Un liderazgo que aún necesita puerto

Las cifras de la próxima temporada de cruceros en Magallanes -163 naves proyectadas y más de 84 mil pasajeros- confirman el creciente protagonismo de la región en las rutas antárticas. Que casi un 80% de las recaladas correspondan a cruceros expedicionarios es, sin duda, un signo del atractivo que el extremo sur ejerce sobre el turismo internacional. Pero también obliga a mirar con realismo lo que ocurre puertas adentro: el desarrollo portuario no ha crecido al mismo ritmo que el flujo marítimo.

Mientras Puerto Williams consolida su rol como base antártica -gracias a la decisión estratégica de Silversea de operar desde allí-, Punta Arenas sigue enfrentando limitaciones estructurales que restan competitividad. El muelle Arturo Prat, epicentro histórico de la actividad turística, requiere con urgencia una ampliación que le permita recibir con comodidad y seguridad a las naves de mayor calado. Lo mismo ocurre con las instalaciones de Mardones, que funcionan al límite de su capacidad operativa.

No basta con multiplicar recaladas si los espacios de atraque, los accesos viales y los servicios asociados no acompañan ese crecimiento. El turismo de cruceros, especialmente el vinculado a la Antártica, exige estándares cada vez más exigentes: eficiencia, logística moderna y una coordinación interinstitucional que evite la improvisación. La imagen del destino no depende solo de la belleza del paisaje o de la cordialidad local, sino también de la experiencia técnica y urbana que el visitante percibe desde que el barco toca el muelle.

En este sentido, el entusiasmo por las proyecciones no debiera ocultar una verdad incómoda: Magallanes ha avanzado más por inercia del interés global que por planificación propia. El auge del turismo antártico ha encontrado aquí un punto natural de conexión, pero no necesariamente una infraestructura a la altura de ese rol. Persisten brechas en servicios portuarios, transporte terrestre, conectividad aérea y gestión ambiental, factores que influyen directamente en la competitividad regional frente a otros puertos del Cono Sur.

La experiencia reciente del retiro del rompehielos Nathaniel Palmer del programa estadounidense recuerda, además, la fragilidad de depender de operaciones específicas. Los ciclos cambian, las compañías se reubican y los mercados turísticos son volátiles. Si la región aspira a consolidarse como puerto base del hemisferio austral, debe hacerlo con una estrategia sostenida, que combine visión logística, inversión pública y liderazgo político.