Epoca electoral, época de galimatías
Como buen hijo de clase media una forma de instrucción casera u hogareña se graficaba en la obligación autoimpuesta de aprender a lo menos dos palabras nuevas cada semana y buscar el momento preciso para hacer gala de mis nuevos conocimientos frente a mi madre o mis referentes adultos a quienes admiraba. Dicha practica subjetivamente buscaba el reconocimiento por parte de mi mundo adulto (lo que implicaba un enorme respeto a quienes me formaron), pero también una necesidad de avanzar en el maravilloso mundo del conocimiento, cuya puerta de entrada es la palabra. De ahí el recuerdo de esta palabra que motiva mi columna de hoy.
Galimatías, conforme a lo precisado por la Real Academia Española es un lenguaje oscuro y difícil de comprender, o un lío o desorden general
se usa para describir algo confuso, desordenado por la impropiedad del lenguaje o por la confusión de las ideas.
Pareciera que no existe confusión en las ideas expresadas por los distintos candidatos a la presidencia o en el reconocimiento que, de tales ideas, se efectúa por los ciudadanos, pero creo que existe una claridad más aparente que real, como paso a señalar.
Primero. Existe un fenómeno muy arraigado en la vida social en virtud del cual nadie reconoce cuando no comprende una determinada cuestión que es de conocimiento público, existe una especie de pudor a reconocer la ignorancia que es muy normal, pero también una necesidad de formar parte de los grandes discursos o corrientes que te invitan a abrazarlos, sin mayores precisiones ni comentarios.
Segundo. En relación con el punto anterior, también existe una costumbre muy arraigada de escuchar lo que uno quiere o lo que uno necesita; el ejemplo clásico se da en las rupturas de las parejas o en las crisis que presentan las amistades; si cada uno escucha lo que quiere escuchar, existe una tierra fértil para que las ideas oscuras y confusas aparezcan como claras y comprensibles.
Tercero. Por supuesto que los candidatos también contribuyen a esto, pues con un conocimiento evidente del valor de la retórica y su funcionamiento, un conocimiento de los temas públicos mayor que el común de los ciudadanos y la evidente utilización de los emblemas y posiciones políticas para generar una mayor adhesión, más con efectos que con razones, la cuestión de por sí es confusa.
Algunas cuestiones como prueba de lo anterior: programas que no se entrega y modifican rotundamente, declaraciones contradictorias en materia de política exterior, ofertas de ahorro en gastos públicos sin indicar la forma en que se producirán, propuestas de soluciones automáticas que, evidentemente, no son viables a la luz de la historia y nuestro sistema político.
Pero, el problema no viene, precisamente, de los candidatos, si no que de la sociedad, entendiendo por tal los ciudadanos como unidades básicos del sistema social, pero también los estamentos o instituciones que deberían contribuir a mejorar el ejercicio de la política: los partidos políticos que deberían formar mayor cantidad de personas con conocimientos y preparación política, los periodistas que deberían contribuir a desenmascarar estas confusiones e impropiedades y nuestras propias autoridades que deberían de intervenir, no para realizar el tan mentado intervencionismo electoral que, dicho sea de paso no está definido ni sancionado en nuestro sistema, pero que cada vez que se nombra pareciera que se ha cometido un crimen imperdonable, sino que para defender el ejercicio de la política.
En fin, existen muchas personas y actores que, debiendo llevarnos hacia la luz, contribuyen para que sigamos en la oscuridad escuchando lo que queremos escuchar y esperando lo que necesitamos para vivir, sin atender la pobreza, oscuridad y confusión en las ideas de quienes nos pretenden dirigir. Tenemos una tarea pendiente para la sociedad y espero que podamos contribuir a ello, lo viejos con la experiencia y los jóvenes con el ímpetu que los impulsa.




