Alejandro el Grande
En Rancagua, la que fue su última estación, falleció el obispo magallánico, Alejandro Goic Karmelic. En la hora de su muerte, han aparecido justos reconocimientos de todo Chile, especialmente de aquellos silenciados, como prisioneros políticos y sus familias y los trabajadores de faenas duras como los mineros del carbón en Lota y Coronel y los mineros del cobre del Teniente. Sin embargo, su valentía y compromiso se puso una y otra vez a prueba para salir en defensa de los derechos humanos, esto, desde la primera hora.
Alejandro fue brillante alumno en las aulas del Liceo San José, sus paseos por calle Bories no pasaban inadvertidos. Alto, ojos claros, pintón, crack del fútbol en el viejo patio del colegio, también en el equipo de su barrio, el “Matadero”, Sokol y en la Selección del fútbol joven de Punta Arenas.
En aquellos tiempos, década del 50, nada hacia preveer que Alejandro, por vocación, por nosotros no descubierta, decidiera partir al Seminario, para consagrarse en 1966 sacerdote salesiano en la Catedral de su ciudad natal, ritual a cargo, del recordado obispo Vladimiro Boric.
A Alejandro Goic lo conocí, diría, desde siempre. Yo, niño, le relaté sus hazañas futboleras, primero en el colegio y, luego, en el estadio de la Confederacion Deportiva de Magallanes, donde defendiendo la camiseta sokolina, junto a Pedro, su hermano, con el que constituía una muralla casi inexpugnable, lo que repetía junto a los hermanos Fernández, Pascual, Avelino y Marco, cada vez que se ponía la roja del “Matadero”.
Junto a su eterno compañero y amigo Baherle, Alejandro era alumno de los primeros lugares, por lo que hacía pensar entre profesores y amigos que, luego de un brillante bachillerato, su destino sería marcado por una de las más importantes universidades del país.
La sorpresa fue mayúscula y generalizada cuando, luego de un viaje a Puerto Natales, toma la decisión de ingresar al Seminario, para transformarse en sacerdote diocesano, aquellos que dedican su vida a acompañar a pobladores desde sus parroquias, como lo hiciera brillantemente en San Miguel, Fátima y la cárcel pública en Punta Arenas, luego, como obispo en Osorno, Concepción, Talca y Rancagua y, durante seis años, como presidente de la Conferencia Episcopal de Chile.
El obispo Alejandro Goic fue un hombre valiente que alzó fuerte y clara la voz para hablarle a Chile del sueldo ético para los trabajadores. Mitigó el dolor de muchísimas familias en los duros y oscuros días del régimen dictatorial. Estuvo siempre en la primera línea para salir en defensa de los derechos humanos, como en sus horas finales tenía puesta su mirada y afanes en muchos sufrientes hermanos inmigrantes.
Nuestro último encuentro se produjo en la misa de despedida de otro gran magallánico y luchador como Alejandro. No exento de dificultades, acompañado por las monjitas que le cuidan, viajó desde Rancagua a Santiago para oficiar en silla de ruedas la misa de despedida a un hombre sencillo como José, que Alejandro conoció en horas tormentosas en nuestro barrio San Miguel… Alejandro y José, comprometidos hasta el fin de sus días, con el compromiso filial de servir hasta sus últimas horas a sus semejantes, a los más, afligidos, abatidos y necesitados.
Gracias, Alejandro, porque diste de beber al sediento.
Porque visitaste a los enfermos, a los que un día perdieron la libertad.
Porque curaste las heridas de los que sangraban sangre, angustia y desesperanza.
Abriste tu corazón a los que necesitan consuelo.
Gracias por ser quien fuiste, por tu amistad sencilla y generosidad.
Cura de mi barrio, obispo, orgullo de la Iglesia Chilena, por sobre todo amigo de todas las horas, con altura de gigante en las horas difíciles, que hicieron de ti un gran samaritano.
Que Cristo, que puso en tus manos la bandera de lucha y en tu alma su testimonio, te abra las puertas del cielo que sobradamente mereces, para que te encuentres con el Padre, con quien espero, descanses en paz eternamente.
Gracias por permitirme ser amigo de la vida y haber aprendido tantas lecciones de humanidad.
¡Hasta siempre, Alejandro el Grande!




