“La salsa vive”: Esto es salsa, nada más…
Estrenado hace unos meses, este documental busca delinear el trayecto histórico y cultural de la salsa, un ritmo bailable que se apropió del nombre popular de un ingrediente para las comidas y que, para algunos, fue un paraguas donde se cobijaron varios estilos musicales.
Para esta misión, el realizador colombiano Juan Carvajal se traslada desde Nueva York a Cali —su ciudad natal— y de Cali a Nueva York —su segunda casa— para construir un mapa cronológico de la salsa. Aquí no hay voz en off: los narradores son artistas del género, historiadores, coleccionistas melómanos y, entre ellos, uno que destaca a lo largo del metraje: el salsero Rubén Blades.
El punto de partida es el relato de su origen, su impacto en Nueva York y, desde allí, un puerto llamado Buenaventura, a dos horas y media de Cali. Es en esta ciudad donde, casi de forma clandestina, llegan los vinilos de orquestas que le ponen “salsa” a la cosa. Por eso, una de las imágenes más recurrentes es la aguja del tocadiscos posándose sobre el vinilo, girando para marcar el compás.
El documental se construye a partir de fotografías, fragmentos de películas y testimonios, mencionando interminables nombres de bandas como La Fania o el Grupo Niche; compositores y vocalistas como Henry Fiol, Willie Rosario, Alfredo Linares y Jairo Varela. También aparecen infaltables como Ismael Rivera, Cortijo, Tito Puente, Celia Cruz y Willie Colón. Todo acompañado de anécdotas de antología, como aquella sobre cómo cambió la historia al modificar simplemente la velocidad de reproducción de un vinilo.
Estos datos, que para un melómano del género pueden ser “pan comido”, resultan un verdadero hallazgo para el espectador promedio.
La ruta de la salsa recoge esta historia para contar su auge a lo largo de casi cinco décadas, su posterior declive y también sus luces y sombras: desde el machismo del género —denunciado por María Elena Barrera, vocalista de la Orquesta Femenina D’Caché— hasta los vínculos contractuales con el crimen organizado en la Colombia de los años 80 y 90.
El epílogo trata sobre su resistencia a desaparecer. Por eso, otras imágenes recurrentes a lo largo del documental muestran a personas bailando salsa, como un mensaje claro del impacto cultural que sigue teniendo.
“La salsa vive” es un intento destacable que se desvive por atrapar la historia del género y su influencia en el continente americano. El hecho de que —quizás con justa razón— se limite principalmente a Nueva York y Cali, le resta puntos para ser un relato definitivo y absoluto. A esto se suma una cierta tendencia, hacia el final, a ceder ante el documental de propaganda.
Sin embargo, esto no debilita el resultado. Se percibe la pasión, el conocimiento, la investigación y las ganas de contar una historia.
Y queda más que claro que no será el último intento sobre el tema, pero ojalá los que vengan tengan tanto sabor como este documental que, por decirlo de alguna manera, sabe mover los hombros, las caderas y marcar el paso… sin perder el ritmo.




