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“Punta Arenas es también una creación italiana: los salesianos trajeron cultura, educación y ciudadanía”

Domingo 9 de Noviembre del 2025

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Cuando el arquitecto y urbanista italiano Rinio Bruttomesso pisó por primera vez Punta Arenas, en octubre de 2019, lo hizo movido por una curiosidad casi simbólica. Habían transcurrido 499 años desde el paso de Hernando de Magallanes por el estrecho que hoy lleva su nombre y, como estaba seguro que no podría regresar para la celebración de los 500 años, este vicentino -como también lo era el cronista Antonio Pigafetta- realizó un acto  sorprendente y de una inocencia inesperada para un hombre de su edad: hizo un barquito de papel y lo lanzó al mar austral.

“Era un gesto simple, pero sentí que estaba tocando un mito. Pisar el suelo del estrecho cambia la percepción: aquello que parecía leyenda se vuelve real”, plantea.

Al relatar su “aventura” naviera en el fin del mundo, los ojos de Bruttomesso sonríen, casi como si volviera a ser un niño travieso o un polizonte en una de las naos de la escuadra magallánica.

De esa primera visita, brotaron dos cosas: primero, el asombro ante una ciudad-capital tan única y bella; y segundo, el empeño investigativo que, no obstante, parece muy innato en él.

Habla, entonces, de un doble “descubrimiento”. Pero, reflexiona y corrige, considerando que es más apropiado usar el término “revelación”. Así, puntualiza que la primera “revelación” fue Punta Arenas en sí misma y su plaza, la que inmediatamente le pareció “una de las más bellas y elegantes” entre las que ha visto en varios países latinoamericanos que ha visitado durante décadas.

La segunda “revelación” fue casi inevitable y llegó cuando se dio cuenta de que la historia urbana de esta “ciudad encantadora” estaba ligada a la presencia “italiana” de los seguidores de Don Bosco, que llegaron en la segunda mitad del siglo XIX a estos territorios extremos y, entonces, desolados del planeta.

Encerrado durante la pandemia, comenzó a explorar -desde su oficio de arquitecto- cómo una ciudad nacida como presidio se había convertido en capital regional. “La historia urbana de Punta Arenas es excepcional. Pasó de ser un lugar de confinamiento a un polo de desarrollo. Y lo más curioso: apenas aparece mencionada en los manuales de historia urbana latinoamericana o europea”, comenta con sorpresa.

De esa búsqueda nació “I salesiani alla fine del mondo” (“Los salesianos al fin del mundo”), un libro que propone una lectura arquitectónica, social y cultural de la obra salesiana en Magallanes. Pero más que un relato de templos o ladrillos, el texto indaga en las personas detrás de ellos. “Las ciudades las hacen los hombres y las mujeres”, afirma Bruttomesso. “No podía hablar de arquitectura sin hablar de sus protagonistas. Ellos no sólo construyeron edificios, sino también una forma de convivencia, de civilidad”.

El primer volumen de esta obra lleva por título: “I seguaci di Don Bosco e la costruzione di Punta Arenas, capitale della Patagonia australe” (“Los seguidores de Don Bosco y la construcción de Punta Arenas, capital de la Patagonia austral”).

Una plaza,
dos símbolos y un desafío

La portada del libro muestra una imagen icónica: la Catedral de Punta Arenas y, frente a ella, el monumento a Hernando de Magallanes. Esa fotografía -dice Bruttomesso- resume un duelo silencioso.

“De un lado está la catedral, obra simbólica de Monseñor José Fagnano; del otro, la estatua de Magallanes erigida por voluntad de José Menéndez. Son las dos caras de una misma historia: la del poder espiritual y el poder económico”, explica.

El arquitecto interpreta esa relación como una tensión permanente, pero también como una colaboración fructífera. “Durante años, Fagnano y Menéndez escribieron la historia de esta ciudad. Uno con su fe y su capacidad de organización; el otro con su impulso empresarial. Ambos construyeron, cada uno a su modo, la idea de una civilización en el fin del mundo”, apunta.

