Vicuña Mackenna, estafado
Bien sabemos que Chile es tierra fértil en donde se dan con proverbial facilidad los tomates, las manzanas, los kiwis y otros productos de nula exportación como los oportunistas, los advenedizos, los envidiosos, los impostores (también llamados chantas) y toda esa vertiente que proviene de lo peor de la fauna humana chilensis.
Nunca he disimulado mi admiración por Benjamín Vicuña Mackenna, un chileno casi olvidado por esa vieja copuchenta, barrera y veleidosa llamada historia.
Muy ilustrado, don Benjamín podía hablar horas de Historia de Chile, de nuestra flora y fauna, de Historia de Francia, del lenguaje como forma de pensar excelsa, de las seis fases de la digestión del erizo y si no analizó al fútbol nacional es solo porque este aún estaba “en pelotas”. Entiéndase literal y metafóricamente.
Cuando don Benja fue elegido Intendente de Santiago (1872- y 1876) se apasionó tanto en cambiarle el rostro a la capital, que muchos opositores (de pura envidia) quisieron cambiarle el rostro a Vicuña Mackenna, y a combo limpio. Pero ya era tarde. La maciza obra de don Benja era un hecho reconocido hasta por los pelucones, algo así como los del Frente Amplio de la época.
Entre las múltiples medidas que tomó como Intendente cabe mencionar el acabar con la prostitución y terminar con la mendicidad. Como quien no era contratado por el Estado se declaraba mendigo, éstos proliferaban como callampas después de la lluvia. También se preocupó de la canalización del río Mapocho.
Pero el chiche de Vicuña fue darle otra cara al cerro Santa Lucía. Por esos años era un cerro sin ningún atractivo y más pelado que codo de Notario. Sólo servía de paseo a matrimonios aburridos y como motel natural a todas las parejas.
Don Benja se obsesionó con cambiar el rostro al cerro Santa Lucía, ya he dicho. Sin embargo, debió sufrir una grave contrariedad debido a su decisión. Como el Estado y la Municipalidad se hicieron los lesos a la hora de responder con las platas que demandó la remodelación del Santa Lucía, tuvo que apechugar él mismo.
Al momento de los quiubos el Estado se hizo el leso (la costumbre es muy antigua) y en la municipalidad le dijeron que la habían recibido con muchas deudas de la administración anterior (otra costumbre antigua)Don Benjamín, no tuvo otra opción que “poner el pecho a las balas”. La deuda era de 50 mil pesos, una cantidad sideral para la época. Entonces, optó por pedir un préstamo…¡a su esposa! dejando como garantía bienes de su amada. Específicamente parte de la Hacienda Colmo. (no es broma el nombre de la Hacienda, por si acaso) Como la deuda no alcanzara a pagarse, don Benja tuvo que rematar su propia quinta, en la avenida que hoy lleva su nombre. Éstos salieron a remate y fueron adjudicados por terceros.
En pocas palabras, en lo material Vicuña Mackenna quedó más pilucho que el niño Dios, pero su esposa fue siempre el aval que jamás le falló, pues se trataba de una mujer de inmensa fortuna y de cuyo origen nadie sabía. De haber vivido hoy tal vez podría haberse convertido en la pionera de las AFPs.
De esta manera, Benjamín Vicuña Mackenna ha pasado a la historia como el primer engañado por el fisco chileno.
No sería el único, claro…