Un tiempo nuevo
Casi todas nuestras festividades conmemoran acontecimientos que han marcado la vida de nuestra sociedad en algún aspecto cívico, cultural o religioso. Pero ocurre algo curioso con el Año Nuevo que, en sentido estricto, no es otra cosa que un cambio del calendario; sin embargo, lo vivimos como la inauguración de un tiempo nuevo, y lo hacemos con agradecimientos por lo vivido, con las necesarias autocríticas, llenos de ilusiones y buenos propósitos, y con anhelo de futuro.
Sucede así, que en estas fechas todas las personas están llenas de buenos deseos que se reparten a conocidos y desconocidos con inusitada generosidad; así, en medio de todos los problemas y dramas personales, institucionales y sociales, nos miramos unos a otros sonriendo al futuro. En realidad, esta mirada positiva y esperanzada que trae un tiempo nuevo nos hace bien a todos, pues nos permite darnos cuenta que tenemos muchos deseos de bien (es decir, bendiciones), y que la buena voluntad está presente en todas las personas.
En estas fechas estamos iniciando un tiempo nuevo, lo cual, entonces, más que una simple vuelta del calendario. Es una oportunidad -un don de Dios- que se nos ofrece para nuestro cambio personal y social. Nuestros buenos deseos, si se quedan sólo en eso, no producen nada más que una ingenua ilusión que rápidamente se desvanece, a no ser que estemos dispuestos a introducir cambios en nuestra vida y comprometernos a buscar una vida mejor para todos. El inicio de un tiempo nuevo es el momento para tomar en serio lo que dice una viñeta de Mafalda: “el que tiene que ser diferente no es el nuevo año… ¡es usted!”.
En el plano social, los resultados de las recientes elecciones abren, por voluntad de una amplia mayoría de los ciudadanos, la posibilidad de cambios relevantes en nuestro país, según el programa del futuro gobierno. Es un tiempo nuevo que, junto con los trabajos de la nueva constitución, puede marcar nuestra vida y nuestra sociedad en un país que busca más equidad, menos corrupción, una convivencia en paz hecha de diálogos, de búsqueda de acuerdos y de respeto mutuo.
Quisiera, al inicio de este tiempo nuevo, compartir con ustedes un texto de Alberto Iniesta, un obispo español fallecido hace algunos años, que vivió su ministerio siempre junto a los más pobres y sus luchas en los oscuros tiempos del franquismo:
“El año nuevo es una fiesta donde el ser humano expresa, sin saberlo, su afán de futuro, su deseo de eternidad, su esperanza secreta, inconfesada y vergonzante, pero a la vez radical y profunda, de resurrección.
Si miramos el nuevo año como algo inédito, lleno de posibilidades irrepetidas e irrepetibles, que nunca se han dado, como un paisaje que nunca se ha cruzado, como una tierra virgen aún no conquistada, en la que cada día caerá un rayo nuevo de sol, si sabemos andar con capacidad de sorpresa…
Si comprendemos de verdad que el ser humano nunca es lo mismo, que el corazón no envejece si nosotros no lo entablillamos, que cada segundo del futuro es un mensaje de alguien que está más allá del tiempo, desde donde nos llama y hacia donde nos llama, aunque ya lo tenemos aquí cerca del corazón…
Si sentimos que el amor y la alegría todavía están vivos allá en algún rincón de nuestra conciencia, y que nos gustaría caminar siempre por la vida haciendo feliz a la gente y así aprender a ser felices; si creemos que Dios es bueno y que nos ama, o al menos nos gustaría creerlo; si creemos que el ser humano es bueno, en el fondo, o al menos nos gustaría creerlo … ¡Feliz Año Nuevo!
Cristo es nuestro tiempo. Cristo es nuestro futuro. Cristo no juega con nosotros cuando nos dice con su mayor seriedad a la vez que con enorme alegría: ¡Feliz Año Nuevo!”.