Necrológicas

“Un adiós al descontento”. Novela de Eugenio Mimica Barassi (1ª parte).

Por Marino Muñoz Aguero Domingo 7 de Marzo del 2021

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Antes de comenzar creemos una obligación señalar que, en tanto, habitantes del territorio o espacio en el cual deducimos se desarrolla la novela “Un adiós al descontento”, la hemos leído como algo más que eso. Para nosotros éste es un texto político de trazos muy familiares, cuyo sentido intentaremos develar en paralelo a los aspectos puramente literarios.

En los dieciséis capítulos de esta novela, un narrador en primera persona da cuenta de la historia de un grupo de -al parecer- adultos jóvenes que viven en una ciudad que bien podría ser Punta Arenas. El grupo se reúne en torno a la utopía independentista, un fantasma muy propio de esta zona del país (o de la Patagonia en su conjunto, para ser más precisos). La trama se inicia cuando el narrador recibe desde un lugar lejano -otro país al parecer- una postal de un matrimonio amigo integrante del grupo: Emilio y Francisca, quienes debieron abandonar su tierra en razón de sus actividades ligadas a la causa independentista.

Es un relato hermético, nos deja la sensación que el narrador se habla a sí mismo, que el lector no es el destinatario de lo contado: “Me quedo pensativo mirando la fotografía de esa postal”. La llegada de la postal es un hecho que claramente detona sus divagaciones: “Estoy en eso cuando una voz interior me dice que los alejamientos no mitigan razones, al contrario, las fortalecen”, y a ello asistimos mediante la lectura del texto: a la expresión de esa voz interior que intenta dejar atrás un descontento, aún cuando sólo sea posible al amparo de la resignación.

La novela retrata muy bien ese descontento histórico de una región, una sola Patagonia más allá de las líneas fronterizas de las naciones, un territorio castigado históricamente, más que por el rigor de su clima y sus soledades, por la imagen que de él han construido una multiplicidad de “autores” que han pasado por estas tierras, desde Pigafetta hasta Bruce Chatwin o Luis Sepúlveda (Darwin y otros de por medio) pero que no han vivido acá y no han disfrutado del verdadero lujo de ser habitante de una tierra maravillosa donde el paisaje alcanza para todos, donde los amaneceres y los crepúsculos son nuestros.

Y como si esta calamidad no fuera suficiente (nos referimos a los citados “escritores”) el texto nos recuerda que permanentemente hemos debido enfrentarnos con esa entelequia autodenominada “nivel central”, desde el cual se recortan presupuestos, se imponen autoridades y se distribuyen los frutos que los vastos recursos de la región producen.

Con una excelente ambientación de tiempo y lugar, el novelista agrega una muy cuidada descripción de personajes fieles a su tiempo. La señalada ambientación se apoya fundamentalmente en la inteligente insinuación de lugares y situaciones familiares o cercanas para quienes hemos conocido ese entorno, y también resultan lo suficientemente gráficas, como para orientar a los lectores “afuerinos”. Por ejemplo, en el “Café de la Galería” identificamos perfectamente al “Café Vegalafonte” ubicado antaño en la Galería “Roca” de nuestra ciudad, otrora sitio de reunión (en especial, los sábados en las mañanas) de personajes variopintos que se abocaban a los análisis político-contingentes, a tal punto de haber pasado a la historia local como “La Mesa del Vegalafonte”.

La técnica narrativa es interesante, pues la posición del relator en primeria persona se intercala sin preámbulos con diálogos desde  o entre los personajes objetos del relato; un ejemplo de ello: “una vecina le contó a Francisca Lunares que cuatro hombres de terno oscuro habían estado preguntando por los moradores de su departamento, señora, pero les dije que ustedes no estaban y yo apenas los conocía, no les entregué sus nombres, en serio vecina, se lo juro, nada les conté porque no me inspiraron confianza esos desconocidos”.

El próximo domingo nos internaremos en la trama de esta novela.