Desastre en Kabul
Algunos chilenos, en especial los santiaguinos, recordarán tal vez las “góndolas” cuyos pasajeros a menudo debían “colgarse” de los pasamanos para viajar. En Kabul, luego de la huida del régimen apoyado por Estados Unidos y la Unión Europea, modernos aviones de transporte parecieron imitar a las viejas micros chilenas.
Las naves militares, según The New York Times, “despegaban con personas que colgaban de sus costados. Algunos murieron al caer a tierra”. El futbolista de la selección afgana, Zaki Anwari, de 19 años, cayó de un Boeing C-17 que acababa de despegar. Además, se descubrieron restos humanos en el tren de aterrizaje de un C-17 que aterrizó en Qatar,
Afganistán se convirtió en un caos frente al fulminante avance de los rebeldes talibanes. Veinte años había durado esta etapa, la reacción inicial ante los ataques terroristas contra las torres gemelas en Estados Unidos.
No es la primera vez que los afganos, una mezcla de distintas tribus islámicas, derrotan a sus invasores. Antes de los norteamericanos y sus aliados, fueron las tropas soviéticas. Dos siglos antes, en la primera de tres guerras con el imperio británico, también triunfaron, aunque sólo consolidaron su independencia mucho después.
La de Afganistán, país montañoso encerrado entre Pakistán, Irán, Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán y China, es una historia fascinante y brutal. Las mujeres que salen sin cubrirse totalmente con la burka pueden ser ferozmente maltratadas y carecen de elementales derechos: a educarse, a trabajar de manera independiente, a votar o a lo que llamamos en Chile “pololear”. Se dice que los afganos tienen una tradición de delicada poesía, pero lo demuestran poco. Su juego tribal más popular ha sido el buzkashi o kokpar, la disputa de dos equipos ecuestres que se esfuerzan por llevar una cabra sin cabeza y sin extremidades, desde un extremo a otro de la cancha.
El término de la ocupación de las fuerzas de Estados Unidos y la Unión Europea se acordó el 29 de febrero de 2020. Se pretendía asegurar la paz, después de más de 18 años de conflicto armado. EE.UU. y sus aliados de la Otán convinieron el retiro de sus tropas si los talibanes respetaban el acuerdo. El convenio lo suscribió la administración de Donald Trump, pero el encargado de ejecutarlo terminó siendo su sucesor, Joe Biden.
Las críticas han sido durísimas porque nadie anticipó el desastre: nada de lo construido en dos décadas resistió la avalancha talibán. Miles de afganos huyen ante el temor de ser castigados por colaborar con el enemigo; la mayor parte de las mujeres han
desaparecido de las calles luego que Ashraf Ghani Ahmadzai, presidente desde 2014, se embarcara dejando una de sus maletas llenas de dinero en efectivo en la losa del aeropuerto.
En tiempos de feminismo militante, la única resistencia abierta la han protagonizado mujeres que salieron a las calles desafiando a las nuevas autoridades. Pero nadie se muestra muy optimista.
Zarifa Ghafari, la primera alcaldesa mujer en su país, desde 2018 ha sido permanentemente acosada y amenazada. Ante el regreso de los talibanes al poder, comentó al medio iNews: “Estoy esperando a que vengan. No hay nadie que me ayude a mí o a mi familia. Sólo estoy sentada con ellos y mi esposo. Y vendrán por personas como yo y me matarán”.
¿Quién puede darle una respuesta tranquilizadora?




