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La tragedia del Paine

Por La Prensa Austral Miércoles 19 de Noviembre del 2025

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La tragedia ocurrida en el circuito “O” del Parque Nacional Torres del Paine -con cinco turistas extranjeros fallecidos en el paso John Gardner, según lo informado al cierre de esta edición- marca uno de los episodios más dolorosos en la historia reciente del principal destino natural de Chile.

No se trata sólo de un accidente fatal en un entorno extremo. Es un golpe que obliga a revisar de manera profunda la forma en que gestionamos un parque que cada año incrementa su número de visitantes, pero cuyas capacidades de control, prevención y respuesta parecen tensionarse una y otra vez frente a emergencias de gran magnitud.

El aviso de socorro, recibido la tarde del lunes, activó inmediatamente a Senapred y a los equipos especializados de alta montaña. Carabineros, el Gope, las Patrullas de Auxilio y Rescate del Ejército, Socorro Andino y los guardaparques de Conaf desplegaron un operativo complejo, enfrentando vientos superiores a los 190 km/h, intensas nevadas y condiciones que en pocas horas transformaron el paso John Gardner en una trampa mortal. La viralización del mensaje “Please help!” reflejó en tiempo real el nivel de desesperación que se vivía en el macizo. A pesar de los esfuerzos de los rescatistas, el saldo final -una pareja mexicana, otra alemana y una mujer británica- revela el límite físico y humano al que fueron llevados quienes intentaron socorrerlos.

En tragedias como esta, la primera respuesta suele centrarse en la emergencia: empadronar, rescatar, evacuar, repatriar. Y es comprensible. Sin embargo, una vez concluida la fase de búsqueda, la pregunta que corresponde hacerse es más incómoda, pero indispensable: ¿Cómo es posible que el parque más emblemático del país siga dependiendo de un sistema de prevención y control tan vulnerable frente a situaciones extremas que son, precisamente, parte inherente de la alta montaña patagónica?

Las autoridades señalaron que los senderos estaban habilitados, que no había restricciones y que los visitantes recibieron advertencias tanto en porterías como en puntos de control. Pero ese marco, en apariencia suficiente, no logra despejar la inquietud de fondo: en un circuito como el “O”, de alta exigencia, aislado, largo e impredecible, ¿es aceptable que sólo haya advertencias “informativas”?

La pregunta se impone sola: ¿estamos dimensionando correctamente el tipo de emergencias que pueden ocurrir en el Paine y si disponemos del equipo y material necesarios para responder ante ellas?

El circuito “O” atrae a miles de visitantes al año, muchos de ellos sin experiencia previa en montañismo. El clima es cada vez más errático y violento. La infraestructura de apoyo crece a un ritmo desigual y los mecanismos de control -aunque han mejorado- siguen dependiendo de equipos que hacen mucho con poco.

La reflexión, por tanto, va más allá de la tragedia puntual. Es un llamado urgente a revisar la forma en que Chile gestiona su principal parque nacional en un escenario donde el turismo crece, pero también lo hacen los riesgos. Regular el tránsito en los circuitos más peligrosos, exigir guías certificados en determinados tramos, fortalecer los sistemas de alerta, robustecer la flota aérea, ampliar la cobertura de comunicaciones y aumentar el personal de montaña no deberían ser opciones discutibles, sino pilares mínimos de una política seria de seguridad en áreas silvestres protegidas.

Las montañas hablan con crudeza. Esta vez lo hicieron con un mensaje devastador. No podemos darnos el lujo de no escucharlo.

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