“Es una pena que los saquen de su hogar”, dice manipuladora de alimentos por cierre de residencia de adultos mayores
- Blanca Cárdenas, trabajadora del recinto desde hace cuatro años, advierte que los 25 residentes -algunos con más de 18 años en el
lugar- enfrentan un desarraigo difícil de asimilar y pide mayor apoyo del Estado y empresas privadas para evitar que sean trasladados.
La noticia del cierre de la Casa del Samaritano cayó como un balde de agua fría para trabajadores y residentes. En el recinto viven actualmente 25 adultos mayores, algunos de ellos con casi dos décadas en el lugar. Una de las funcionarias que ha vivido este proceso es Blanca Cárdenas, manipuladora de alimentos que desde hace cuatro años dedica su jornada completa a preparar las comidas diarias de los usuarios.
“Yo soy la que está encargada de hacerle la comida a los adultos mayores. Eso incluye desayuno, almuerzo, la once y la cena”, cuenta Blanca Cárdenas, quien trabaja de lunes a viernes desde las ocho y media de la mañana hasta las siete y media de la tarde. “Uno está todo el día con ellos, más que con la propia familia”, agrega.
El anuncio del cierre fue comunicado en una reunión interna. “No pensamos que iba a llegar a esto. Nadie se imaginaba que se cerraría la Casa del Samaritano. Quedamos todos sorprendidos”, recuerda.
Según relata, la decisión generó profunda preocupación entre los trabajadores, principalmente por el futuro de los adultos mayores. “Acá hay personas que llevan 18 años viviendo. Toda su vida está acá, este es su hogar. Es muy difícil que ahora los saquen a otro lugar”, afirma.
La trabajadora explica que los recursos que entrega el Estado a través del Servicio Nacional del Adulto Mayor (Senama) son insuficientes para la operación del recinto. “Senama da tres millones mensuales, más lo que aportan los adultos mayores de sus pensiones, que son como cuatro millones. Son siete millones en total, pero con eso no se cubren todas las necesidades de un hogar con 25 residentes y más de 30 trabajadores”, detalla.
Para la manipuladora de alimentos, la solución pasa por un mayor compromiso de las autoridades y el mundo privado. “La idea sería que una empresa con fines de lucro o alguna institución apadrine el hogar. Porque esta es su casa. No se puede pensar solo en fiscalizar, hay que aportar más. Tres millones de pesos no alcanzan”, insiste.
A la pena por la incertidumbre -los trabajadores recibieron carta de aviso y dejarán de prestar funciones el 13 de septiembre- se suma la angustia de ver cómo se fragmenta el vínculo con los adultos mayores. “Uno se encariña con ellos, compartimos todos los días. Jugamos a las cartas, conversamos, conocemos sus mañas y sus gustos. Es triste pensar que se van a ir a otro lado. Algunos entienden lo que pasa, pero otros no. ¿Cómo se les explica?”, plantea.
Los trabajadores señalan que su labor no se limita a la alimentación. Conocen la historia de vida de cada residente, acompañan sus actividades cotidianas y crean vínculos que van más allá de lo profesional. Para ellos, el cierre no solo representa la pérdida de su empleo, sino el temor de que los adultos mayores sean dispersados y pierdan la familiaridad que los sostiene.




