La belleza de los ancianos es su vejez
Q
uizás, más de algún lector se sorprenda con el título de esta columna, que es la frase bíblica que dice que la belleza de los ancianos es su vejez, porque nuestra cultura está marcada por el culto a la imagen, el cual se asocia a la búsqueda de la eterna juventud en el cuerpo, en el lenguaje, en el vestir y en las ideas. Hay personas que buscan una imagen juvenil artificialmente prolongada a través de diversas cirugías, estiramientos faciales y liposucciones, en una batalla perdida por aparentar menos edad y frecuentemente -lo que todavía es peor- viviendo con una atrofiada mentalidad adolescente. Es la cultura de una falsa estética, de una falsa juventud y, también, de falsos valores, que fue genialmente presentada por Oscar Wilde en su novela “El retrato de Dorian Gray”.
Pero la verdad de los años nunca puede ser escondida, y en vez de perder tiempo, dinero y valores en cultivar apariencia y mentalidades juveniles -cuando no adolescentes-, bien podríamos ir valorando las riquezas que adornan la vida de los adultos mayores y, quizás, aprendiendo algo de ellos.
La Biblia, en el libro de los Proverbios dice que “el orgullo de los jóvenes es su fuerza, y la belleza de los ancianos es su vejez” (Prov 20,29), recordándonos que cada tiempo tiene su gracia, su hermosura y su amor. La ancianidad tiene su propia estética marcada por surcos de trabajo, de experiencia y de sabiduría, que pueden volcarse hacia las nuevas generaciones en el testimonio de una vida llena de sentido, vivida en serena alegría y expresada en sabios consejos.
En nuestro país, el mes de octubre, se inicia con la celebración del Día del Adulto Mayor, y esta conmemoración se prolonga señalando a octubre como el Mes del Adulto Mayor, reconociendo que son ellos quienes nos hacen presente nuestro propio futuro, pues todos vamos hacia allá; nos muestran que las personas que están siempre vigentes son las que conservan razones de fondo para vivir. Los adultos mayores pueden dar testimonio de que la verdadera decrepitud no es el debilitamiento del cuerpo, sino la frialdad e indiferencia del alma. Con su vida y sus diálogos habitualmente llenos de recuerdos y sabiduría, aunque a veces pueden ser un poco repetidos, hacen presente que el tiempo puede arrugar la piel, pero el individualismo, el consumismo materialista y la pérdida de ideales arrugan el alma; también, con su justo y legítimo reclamo por pensiones dignas, los adultos mayores hacen presente que siempre es tiempo de luchar por un mundo mejor.
La belleza que dan los años en las personas que han sabido envejecer y lo asumen con naturalidad tiene que ver con la libertad con que pueden vivir, pues no están buscando lo que sea políticamente correcto, porque no les hace falta. Así, pese a los achaques y problemas de salud, a las dificultades para el uso de las nuevas tecnologías o a las humillaciones de una sociedad que muchas veces los margina, actúan como quien nada tiene que perder, pero sí algo que ganar y -sobre todo- mucho que ofrecer en experiencia, sabiduría y madurez espiritual, porque buena parte de los adultos mayores vive con clara conciencia de aquello que decía el gran poeta y místico san Juan de la Cruz: “al atardecer de nuestra vida nos examinarán del amor”.
También, como dice el Papa Francisco, los adultos mayores tienen el carisma de ser un puente entre las generaciones, transmitiendo lo mejor de cada época a la siguiente, y en estos tiempos confusos e inciertos, tiempos electorales y de elaboración constitucional, los adultos mayores tienen mucho que decir de lo que hemos vivido como país con un consumismo y materialismo desatados, con el cortoplacismo de políticos carentes de sentido del bien común, con borracheras ideológicas de la derecha, del centro o de la izquierda, y con la polarización que impide reconocernos como habitantes de una misma casa que comparten un mismo destino. Por cierto, entre ese tesoro que pueden transmitir los adultos mayores a las nuevas generaciones está la riqueza que es vivir con fe en el amor de Dios. Quizás, este mes sea un buen tiempo para escucharlos.