“Gobernar es educar”
Fue un eslogan que debió haber trascendido mucho allá de una simple formulación consignista. Hizo popular a don Pedro Aguirre Cerda dejando en segunda fila otro eslogan tan certero como aguijonada: “Pan, techo y abrigo”.
Traigo esto a colación luego de leer el libro “Gobernar es Educar” (Editorial Trayecto /tc) que en 238 páginas pasa revista al gobierno del Mandatario radical, la catarata de incidentes y los malhadados cubileteos que debió enfrentar en su gobierno.
Escrito por el profesor Enrique Corvetto y el periodista Gonzalo Valero, esta obra está narrada en un tono pedagógico y es tan amena como un día de pago.
Fumador contumaz, ni su sentido del humor pudo salvar la vida de don Pedro Aguirre Cerda
De origen campesino, esta insigne figura del radicalismo era muy moreno de piel. Tanto así, que Ismael Edwards Matte (siútico hasta para dormir) lo motejó como Montoncito de Carne Morena.
Más directo y sin afeites, Juan Antonio Ríos lo llamaba El Yogur de Maqui.
Por lo negro, claro…
Julio Durán me contaba que en plena campaña presidencial de 1938, don Pedro Aguirre Cerda llegó a Pocuro, su pueblo natal.
En medio de la proclamación, Elías Lafferte alzó sus brazos a un muchachito semi desnudo, sucio, muy negro…para gritar:
-¡Camaradas…aquí tenéis a Pedro Aguirre Cerda cuando se sentaba en las bancas de la escuela de Pocuro para asimilar sus primeras letras!
Sorprendido, el chico atinaba a mirar nerviosamente y proferir palabras de grueso calibre.
Una vez terminada la concentración, el candidato Aguirre Cerda le endilgó estas palabras a Lafferte:
-Compañero, está bien lo de negrito…pero pa’otra vez elijan a un mocoso menos feo y garabatero…
“Gobernar es Educar” se trata de un libro necesario para los epígonos de la historia; e imprescindible para quienes nos declaramos enamorados de ella.
Los autores saben sazonar el relato y las vicisitudes de su administración con la faceta humana de un hombre de una tolerancia proverbial. Perteneciente a la masonería, ello no fue óbice para que se casara con Juanita Aguirre Luco, cuya devoción por la fe católica era ya conocida por todos.
La franca amistad del presidente con José María Caro -a la sazón, arzobispo de Santiago- deja entrever que en medio de los amargos entresijos de la política, surgen los gestos y esos comportamientos que no hacen sino restaurar la fe en lo que Malraux llamaba la condición humana.
Los autores retratan al excelso político sin escindirse de su faceta más intimista. Y asoma el Aguirre Cerda hastiado de las transacciones de pasillo, el hombre que llora ante un terremoto que devastó a medio país y quien -en actitud de plegaria- admite estar contrariado por los apetitos partidistas que dejaban en estado de estagnación a un país que clamaba por salir de la pobreza.
Los autores (Corvetto y Valero) dan un ritmo trepidante a un relato que no cansa ni da tregua.
En medio de un país atravesado por una democracia catódica, el partidismo sectario y esa creatividad vicaria de gran parte de nuestros políticos, la enfermedad terminal de Pedro Aguirre Cerda hizo asomar la virtud cardinal del ser humano: la tolerancia.
Un libro imperdible para los aficionados a nuestra historia.