Envejecer en Punta Arenas: el desafío que no se puede postergar
El envejecimiento dejó de ser un fenómeno demográfico para convertirse en una urgencia cotidiana. Los datos del Censo 2024 lo confirman: Chile es hoy un país viejo, con un índice de 79 personas mayores por cada 100 menores de 15 años. Magallanes, con un índice de 87,1 y una edad promedio de 38,9 años, está aún más adelantada en ese proceso. Más que de futuro, se habla de una realidad presente que se despliega en nuestras calles, en nuestros barrios, en nuestros servicios, en nuestras familias.
Sin embargo, Punta Arenas y las otras ciudades magallánicas siguen funcionando como si aún fuéramos un país joven. Ese desfase entre la realidad demográfica y la infraestructura urbana es hoy una forma silenciosa de exclusión.
Porque envejecer en esta región implica riesgos que podrían y deberían evitarse: tropezar en una vereda rota, bajar de un bus demasiado alto, esperar en un paradero sin techo bajo viento y lluvia, no encontrar un baño público operativo, o simplemente renunciar a circular por la ciudad por miedo a una caída.
En la edición del lunes de La Prensa Austral, publicamos un reportaje que abordó este problema, en el cual se dejan en claro que una caída para una persona mayor no es solo un accidente, ya que puede significar una fractura, la pérdida de independencia o incluso la institucionalización. No hay política pública más urgente que la que permite caminar con seguridad.
A ello se suma el transporte público, que sigue siendo uno de los puntos ciegos de la ciudad. No basta con más máquinas o mejores recorridos. Se requiere trato digno, capacitación obligatoria para conductores y una infraestructura que respete ritmos distintos. El acceso al transporte define la autonomía y, sin ella, cualquier conversación sobre envejecimiento queda en lo abstracto.
Otro símbolo del rezago es la ausencia de baños públicos. En una ciudad que busca ser amable para residentes y visitantes, no tener baños operativos es un retroceso básico. Obligar a una persona mayor con incontinencia a consumir en un local para usar el baño es simplemente negar su derecho a vivir la ciudad.
También falta una red suficiente de centros de día con rehabilitación y acompañamiento, espacios sociales y culturales, y apoyo digital para trámites que hoy son imposibles de eludir. En Punta Arenas ya es difícil envejecer con autonomía; en las zonas rurales, la dificultad se multiplica, pues allí se enfrenta, además, el aislamiento, la falta de transporte, las visitas médicas esporádicas y los vecinos que cubren vacíos que debieran ser responsabilidad del Estado.
La salud es otro punto crítico. Aunque Magallanes pasó de tener un solo especialista a contar con tres, aún necesita el doble. La geriatría sigue siendo una disciplina subvalorada pese a que debiera ser central en un país que envejece aceleradamente.
La futura Ley Integral para las Personas Mayores abre una puerta importante, en cuanto a reconocer derechos, prevenir la discriminación por edad, enfrentar el abandono social, crear una política nacional de envejecimiento y fortalecer institucionalmente al Senama. Pero ninguna ley será suficiente si las ciudades -sus calles, sus transportes, sus edificios, sus servicios- no se transforman también.
El envejecimiento no es un tema sectorial. Es un desafío urbano, sanitario, cultural, social y humano.




