Seguridad ciudadana: la gran bandera de lucha para estas elecciones
No cabe duda que los candidatos presidenciales que este domingo recibirán el escrutinio de la gente en las urnas, han considerado que la delincuencia es una temática que no puede estar fuera de sus programas. Algunos la han priorizado como estandarte central de su propuesta, mientras otras posturas que antes escasamente la consideraban han mutado para plantearla en sus potenciales acciones. Por otra parte, candidatos más testimoniales han seguido con un discurso abstracto que pareciera no llegar a ninguna parte más que permanecer sin grandes cambios en esta temática.
Pero lo relevante es que, en tiempos donde cualquier recurso sirve para convencer a una gran cantidad de indecisos y desencantados, el énfasis en esta parte de nuestra realidad podría inclinar la balanza. Pero la pregunta de fondo es: ¿cuál es nuestra realidad en términos de seguridad ciudadana? Aquí se enfrentan dos conceptos relevantes que son las cifras, puras y duras; respecto a la “percepción del delito” por parte de la ciudadanía, la que puede presentar particularidades subjetivas debido a que es una construcción personal y social de los individuos.
Lo cierto es que las cifras nos muestran un deterioro de nuestra seguridad en variados ámbitos, el que ha sido progresivo. Uno de los que más preocupa es la tasa de homicidios, que se ha duplicado en la última década, aunque el año pasado bajó levemente. Pasamos de 3 a 6 muertes por cada 100.000 habitantes, lo que, según analistas internacionales, aún seguiría siendo bajo si nos comparamos con otros países de la región. Pero aquí viene lo interesante: resulta de escaso consuelo para nuestros compatriotas cuando se analizan estas cifras, pues la inevitable comparación es con nuestro pasado no tan lejano. Y es aquí donde el aspecto cualitativo imprime su efecto en nuestra percepción, ya que en poco tiempo hemos recibido la importación de métodos terribles de violencia que sólo veíamos en series o películas. Pasamos del lanzazo a los portonazos y turbazos, de los sigilosos mecheros a pandillas organizadas y agresivas. Pareciera que en determinados sectores la policía no tiene capacidad de ingresar, evidenciando muchas veces un poder de fuego inferior a quienes han decidido violar la ley para imponerse. Por más que algunos insistan acerca de la manipulación de los medios de comunicación respecto a mostrar los delitos de manera insistente, no se puede desconocer que esos hechos son reales, así como sus víctimas. Pero más importante que algunos programas de televisión destinen una buena parte de su parrilla a mostrar delitos de todo tipo, la información estará siempre en la palma de nuestra mano a cualquier hora y de manera expedita.
Más allá que hace un tiempo la ministra del Interior declaró que la delincuencia en Chile depende más de una percepción de la gente que de una realidad manifiesta; esa percepción ha mostrado en diversas investigaciones que los chilenos experimentan una altísima sensación de miedo ante su propia seguridad. No sólo ese casi 9% de los hogares que han reportado haber sido víctimas de delitos, pues más del 80% de las personas presentan temor por su propia tranquilidad y la de sus familias. Esto no sólo ha ido gradualmente cambiando algunos hábitos de los ciudadanos, como evitar salir en la noche especialmente en algunos sectores, ya que también ha afectado la salud mental de muchas personas, especialmente cuando los trastornos ansiosos son cada vez más frecuentes ante un escenario cuya principal distinción es la incertidumbre.
Una vez más la política debe hacerse cargo de una necesidad muy relevante para nuestra adecuada convivencia como país. El problema más importante es cuando los partidarios de una u otra ideología se deben más a la incondicionalidad de sus postulados que al diagnóstico de la realidad. Defender ciega y hasta agresivamente el fortín propio a fin de seguir abrazando el poder u obtenerlo a toda costa, hace cada vez más escasos e inútiles los espacios de diálogo y consenso que lleven a un proceso en busca de soluciones reales.
Esperemos que quien gane las elecciones aborde este fenómeno desde una mirada técnica por sobre lo efectista. Que se hagan cargo expertos con experiencias probadas, más que improvisados cuoteos políticos que no llevan a nada productivo debido a la ignorancia del elegido de turno. Finalmente, que se integren medidas inmediatas y prácticas, con otras a mediano y largo plazo que proyecten las necesarias oportunidades para quienes lo necesiten. Con el tiempo hemos visto que las primeras no se implementan debido a que no se desea pagar el precio de la impopularidad, mientras que las segundas, debido a su naturaleza, no entregan los votos necesarios para ganar la elección que se viene a la vuelta de la esquina. Aunque cueste, sigamos soplando la llama del optimismo y la esperanza.




