron esos esfuerzos, estableciendo además un tiempo máximo de permanencia en residencia de dos o tres años para evitar la “institucionalización”.

Como consecuencia, se produjo una desinternación masiva y apresurada de niños y niñas -principalmente varones- sin que existiera una red de apoyo familiar o comunitaria que pudiera contenerlos. “Todos salieron abruptamente y muchos quedaron en la calle, porque no hubo red familiar que los acogiera. Esos niños son los que hoy día son privados de libertad”, concluye la religiosa.

 (Re) Inserción

Pese a tener una mirada esperanzadora sobre las políticas públicas en materia de reinserción social, mantiene una postura crítica al respecto. “Si no se cambian los operadores, los que trabajan, van a seguir trabajando con la mentalidad del Sename, que es represiva, castigadora. (…) A mi juicio, todos deberían irse y contratar gente que venga con nuevas proyecciones, nuevas esperanzas y sueños a intervenir a estos jóvenes. Porque si no, no va a haber cambios”.

Su postura crítica también se deja de manifiesto en el propio concepto de reinserción. “A mí la palabra reinserción, la verdad, no me gusta. Siento que nosotros tenemos que hablar de inserción, porque una persona que está privada de libertad, o estos jóvenes, nunca estuvieron insertos en nada”.

 “Cuando vino el Papa y me tocó dar el discurso, le dije claramente que en Chile se encarcela la pobreza. Se encarcela porque así es, no es porque me lo inventé o es una frase bonita, sino porque yo la vivo y la veo todos los días”, señala. Según la hermana Nelly, los pobres son doblemente castigados. “Cometen delitos porque tienen hambre, pero los volvemos a castigar. Después esa persona sale de la cárcel y, si no ha habido intervención seria, profunda y no la sacamos del ambiente donde está, va a volver a caer”.

 

Mujer Levántate

Otra acción destacada es su trabajo con la fundación Mujer Levántate, centrada en apoyar a mujeres privadas de libertad y a sus familias. Critica la falta de políticas estatales en este ámbito: “El Estado no tiene nada con las familias, absolutamente”. En regiones como Magallanes, donde la población penal femenina es reducida, plantea que el desafío es justamente crear un proyecto que también acompañe a sus entornos. “Si está herida la mujer privada de libertad, ¿qué pasa con su familia?”, cuestiona.

Recuerda que una mujer privada de libertad enfrenta tres condenas: la del tribunal, la del juicio social y la que ella misma se impone por haber dejado a sus hijos. “Ese dolor es muy difícil de sanar”. Por eso, insiste en que la clave está en la recuperación emocional: “Una mujer presa tiene en promedio tres hijos o más. Si sanas a una mujer, sanas cuatro vidas, más su entorno familiar y social. Aunque sean pocas, el impacto de trabajar con mujeres privadas de libertad es mucho mayor”.

 

 

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