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Parásitos o servidores

Por Carlos Contreras Martes 21 de Octubre del 2025

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Según la Real Academia Española, “denostar” significa “injuriar gravemente o infamar de palabra a una persona o cosa. También se puede interpretar como proferir ofensas graves o hablar muy mal de alguien”.

Leí con atención la columna publicada el día 8 de octubre de este año y cuyo autor es don Cristián Valenzuela por cuanto estimé que se había generado una bataola o bulla innecesaria en torno a su contenido
, pero estaba equivocado y aquí las razones por las cuales llegué a esa conclusión.

Para afirmar juicios de valor tan graves es preciso apoyarse en algunas cifras, no sólo por rigor en la transmisión de información que se dirige a los ciudadanos, si no que, las cifras nos permiten contextualizar el supuesto conocimiento en el cual se pretende apoyar el opinante.

Chile tiene en la actualidad un número aproximado de 930.000 funcionarios públicos y los cargos de exclusiva confianza, no concursables y que dependen de la autoridad política al año 2025 es de 2.499. Entonces, los funcionarios que no requieren concurso para ingresar al Estado, que son de confianza política de las autoridades superiores, no alcanza al 2,7 por ciento del total.   

No existen cifras oficiales, pero al retorno de la democracia el año 1989, la cantidad de funcionarios de confianza superaba los 10.000 cupos para una cantidad notoriamente inferior de funcionarios en el Estado que sumaba aproximadamente $300.000, así los cargos de confianza, porcentualmente, alcanzaban al 3.3 por ciento. Estos cargos, eran heredados de la dictadura cívico militar.  

Por otra parte, la columna no dice o aporta absolutamente nada, pues además de denostar, sólo señala la frase mantra: “hay que reducir al Estado”, sin explicar por qué, salvo por la supuesta razón que existen muchas personas (que ascienden a menos del 3 por ciento del total de funcionarios públicos) que no tienen justificación en cuanto a su utilidad. En mi opinión, nadie se puede aprovechar de su propio dolo o torpeza, pues en este país ha gobernado la derecha y la izquierda y nunca se ha hecho un esfuerzo real, técnico (ya que a algunos le gusta mucho esta palabra) y político (aunque les duela, la política existe y los muchos de los que la critican viven de ella) para actualizar y dotar de eficiencia al Estado. 

Lo he señalado en otras oportunidades, el Estado necesita una reforma, si ello radica en el número, puede ser, pero también debe radicar en las especialidades y en la externalización de funciones que no tiene razón de ser en la función pública y pueden ser objeto de contratación pública.

La reforma del Estado es cuestión compleja de inteligencia, experiencia y análisis, no sólo de número y cualquier “aporte” denostativo y carente de propuesta clara, más que eliminar, no amerita ser considerado seriamente, aunque puede ser comidillo e insumo de nuestro alicaído y pobre sistema político. 

Finalmente, me parece necesario dar cuenta que no es aceptable que quienes pretendan gobernar el país o sus colaboradores, utilicen la agresividad, el maltrato o la denostación en su forma de expresarse o actuar, pues ello da cuenta de una forma de ser, de un sustrato humano muy pobre que no se condice con la conducta cívica. Particularmente creo que, efectivamente uno tiene el derecho y el deber de ser brutal cuando expresa sus opiniones, siempre que sea con respeto y consideración a las personas e instituciones y dentro de niveles de conversación y discusión que se generen en ámbitos reducidos para evitar conflictos innecesarios. Generalizar respecto de las instituciones las mata y destruye, los problemas son las personas, las administraciones no son malas, son las personas que forman parte de ella y deberíamos acostumbrarnos a preocuparnos de ello. 

No quiero, con esto, decir que no existan personas que no merezcan estar en la administración pública que, por cierto, las hay, pero para ello debemos obligar a los jefes superiores a que ejecuten las acciones destinadas a dotar de excelencia a la administración pública que es de todos los chilenos, sacando del sistema a quienes no contribuyen a sus propósitos de bien común.

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