Viviendo con el corazón agradecido
Cada fin de año e inicio de otro es una ocasión para hacer un balance y poder recoger lo positivo que se ha vivido y agradecerlo, así como reconocer los límites e insuficiencias de lo que se pudo hacer y no se hizo, o de lo que se hizo mal. Un nuevo año se inicia con agradecimientos, con las necesarias autocríticas y con buenos propósitos.
Muchas personas harán evaluaciones muy positivas; otras, no tanto, dependiendo de cómo se dieron las cosas que esperaban. También son muchos los que evitan la necesaria mirada a la actitud con que vivieron el tiempo que se les regalaba, porque -en medio del tráfago de las cosas de cada día- olvidamos que vivir significa tener tiempo, y este se nos regala. Como dice una viñeta de Mafalda: “el que tiene que ser diferente no es el 2026… ¡es usted!”.
Una verdad más grande que una montaña es que siempre es más lo que hay que agradecer que lo que se pueda lamentar. Pero nos sucede que vivimos tan condicionados por la lógica mercantil y consumista, por el precio que le ponemos a cada cosa, por eso de “yo te doy para que tú me des”, que se nos “olvida” que todo lo principal de nuestra vida lo hemos recibido como un regalo, como un don gratuito que se nos entrega para que lo hagamos fructificar.
Eso de que todo lo hemos recibido como regalo parte por la misma vida de cada persona. Nuestra vida no la hemos conseguido ni comprado en ninguna parte. De la misma manera, las cualidades y capacidades que cada uno tiene no son fruto de ningún esfuerzo personal ni han sido conseguidas compitiendo con otros; sí será tarea de cada uno hacer fructificar esas cualidades y capacidades. La mirada torpe y egocéntrica se queda en que “esto es lo que he conseguido, esto es lo que he logrado”, pero sin ver ni reconocer de dónde salieron las cualidades y capacidades, ni las circunstancias que lo hicieron posible.
Esto de vivir gratuitamente regalados se hace aún mayor cuando miramos las hondas vivencias que sostienen, animan y orientan nuestro caminar por la vida. Así, la experiencia de amar y ser amado es un regalo que siempre nos sorprende y ese amor, si alguien -como dice la Biblia- “quisiera comprarlo, solo conseguiría desprecio”. Habitualmente, este regalo del amor tiene como fruto el regalo de la familia, donde la experiencia de amar y ser amados se renueva y se multiplica. Y el mayor regalo, que es la fe en Dios y que nos abre al verdadero horizonte de nuestra vida, solo es posible si se acoge como un regalo y no como un producto de nuestras ideas. Esa fe es acoger a Alguien que nos ama y nos invita a caminar con Él y hacia Él.
Entonces, el agradecimiento es una de las actitudes humanas fundamentales, y saber dar las gracias es signo de nuestra humanidad. Por eso, el agradecimiento nunca debe darse por supuesto; siempre debe ser puesto y expresado. A su vez, llenar la inteligencia y el corazón de gratitudes nos ofrece otro regalo, que es la alegría de vivir y de caminar en la esperanza. Porque el fruto de un corazón agradecido es fácilmente reconocible: la gente que vive agradecida vive contenta.
Por eso, el fin de un año e inicio de otro es una ocasión para expresar el agradecimiento. Que en el saludo de “feliz año nuevo” que nos daremos en estos días, ojalá podamos expresar lo que agradecemos en la otra persona. Así también ante nuestro Padre Dios; por eso, los cristianos terminamos cada año agradeciendo al Señor Jesús por todos sus dones. Acá, en Punta Arenas, lo hacemos el 31 de diciembre, en una Eucaristía en la Catedral, a las 19 hrs. Fíjese usted que la palabra “eucaristía”, que es el nombre que los primeros cristianos pusieron al encuentro en torno a la mesa del Señor Jesús, precisamente quiere decir “agradecimiento”.
Para esta fecha me gusta recordar en estas columnas las palabras de Mamerto Menapace, un monje argentino fallecido hace unos meses, cuando dice: “mi percepción, a medida que envejezco, es que no hay años malos. Hay años de fuertes aprendizajes y otros que son como un recreo, pero malos no son. Creo firmemente que la forma en que se debería evaluar un año tendría más que ver con cuánto fuimos capaces de amar, de perdonar, de reír, de aprender cosas nuevas, de haber desafiado nuestros egos y nuestros apegos. Por eso, no debiéramos tenerle miedo al sufrimiento ni al tan temido fracaso, porque ambos son solo instancias de aprendizaje”. Entonces, agradezcamos lo vivido y acojamos los desafíos de este tiempo nuevo.




