Cuando ganando se pierde
En estas semanas previas a las elecciones, la vida de cada persona y su entorno es como un observatorio desde donde contempla lo que sucede y se va formando sus propias opiniones sobre este acontecimiento que nos involucra a todos, y que tiene consecuencias importantes en la vida del país y de cada uno de los ciudadanos. Desde ahí, cada persona participa a su modo, porque de eso se trata, de participar en una decisión que toca la vida de todos, y no -simplemente- de un espectáculo más a contemplar.
Al ser un sacerdote católico, tengo contacto con muchas y muy diversas personas, y puedo observar actitudes que se repiten en casi todos los grupos humanos. Hay de todo, y son actitudes reveladoras de lo que somos y del mundo que nos habita por dentro, así como de nuestra manera de habitar nuestro mundo.
Están los que viven al día de la retórica y de los bombos de la campaña electoral, y a veces, su razonamiento no es muy distinto al de las barras bravas del futbol, y con ese mismo fervor rechazan cualquier crítica y son impermeables a la autocrítica. Están los viejos luchadores que, con la perspectiva de lo vivido, tienen claras sus opciones y mucha claridad acerca de lo que está en juego. Están los idealistas y, también, los decepcionados de la política; ambos piensan que la oratoria electoral y sus ofertones son una trampa para incautos. Están los candidatos a la oficina de empleos que abrirá el nuevo gobierno, sea cual sea. Por ahí están, también, algunos ciudadanos conscientes que, pensando en el bien común, hacen un serio discernimiento de los programas de los candidatos y de sus posibilidades de realizarlos. Están, también, “los nadies”, esos que genialmente retrata Eduardo Galeano en el poema homónimo, y que muchos de ellos no saben por quién votar, porque no tienen tiempo para ocuparse de esos asuntos o, simplemente, no saben. Y están los que no se interesan para nada en esto de tener un gobierno u otro ni de cómo se encaminan las cosas que tienen que ver con todos. En fin, el muestrario podría extenderse más.
En lo que puedo observar, hay una actitud que es transversal en diversos grupos, de una u otra candidatura: el miedo. Es el miedo a qué va a pasar si gana el otro candidato o candidata. Unos, desde su punto de vista, temen que todo siga igual o peor; otros, desde su punto de vista, temen que todo sea una vuelta atrás. Unos temen perder la pega y otros temen que sus proyectos no prosperen. Y así, no sólo hay incertidumbre por lo que viene, sino que hay miedos repartidos por todos lados.
Ese miedo ha sido azuzado por la polarización en una campaña en que abundan las amenazas o, al menos las advertencias, de lo que pasaría si ganan “los otros”, y también las “fake news” y los “memes” son una herramienta hábilmente usada para estimular esos miedos y acrecentar la polarización en la sociedad.
Un problema mayor es que el miedo es uno de los grandes enemigos de la democracia, de esa democracia tan arduamente ganada como nuestro mejor modo de convivir y construir juntos un país mejor para todos. El miedo paraliza el razonamiento y mata la libertad. El miedo es un mecanismo de control que actúa desde los temores más irracionales de las personas. El miedo hace que cada uno se encierre defensivamente en lo que considera sus propias seguridades y así ya no existe la búsqueda del bien común. Cuando no hay búsqueda del bien común en un clima de diálogo cívico se está cavando la tumba de la democracia.
Así, con el miedo, es cuando ganando se pierde, porque se pierde el “nosotros” compartido y ya no hay esa confianza mínima que hace posible la búsqueda del bien común y construir juntos un país “donde cada uno tenga pan, respeto y alegría” (como decimos los católicos en la Oración por Chile).
Me pregunto si nuestros políticos serán conscientes que en un país que elige un gobierno por miedo a lo que va a pasar si ganan “los otros”, es cuando ganando se pierde, y perdemos todos. No sé si serán conscientes, porque parecen estar ocupados en ganar como sea, aún a costa de inocular miedo. Así es cuando ganando -unos u otros- perdemos todos.
Por mi parte, soy consciente que esta reflexión puede resultar irrelevante para muchos a quienes lo único que les importa es vencer las elecciones e impedir que ganen “los otros”. Por supuesto que no da lo mismo quien sea elegido o elegida, pero no es lo mismo llegar en primer lugar que ganar, pues, cuando hay tantos miedos diseminados, se puede ganar perdiendo.