En esa lectura, la Plaza Muñoz Gamero se convierte en el centro simbólico de esa dualidad: la religión y el progreso, el mito y la modernidad, la Europa espiritual y la América de frontera.

Un arquitecto que
mira la fe desde la razón

Bruttomesso no es creyente. Y, precisamente por eso, observa la acción salesiana con una mirada laica. “La congregación fundada por Don Bosco fue la respuesta más moderna que tuvo la Iglesia al mundo industrial. Nació en Turín, formando obreros y artesanos, educando en oficios. Cuando Fagnano llega a Punta Arenas, replica ese modelo. Convierte a la ciudad en su laboratorio urbano”, reflexiona.

Esa visión lo llevó a descubrir que los salesianos, más que misioneros, actuaron como planificadores sociales. Crearon escuelas, talleres, imprentas y redes de comunicación. “Fagnano trajo las máquinas tipográficas, fundó “El Amigo de la Familia”, promovió la formación técnica. Fueron adelantados en educación, comunicación y gestión urbana. Lo que en Europa era una experiencia moderna, aquí se transformó en una utopía concreta”, resume.

Ángela Vallese:
la mujer olvidada

Uno de los mayores aportes del libro de Bruttomesso es rescatar la figura de Ángela Vallese, primera superiora de las Hijas de María Auxiliadora en Magallanes. Para el autor, Vallese fue el “alter ego femenino” de José Fagnano.

En su libro, para hablar de ella se remonta al 14 de noviembre de 1877 y, como si fuera una máquina del tiempo, describe lo que pasaba en el puerto de Génova y relata lo que él califica de “una escena conmovedora, que no sólo está por abrir un capítulo nuevo en la historia de la congregación salesiana, sino, más en general, se aprestaba a escribir una página significativa de la obra de evangelización de la Iglesia Católica en todo el mundo”.

Y, tan esclarecedor como su relato interpretativo, resultan las dos pinturas de los artistas Raffaello Gambogi y Angelo Tommasi, ambas dedicadas a los migrantes y que permiten retratar los momentos de la partida, con el cariño familiar, pero también la tristeza del adiós y los abrazos a los queridos, que, para muchos, fueron los últimos, al no existir a menudo alguna posibilidad de regresar.

Entonces en su libro relata: “Pero, en Génova, ese día -el mismo 14 de noviembre, como cuando dos años antes partió para Sudamérica la primera misión de los padres salesianos- la escena era un poco diferente: sobre el andén  donde se reunían los pasajeros que estaban a punto de embarcar en el vapor francés “Savoie” -casualmente, el mismo de 1875- había un numeroso grupo que destacaba por la presencia de una figura importante y conocida: Don Juan Bosco. Junto con la madre María Mazzarello, había venido a saludar y bendecir a los integrantes de la tercera expedición de sus salesianos, pero sobre todo a aquellas jovencísimas Hijas de María Auxiliadora en su primera misión a Latinoamérica”.

Este es el contexto que nos entrega Bruttomesso para que podamos comenzar a dimensionar quién fue y cuál es la importancia de Angela Vallese, quien de sólo 23 años, lideraba a este grupo. Y, emulando el gesto de este arquitecto-escritor, individualizaremos también a las otras jóvenes que partieron hacia el confín del mundo aquel 14 de noviembre de 1877: Giovanna Borgna (17 años), Angela Cassulo (25), Angela Denegri (17), Teresa Gedda (24) y Teresina Mazzarello (17).

“Ella (Vallese) organizaba las misiones, asignaba destinos, tomaba decisiones estratégicas. Era una manager en tiempos en que la palabra ni existía”, sostiene. Su rol como mediadora cultural entre los misioneros y los pueblos originarios fue, a juicio del autor, decisivo: “Las mujeres eran el puente. Ellas hablaban con las mujeres indígenas y, gracias a esa confianza, se podía llegar a los caciques. Sin esa mediación, nada habría sido posible”.

