La democracia y sus derechos
En este día en que estamos concurriendo a votar para elegir a quien ocupará la Presidencia de la República, quisiera invitarlos a reflexionar sobre la democracia y los derechos que la hacen posible, que la acompañan y se fortalecen con ella. Me refiero a los derechos humanos, que constituyen el eje fundamental de todo sistema democrático.
Quizás esto resulte obvio para muchas personas, especialmente para quienes tuvimos educación cívica durante nuestra etapa estudiantil. Sin embargo, hoy son numerosas las personas que no conocen, o no perciben ni valoran, esta relación indisoluble entre democracia y derechos humanos.
De manera muy resumida, la historia nos enseña que la democracia, como sistema de organización del gobierno y de convivencia social, tuvo su origen en la antigua Grecia, hacia el siglo VI a. C. En ese contexto se estableció que el gobierno de la polis descansaba en las decisiones soberanas de los ciudadanos y se crearon las instituciones necesarias para hacerlo posible. La democracia era el “gobierno del pueblo” (demos = pueblo, kratos = gobierno) y buscaba superar la oligarquía, es decir, el gobierno de unos pocos, regulando el ejercicio del poder a partir de las decisiones mayoritarias de la ciudadanía. Este sistema funcionó durante aproximadamente doscientos años, hasta que la monarquía volvió a imponerse como forma de gobierno. Pese a sus límites —por ejemplo, que solo eran considerados ciudadanos los varones libres, excluyendo a mujeres, esclavos y extranjeros—, la democracia griega quedó en la historia como un referente permanente de la dignidad y los derechos de los ciudadanos frente a cualquier forma de autoritarismo.
Tras muchos siglos, las ideas democráticas retomaron fuerza en Europa con la Revolución Francesa y, ya en el siglo XIX, comenzó un proceso de desarrollo y evolución hacia las actuales formas de gobierno y convivencia democrática.
El eje fundamental del sistema democrático es la afirmación de la dignidad, los derechos y los deberes de los ciudadanos, en quienes reside la titularidad del poder y quienes, a través de mecanismos de participación —como el voto—, confieren legitimidad a las autoridades elegidas por la mayoría.
Así, la democracia es una forma de gobierno y de convivencia social entre personas libres e iguales en dignidad y derechos, así como en sus deberes correlativos. Es un sistema que se funda en la dignidad de toda persona humana y en sus libertades fundamentales; promueve la solidaridad, la participación corresponsable, la igualdad ante la ley, el respeto al pluralismo, la rendición de cuentas en la administración pública, la resolución pacífica de los conflictos y muchos otros principios que recogen los derechos y deberes tanto de los ciudadanos como de las instituciones del Estado y de la sociedad.
Por ello, no existe democracia sin respeto a los derechos humanos, y es deber del Estado y de todos los ciudadanos respetarlos y promoverlos. Los derechos humanos son, en definitiva, los derechos de la democracia: la hacen posible y, a su vez, se fortalecen con ella. El sello democrático de cualquier gobierno es, por tanto, el respeto y la promoción de los derechos humanos de todas las personas.
Ciertamente, la democracia no es un sistema perfecto. Tiene límites y enfrenta múltiples amenazas, no solo el autoritarismo, sino también diversas formas de corrupción. Sin embargo, como señaló Winston Churchill, “la democracia es el peor sistema de gobierno, excepto por todos los demás que se han inventado”. Es decir, es el menos malo y, por ello, el mejor que tenemos para organizar el Estado y la convivencia social en torno al respeto de la dignidad y los derechos de todas las personas.
El pasado 10 de diciembre se conmemoró el Día Internacional de los Derechos Humanos, fecha que recuerda la promulgación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el 10 de diciembre de 1948. Esta conmemoración pasó casi inadvertida, opacada por la campaña electoral y el consumismo propio de las fiestas de fin de año. En Punta Arenas, no obstante, se realizó un significativo acto organizado por agrupaciones de ex presos políticos en el “sitio de memoria” del Estadio Fiscal, cuyos camarines fueron utilizados, tras el golpe de Estado de 1973, como lugares de detención arbitraria y tortura, donde muchas personas sufrieron graves violaciones a sus derechos humanos.
Hoy, cuando acudimos a votar, no solo cumplimos con un deber cívico ni manifestamos una preferencia electoral. Al participar como ciudadanos, reafirmamos que el respeto a los derechos humanos es la base de nuestra convivencia social y otorgamos autoridad a quien resulte electo o electa para que la promoción y el respeto de esos derechos fundamentales sean el sello democrático de nuestro país y de sus autoridades.




