Una guerra difícil
La primera reacción del Presidente Donald Trump fue de shock y sorpresa. Pero casi de inmediato saltó a la indignación. En la tarde del miércoles pasado, en un video desde la Casa Blanca calificó el asesinato de Charlie Kirk como “un momento oscuro” para Estados Unidos. “Durante años, la izquierda radical ha comparado a maravillosos estadounidenses como Charlie con nazis y los peores asesinos en masa y criminales del mundo… Esta retórica es la responsable directa del terrorismo que estamos viendo hoy día en nuestro país”.
Nunca, desde que regresó a la presidencia, había vivido tanta frustración. Los acuerdos con Vladimir Putin, que parecían garantizados tras su encuentro en Alaska, no se materializaron y no ha logrado el ansiado acuerdo de paz en Ucrania. Peor aún: drones rusos impactaron en territorio polaco, desatando la indignación solidaria de la Otan. Otro aliado suyo, Benjamín Netanyahu, tampoco lo quiere escuchar. Mientras sigue empeñado en expulsar a todos sus habitantes de Gaza, Israel atacó a Doha, capital de Catar, un régimen que pretendía apoyar las negociaciones de paz con Hamas.
Se complicaron, además y por partida doble, las relaciones con nuestro propio continente. Siente que tanto Brasil como Venezuela -aunque en planos diferentes- desafían su visión del nuevo orden que quiere imponer en el mundo. Lo enojó la condena a Jair Bolsonaro, a quien tiene en alta estima, por intento de golpe de estado cuando quiso frustrar la toma de posesión de Lula Da Silva. El intento, es muy parecido al ataque contra el Capitolio en Washington antes que asumiera Joe Biden. Desde que llegó al poder Trump trató de imponerse al Poder Judicial para defender a Bolsonaro. Lo grave es que no ha renunciado a dicho empeño.
En un acto aún más beligerante, Trump ordenó pulverizar una embarcación venezolana que, según él, transportaba narcóticos a EE.UU. Sigue abierta la oferta de 50 millones de dólares por la captura del Presidente Nicolás Maduro a quien le niega legitimidad. Su objetivo de fondo, insiste, es uno solo. En conferencia de prensa anunció: “Acabamos de disparar a un barco que transportaba drogas. Sucedió hace sólo unos momentos”. Y complementó: “Tenemos muchas drogas ingresando a nuestro país, desde hace mucho tiempo, y están viniendo fuertemente desde Venezuela. Muchas cosas están viniendo desde Venezuela. Lo hemos eliminado”.
Pero la experiencia, que no es nueva, no está de su parte.
Ha habido más de una guerra que ya fracasó. En el siglo XIX se produjeron dos conflictos bélicos entre los imperios chino y británico originados por los intereses comerciales derivados del contrabando británico de opio en la India y en China y los esfuerzos del gobierno chino por imponer sus leyes. Al final la derrota china forzó al gobierno a tolerar el comercio del opio. En las décadas siguientes se convirtió en un próspero negocio.
La explicación científica de la adicción es que los opioides consiguen bloquear los mensajes de dolor e impulsar la sensación de placer. Tradicionalmente se elaboraban a partir de la adormidera, actualmente se sintetizan en laboratorios, como el fentanilo, aunque hay muchos más.
En otras palabras, históricamente no se ha suprimido el consumo de drogas por la vía armada. Es la lección que Trump no conoce. Ni tampoco sus admiradores.




