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Después del infierno, ¿seguiremos igual?

Por Eduardo Pino Viernes 22 de Agosto del 2025

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Si bien habíamos abordado la violencia en los estadios en anteriores ocasiones, el periplo sufrido por los hinchas de la Universidad de Chile en Argentina esta semana ha dejado sin palabras y una profunda tristeza, incluso, a experimentadas personas ligadas a la actividad. 

La noticia ha llamado la atención mundial debido a la crudeza de las imágenes, sorprendiendo que no se hayan registrado fallecidos (por lo menos hasta el momento de redactar estas líneas), ya que las golpizas, agresiones e incluso abusos sexuales a vista y paciencia de los espectadores en el recinto deportivo no pueden dejar indiferente a nadie que respete los derechos de sus semejantes. Estremece observar a jóvenes ensangrentados deambulando despojados de sus ropas, u otros tirados inconscientes en la absoluta soledad de las gradas, aunque lo que más aprieta el alma fue constatar la caída de un hincha azul desde por lo menos 7 metros, en un acto desesperado por librarse de una horda de delincuentes de la barra local que demostró lo peor que puede salir de un humano. Mención aparte merece la imagen de las prendas ensangrentadas de los azules en la reja, imponiendo códigos marginales que no merece ningún recinto deportivo. 

Indignación causan las declaraciones del presidente de Independiente de Avellaneda, Néstor Grindetti, cuya principal preocupación era recibir los puntos para clasificar a la próxima ronda (a pesar que deportivamente no lo estaban logrando), pues en su opinión el único sancionado debería ser el equipo chileno, mientras los dueños de casa tendrían que ser liberados de cualquier responsabilidad. Cuando un presidente de una institución deportiva tan importante en un país donde se vive y respira futbol, opina como un barrabrava ignorante e indolente, no es mucho lo que se puede esperar en cuanto a cambios que posibiliten superar tragedias como ésta, ya que las decisiones estarán dirigidas sólo por conveniencias personales que traen como consecuencias el descuido aberrante de la seguridad de espectadores inocentes, de uno y otro lado, que colocan en peligro sus vidas.   

Una vez más podemos estar ante una barbarie que nos estremece para llevarnos a la rebeldía de exigir cambios que eviten situaciones parecidas a futuro, pero que con el paso de los días deje paso a otras preocupaciones, en agendas noticiosas que se deben principalmente al vértigo comunicacional, lo que sumado a la precaria memoria colectiva relativice hechos tan graves como éstos. Si a esto le sumamos variados intereses que se esmeran en entorpecer, e incluso evitar, investigaciones serias que arrojen responsabilidades sustantivas; es que sólo nos queda esperar la próxima tragedia. 

Pero no sólo la institución roja debería hacer un mea culpa por la deficiente organización, criminalidad de algunos de sus barrabrava e inentendible deficiencia del manejo policial respecto a la seguridad. La universidad laica debe identificar al grupo de delincuentes que destrozó lo que encontró, desde graderías hasta baños, para arrojar proyectiles a los hinchas de Independiente que se encontraban en la parte inferior, ya que colocaron en riesgo la integridad de personas inocentes de manera cobarde, además de provocar a otros termocéfalos que finalmente violentaron a varios de los más de 3.500 hinchas que no tenían culpa de la estupidez, intolerancia e insanidad mental de unos pocos. Entre los mismos barristas se sabe quienes lideran la violencia, que priorizan la agresión a otros disfrazada de devoción a los colores, que se autodenominan el rol de héroes cuando en realidad son sólo lumpen. Esta minoría, carente de valores, respeto y consideración genuina ante los demás, ha tomado como rehén a una actividad que es de todos, pero que las personas razonables van abandonando cada vez más ante el peligro de sufrir daños a la integridad propia o de seres queridos. Ni siquiera la terrible experiencia vivida por su archirrival hace unos meses les enseñó a ser más cautelosos, a valorar, querer y cuidar su institución. 

Como anécdota podemos señalar que, hace algunos días, aparecieron en redes sociales incendiarios e indignados mensajes repudiando la presencia de carabineros con armamento de guerra en las inmediaciones de Estadio Nacional cuando jugó la U en el torneo local. Su presencia era calificada como una “provocación” sin sentido en un ambiente familiar y seguro, reclamando a las autoridades como era posible tal agravio. Lo curioso es que casi la totalidad de los comentarios de la gente a esos mensajes apoyaba la presencia de la fuerza policial ya que les hacía sentir más seguros, pues si bien la inmensa mayoría presentaba un comportamiento ejemplar, basta con un puñado de desadaptados dispuestos a todo para realizar un inmenso daño.

La Copa Sudamericana pasó de un anhelo que permitiese revivir la hazaña de hace 15 años, a un traumático recuerdo que evitaremos evocar debido a la tristeza y vergüenza. En el torneo local probablemente el equipo vivirá la misma suerte de Colo Colo, con un plantel descentrado cuyas metas deportivas pasaron a segundo plano. Pero la pregunta de fondo parece ser: en materia de seguridad, ¿seguiremos igual después del infierno de Avellaneda?        

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