Necrológicas

Violencia escolar y el acabamiento de ser hombre

Por Marcos Buvinic Domingo 17 de Agosto del 2025

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Impactan las noticias acerca de la violencia que se vive en el sistema escolar y, aunque los hechos que más captan la atención social pudieran ser situaciones puntuales, son el reflejo de un ambiente violento que parece estar instalado en la convivencia escolar, desde las diversas formas de acoso y bullyng hasta las violentas peleas que incluso han llegado a apuñalamientos y balazos entre estudiantes. Además, está todo el capítulo de las faltas de respeto y agresiones de tipo que sufren muchos profesores y profesoras.

¿Qué está pasando? ¿Cómo hemos llegado a que colegios y liceos puedan ser lugares peligrosos o que la dignísima labor de los maestros pueda ser una profesión riesgosa? 

Ante el problema pueden surgir varias tentaciones. La primera es empezar a buscar culpables, pero el problema requiere una reflexión mayor que indicar a otros con un dedo acusador. Otra es la de minimizar el problema diciendo que esto no sucede en todas partes, lo cual es verdad, pero también es verdad que el ambiente agresivo ya es parte de la convivencia en el sistema escolar. Otra tentación es culpar a las familias porque los niños aprenden lo que ven, y es muy cierta la afirmación que la familia es la primera educadora y el colegio es su mejor colaborador, pero… ¿qué sucede cuando los mismos padres están inhibidos y no logran (o lo que sería peor, no les interesa) dialogar con sus hijos? 

Hay preguntas de fondo que requieren ser socialmente respondidas y que se echan de menos cuando se piensa que la solución es establecer protocolos de convivencia -lo cual está muy bien, pero no basta-, o incluso discutiendo si hay que instalar detectores de metales en la entrada de establecimientos escolares para prevenir la entrada de armas u otros objetos peligrosos. ¿Cómo hemos llegado a eso? 

Al final, tenemos que preguntarnos qué es educar y para qué educar, y si la educación y el sistema escolar sirven para algo. Puede haber respuestas rápidas y funcionales: para que aprenden, para que puedan llegar a tener una profesión y se ganen la vida, para que el país pueda aprovechar el talento o la fuerza de trabajo del capital humano que son los actuales estudiantes, y otras por el estilo que -sin duda- tienen su verdad, pero no son suficientes ni motivan a muchos jóvenes, pues no olvidemos que los “ninis” (ni estudian ni trabajan) entre los 15 y 24 años ya son alrededor de 350.000 en el país, según el Ine.

El problema en su conjunto es muy complejo y, ciertamente, muchos especialistas en educación están trabajando en el tema, el cual requiere también una amplia conversación en la sociedad. 

Desde mi experiencia como estudiante y, luego, durante más de treinta años como profesor en varias universidades del país, quisiera rescatar el carácter modélico de la figura del educador en ese proceso que el rey Alfonso X de Castilla, llamado “el Sabio”, hace casi ochocientos años definió como “el acabamiento de ser hombre”. Porque de eso se trata todo proceso educativo, de colaborar a que otros puedan llegar a ser personas; es lo que Alfonso X llamaba “el acabamiento de ser hombre”, y hoy decimos “y mujer”, por cierto.

La verdad es que este “acabamiento de ser hombre” no se juega, en primer lugar, en la adquisición de destrezas ni en el desarrollo de habilidades, tampoco en la formación por competencias ni en el manejo de tecnologías; ciertamente, todo eso tiene su lugar, pero nada de eso da consistencia a la persona en su “acabamiento de ser hombre”, pudiendo incluso llegar a ser un “idiota especializado”.

Sólo la formación valórica da consistencia a la persona, haciéndola crecer en su “acabamiento de ser hombre”, proceso en el cual encuentran su lugar las destrezas y habilidades, las competencias y las tecnologías. 

Los educadores tienen un capital de cultura, de búsquedas y de prudencia, una experiencia de los valores que humanizan (y de los que deshumanizan), que es preciso transmitir -como figuras modélicas- para colaborar a que otros puedan vivir su “acabamiento de ser hombre”, y esa colaboración es parte del proceso de “acabamiento” del propio educador o educadora.

Sin duda, con esto se abren nuevas preguntas acerca de dónde y cómo se están transmitiendo los valores que humanizan y si acaso los educadores se perciben a sí mismos como figuras modélicas que viven su propio “acabamiento de ser hombre” siendo para estudiantes y colegas una fuente de inspiración, estímulo de conocimiento y amor el bien, la justicia y la belleza; y, por cierto,… qué pasa con la primera escuela que son las familias. Son preguntas que quedan para otra columna.

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