Ayúdame, Valentina
“Qué vamos a hacer/con tanto tratado del alto cielo/ayúdame, Valentina/ tú que volaste tan lejos”.
El 16 de junio de 1963, a 200 kilómetros de la Tierra, Valentina Tereshkova, rusa-soviética, 26 años, cumple la primera órbita al planeta, comandando, en solitario, el Vostok 6, en nombre de toda la humanidad, como un pequeño objeto estelar que se recorta contra el fondo insondable, mudo, de la galaxia.
Desde aquí abajo, sin embargo, Tereshkova es una estrella móvil, surcando el cielo de la Guerra Fría, también en nombre de esa otra humanidad, la humanidad de Safo, de Hipatia, de Mary Wolstonecraft, de Louise Michel, de Marie Curie, de Rosa Parks, de Katherine Johnson y que encuentra en su rostro, de muchacha obrera, de Maslennikovo, tras el visor de su casco y el tono metálico de su traje espacial, la imagen de un héroe de otra guerra.
Y en un punto fijo de esta superficie, desde el Barrio Latino de París, aunque con residencia permanente en los andurriales de su patria sudaca, en su propia soledad, su hermana, mestiza, también cosmonauta, pero en tierra, y por igual estrella o satélite estelar, Violeta Parra Sandoval -Viola chilensis-, pide a Valentina le ayude, en su apogeo de altitud –el punto más lejano de la Tierra, alcanzado-, a desbaratar infamias y lavar afrentas, desmentir supercherías, de arcángeles y demonios, de limbos y purgatorios, traer la claridad de la inteligencia, del conocimiento, para limpiar este mundo del gótico eclesiástico. De la sacra tiniebla. Del thriller bíblico: Viola ilustratis.
Qué vamos a hacer con tantos/ y tantos predicadores/ Unos se valen de libros/ y otros de bellas razones/algunos de cuentos varios/ milagros y apariciones(…) Apúrate, Valentina, que aumentaron los pastores, porque ya viene el derrumbe/del cuento de los sermones.
¿Quién, en toda esta corteza, si no Violeta Parra, podía haberle escrito, en esos términos y con esa intención a Tereshkova? Nadie, de seguro. Porque no pide, en los versos, le auxilie Yuri Gagarin o Valery Bykovski, u otro varón varonil de la guerra espacial, sino Valentina, su hermana, camarada de aquella causa, mucho más antigua, que va con ella y con todas, en esa nave, por más de 70 horas y 50 órbitas entorno al globo, desde la plataforma Gagarin, hasta las suaves praderas de Kazajistán. Bien vista, en la + profunda, la hazaña de Tereshkova tiene doble fondo. Carga con un propósito de cinco mil años.
Clama, Violeta, hacia el firmamento que cruza el Vostok de Valentina, a 30 mil km/h, buscando claridad, buscando lógica, que no son halladas aquí, en los subsuelos, en los túneles, plecópteros como somos, llenos de miedo como estamos, narcotizados por la promesa divina. Se va en la dura Violeta, en estas letras. Está inquieta. Está incómoda en este tiempo. Se pone nostálgica. Impaciente. Se pone brava, dinamitera. Virgen negra. Pasionaria. Quiere y no quiere volver a Chile. Paloma ausente. Y en algunos años más, en su futuro santiaguino, se irá todavía más en la dura; no por amor, sino por un orgullo, no apto para mediocres, como le confesará a Nicanor. Algo así.
De allí, entre otras fuentes, proviene su irritación. Su escozor. Su neura. Su olímpico desprecio por el patronazgo, la curia, la soldadesca. Sus malos modales. Su salivazo. Su contracultura, por adelantada. Su folk. Su rock. Sus cuecas. Su mester de juglaría. Su pasión sinfónica. Sus canciones cruciales, en su voz de machi. De maga. De cosmonauta.
¿Qué hace Violeta en Chile, entonces? ¿Qué puede hacer, en este país, más allá de los 50? ¿Qué puede esperar, sino el plantón, el portazo? Este país le queda chico. Le queda bajo. Le viene estrecho. Es un país de topos. Un país-túnel, para la altitud de su genio. Violeta no cabe en Chile.
No obstante, y por el momento, a un millón de órbitas del fogonazo, en esta noche fría, despejada, escribe versos y peticiones, como solo ella puede hacerlo, directo desde París, tal si fuera San Fabián de Alico, a Valentina Vladimirovna Tereshkova, su hermana en la tierra y en las alturas.




