El voto como remezón
Franco Parisi se ha transformado en el comodín perfecto para explicar lo inexplicable. Cada vez que el sistema político no logra entender un resultado electoral, aparece su nombre como una coartada: que sus votos son “antisistema”, que representan una rabia difusa, que se trata de una multitud confundida, despolitizada y volátil. Lo curioso es que quienes más repiten estas explicaciones suelen ser los mismos que reconocen, sin pudor, que no conocen a esos votantes, que no han pisado la calle ni se han bajado de la vereda cómoda desde donde se observa al país como si fuera una maqueta. Es, en el fondo, una manera elegante de sacar las castañas del fuego con la mano del gato.
La elección de José Antonio Kast, en ese sentido, no se explica tanto por sus méritos propios como por su condición de opuesto. Opuesto a lo que fue la elección de Gabriel Boric y, sobre todo, a lo que ha sido su gobierno. La votación se orientó principalmente al rechazo: rechazo a los errores, a la improvisación y a la desconexión de una clase política que prometió mucho y cumplió poco. Así como en la elección anterior se impuso un jovenzuelo de tres izquierdas, con el Partido Comunista a la cabeza, que no dio el ancho ni el angosto, hoy el país parece haberse ido a la derecha de frentón, buscando un remezón que devuelva el curso a algo más reconocible, más “normal”.
Como suele ocurrir en Chile, basta que aparezca la amenaza de un cambio de gobierno para que mágicamente todos se acuerden de las tareas pendientes. De pronto, la reforma al sistema político se vuelve urgente, los proyectos de ley se desempolvan y el sentido de responsabilidad aflora. El problema es que esas tareas debieron hacerse desde el día uno, no cuando el agua ya llegó al cuello. Gobernar no puede ser un ejercicio reactivo ni electoralista.
La llegada de Boric y del Frente Amplio al poder, desde las federaciones de estudiantes y con escasa experiencia en política de Estado, demostró que en Chile es posible -y relativamente fácil- acceder al gobierno con pocas espaldas, muchas ganas y un discurso atractivo. También demostró, sin embargo, que una cosa muy distinta es gobernar. La falta de capacidad para administrar el país y para ejecutar un programa de cambios refundacionales quedó rápidamente en evidencia. Fueron exitosos para ganar, pero sonaron como tarro a la hora de gobernar. Se habla bonito, pero se gobierna malito.
El triunfo rotundo de Kast se explica por varias razones convergentes. Primero, porque la votación fue mayoritariamente un voto en contra de un gobierno mediocre que no estuvo a la altura de las expectativas que él mismo generó. Segundo, porque la votación anticomunista en Chile sigue siendo un factor relevante y persistente, aunque algunos prefieran negarlo. Tercero, porque hubo un verdadero chancacazo ciudadano contra el estallido social y sus efectos: la inseguridad, la incertidumbre y la asociación con un proyecto refundacional al que muchos responsabilizan de los males recientes del país.
Finalmente, hay un elemento tan simple como incómodo: a la gente le gusta ganar. Y cuando se instala la percepción -con singular certeza- de quién va a ganar, sumarse a la mayoría se vuelve fácil. No por convicción profunda, sino por cansancio, por pragmatismo o por puro instinto.
Quizás el problema no sea Parisi, ni Kast, ni Boric. Quizás el problema es una élite política que sigue sin entender que el voto ya no es lealtad, sino advertencia.