El arquitecto lamenta que la historia local reduzca a Vallese a la fundadora del Liceo María Auxiliadora. “Su contribución fue civilizadora, no sólo evangelizadora. Lo que hoy conocemos como la red escolar salesiana, con miles de estudiantes, es también fruto de esa obra femenina. Sin Vallese, Fagnano no habría podido construir ese imperio educativo”, enfatiza.

El ojo atento y escudriñador de este arquitecto reparó en que en el Santuario María Auxiliadora existe una lápida de los salesianos fallecidos desde aquellos tiempos a años recientes. Pero, no sucede lo mismo con los nombres de las hermanas de esta orden. Para él, esto no deja de ser decidor y refleja en parte cuán injustos hemos sido con estas mujeres misioneras.

Por ello, en su libro propone incluso un gesto concreto: que, en el 150º aniversario de la primera misión de las Hijas de María Auxiliadora (2027), se coloque una lápida en dicho santuario con los nombres de esas mujeres. “Sería un acto de reparación histórica. El reconocimiento no puede ir siempre en una sola dirección”, plantea.

El debate sobre Isla Dawson

El tema más delicado que aborda el libro -y que Bruttomesso enfrenta sin evasivas en esta entrevista- es el papel de los salesianos en las misiones indígenas, en especial en Isla Dawson. A más de un siglo de aquellos hechos, reconoce que el debate sigue abierto y cargado de juicios contemporáneos.

“Hablar de genocidio es una simplificación peligrosa”, advierte. “Hay que distinguir entre responsabilidad subjetiva y objetiva. El proyecto original no fue de exterminio, sino de salvación. Querían reunir a grupos que estaban siendo diezmados. Lo que ocurrió después -la mortalidad, las enfermedades- fue consecuencia de un contexto que nadie comprendía del todo. Como el Covid en su momento, fue algo desconocido”, apunta.

Sin negar los errores, rescata la capacidad de la congregación actual para reconocerlos: “La historiografía salesiana de hoy ya no es hagiográfica. Se habla de equivocaciones, de visiones limitadas, de consecuencias no previstas. Esa autocrítica es saludable y necesaria. Pero atribuirles el exterminio de los pueblos originarios es una caricatura. La historia no se escribe con consignas”, subraya.

Los italianos en la Patagonia

Para Bruttomesso, el aporte italiano a la construcción material y cultural de Magallanes sigue siendo un capítulo poco reconocido. “Cuando se habla de inmigración, se nombran a croatas, suizos o alemanes. Pero detrás de los salesianos había una comunidad italiana muy activa. No sólo sacerdotes: arquitectos, maestros, tipógrafos, enfermeras, mujeres valientes que dejaron todo para venir al fin del mundo”, observa.

A su juicio, los salesianos fueron italianos antes que religiosos. “Su aporte trasciende la fe. Fueron educadores, constructores, urbanistas, promotores culturales. Mientras otros levantaban empresas, ellos levantaban ciudadanía. No se puede entender Punta Arenas sin entender esa raíz italiana”, insiste.

Esa mirada cultural es la que recorre cada página de “I salesiani alla fine del mondo”, donde las misiones, los colegios, las imprentas y las casas religiosas aparecen como expresiones de un mismo impulso civilizador. “No era solo evangelizar. Era enseñar, formar, construir”, resume el autor.

Reconstruir la memoria

El trabajo de Bruttomesso se inscribe en una cruzada personal por recuperar la historia urbana y humana del extremo sur. Ya prepara un segundo volumen dedicado al padre Juan Bernabé, “el más importante constructor religioso de todo el cono sur”, según sus palabras.

“Quiero ir a su ciudad natal, en Trento, a decirles: ‘Ustedes tuvieron a uno de los grandes arquitectos del sur del mundo y ni lo saben’”, adelanta.

Para él, recordar no es un gesto nostálgico, sino una obligación cívica. “Si hoy Punta Arenas es una ciudad capital, se debe al trabajo heroico de muchas personas, hombres y mujeres, conocidos y anónimos. La historia no puede olvidar a quienes construyeron, literalmente, este pedazo de mundo”.

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