“Pereza metacognitiva”: el lado B de la IA
El MIT (Massachusetts Institute of Tecnology) es mundialmente reconocido por su tradición y producción científica, siendo una importante fuente de conocimiento en diversas áreas que van desde la física a la neurociencia cognitiva. Destaca su funcionamiento interdisciplinar y aplicado a fenómenos relevantes en la comprensión del ser humano y su entorno, por lo que sus hallazgos han guiado relevantes decisiones políticas y sociales de variados Estados.
Revuelo mediático ha provocado un estudio cuyos resultados preliminares aparecieron en junio de este año, referidos a la relación entre el uso de herramientas tecnológicas y el funcionamiento neurológico observado. El Media Lab del MIT seleccionó a 54 sujetos que fueron divididos en 3 grupos, asignándoles la tarea de escribir un ensayo utilizando diferentes instrumentos: al grupo 1 se le permitió utilizar LLM (una especie de Chat GPT, ósea IA: Inteligencia Artificial), al grupo 2 se le asignó el uso de un Buscador tradicional (Google, por ejemplo), y al grupo 3 no se le entregaron ayudas tecnológicas, por lo que debían utilizar su cerebro para resolver las dificultades que se les presentaban.
Aunque los resultados son muy interesantes, por motivos de espacio sólo resumiré algunas de las conclusiones obtenidas, ya que, si analizamos en profundidad las implicancias y, especialmente, las proyecciones futuras tendríamos una discusión particularmente desafiante.
El compromiso cerebral, es decir, el grado de activación y actividad neuronal que refleja la implicancia en los procesos cognitivos, fue mucho mayor cuando se ocupó el cerebro sin herramientas tecnológicas, intermedio con los buscadores y bastante menor al utilizar la IA; lo que resulta lógico debido a la premisa que las habilidades sólo serán utilizadas, y por ende fortalecidas en el tiempo, si hay una necesidad que las justifique. Un ejemplo clásico es aprender un segundo idioma, ya que en general los especialistas recomiendan experiencias naturales en contextos de inmersión por sobre clases esporádicas que utilizan métodos artificiales; es decir, que el aprendiz se “obligue” a asimilar los nuevos códigos para lograr comunicarse, creando y fortaleciendo la “musculatura” mental que antes no existía o era muy débil. Sin necesidad no hay desarrollo de la habilidad, sin desequilibrio no se busca equilibrar, sin problemas no hay aprendizaje. Relacionado con esto, la memoria fue también afectada, pues su manejo y efectividad resultó menor en presencia de IA y mayor sin el apoyo de herramientas digitales. Esto se refiere a recordar mucho menos el producto final, ya que el sentido de autoría, ósea haber trabajado activamente lo que se creó, resultaba mucho menor cuando sólo se le daban las instrucciones a la IA para que ejecutara el trabajo, lo que nos lleva a la discusión acerca de la real utilidad al obtener una buena calificación gracias a un trabajo ejecutado por un chat, pero relativizar su comprensión y utilización posterior como conocimiento útil en la necesidad de resolver problemas. A este fenómeno se le ha denominado “deuda cognitiva”, ya que hubo una muy baja inversión de los procesos cognitivos debido a que realmente el trabajo de pensar se lo llevó la IA.
Lo que especialmente preocupa es que llevar este funcionamiento como un hábito desarrollaría la denominada “pereza metacognitiva”. La metacognición se refiere al “pensar en el pensar”, es decir, a hacer conscientes los distintos procesos del pensamiento para buscar soluciones a los problemas. Por ejemplo, cuando usted debe encontrar respuestas a dificultades complejas, generalmente abstracciones, debe seleccionar distintos tipos de razonamientos según la pertinencia y objetivos que pretende. En algún momento analizará, en otro describirá, pasará a explicar, generalizar o discriminar según lo más adecuado a fin de lograr soluciones coherentes y especialmente útiles. Nadie le dirá lo que debe ir realizando, simplemente usted lo irá practicando gracias a que posee estructuras mentales que guían este proceso, las que fueron aprendidas en la experiencia que nos facilitaba la educación, comprobadas en los aciertos o corregidas en los errores. Todo ese proceso que desde siempre lo hemos percibido como natural y necesario, destinándole tiempo y esfuerzo, las nuevas generaciones lo podrían evaluar como un trámite prescindible pues un dispositivo lo hará por ellos, en una distopía aterradora que ya algunos investigadores han identificado como la creación de nóveles estúpidos.
Se ha recordado lo que pasó con la aparición de las primeras calculadoras de bolsillo. Resultaba especialmente útil para realizar operaciones numéricas complejas, pero muchas personas se fueron acostumbrando a utilizarla también para problemas simples que antes resolvían mentalmente sin mucho esfuerzo. Con el tiempo esa habilidad se fue perdiendo, llevando a la pereza y frustración cuando no se tenía a mano el aparato salvador.
La IA es una herramienta fascinante, con un potencial difícil de proyectar, pero sigue siendo un instrumento, por lo que las consecuencias de su utilización dependen de las decisiones que adoptemos sobre el funcionamiento que elegiremos. Por esto es que el desafío de las políticas y sistemas educativos, además de los adultos al enseñar a las nuevas generaciones, es de inculcar y supervisar su uso como un complemento de nuestro desarrollo integral, equilibrando lo cognitivo, emocional y social, estimulando nuestro pensamiento, creatividad y comunicación. Eso lleva trabajo, tiempo y esfuerzo, los que no gozan de una evaluación popular, por lo que resulta más fácil aprender sencillas instrucciones para obtener muy buenos productos que ilusoriamente serán auto atribuidos, mientras sin darse cuenta, las habilidades se van atrofiando para llevar a la dependencia, llevando a una toma de decisiones carente de pensamiento crítico. La advertencia está planteada y lo que está en juego es demasiado importante para relativizarla.




