No mires arriba (¿dónde entonces?)
Eduardo Pino A Psicólogo [email protected]
Cuesta un poco clasificar el género exacto del estreno que en Navidad Netflix colocó a disposición del público. No es un drama, tampoco una comedia, pero lo más cercano que la puede describir es la sátira, entendida como una creación que destaca en tono crítico y burlesco los vicios observados en una persona o grupo humano.
Más allá que el anzuelo para verla sea su popularidad al estar en los comentarios de mucha gente, su notable elenco o las pintorescas referencias a nuestro país; lo cierto es que la película dirigida por Adam McKay difícilmente deja indiferente pues ante un acontecimiento de ficción, las reacciones de distintas tipologías humanas nos parecen muy cercanas a lo real, por más exageradas y ridículas que se presenten. Y es que la dinámica satírica toma elementos de la realidad para exacerbar sus rasgos a fin de llamar la atención, lo que puede causar risa en un primer momento, pero si después logra sortear la valla de la negación o la incredulidad, puede llevar a la necesaria reflexión, no sólo de los demás para remarcar su falta de asertividad y moralidad que es lo más fácil, pues incluso uno mismo podría acercarse a la propia responsabilidad relacionada con la mantención de las condiciones que llevan muchas veces a observar grotescos resultados.
En la trama, la desesperada búsqueda de atención de los científicos provoca la reacción de individuos relacionados con el mundo del entretenimiento, las comunicaciones y la política. En todos observamos una marcada desvinculación con un juicio de realidad adecuado, priorizando sus intereses particulares por sobre una catástrofe planetaria que se supone debería opacar cualquier propósito personal. Pero una vez más, como si fuese una condición natural de nuestra especie, se impone la mezquindad, el culto al individualismo, la evasión de lo que no es grato y, como lo hemos visto tantas veces en la historia de la Humanidad, la prioridad de mantener el poder a cualquier costo. Por eso que no extraña cuando ganan los mismos de siempre, esos que a pesar de presentarse como los benefactores y salvadores de las personas, en realidad son parte del problema, resultándoles incluso beneficioso perpetuarlo si con ello logran ganancias pues serán otros quienes realmente pagarán los costos.
Desde siempre la gente se quejará, e incluso odiará, a quienes ostentan estos poderes que les posibilitan dominar diferentes factores que resultan claves en el control de las dinámicas sociales. Pero en pocas oportunidades, tal vez nunca, los ciudadanos comunes y corrientes se hacen a sí mismos el cuestionamiento acerca de la responsabilidad que les compete en la asignación y mantención de este poder a esta privilegiada “casta”. Tampoco se logra una total sinceridad de proyectar qué harían si estuvieran en el lugar de ellos, en parte porque es muy poco probable que esto acontezca, pero sobre todo porque sería muy difícil admitir que sus acciones serían muy parecidas, o incluso peores, respecto a las ejercidas por los criticados poderosos. Como lo había expresado, la historia muestra innumerables casos de oprimidos que lograron acceder al poder y terminaron siendo peores que sus cuestionados antecesores, lo que resulta tan paradójico como promover la tolerancia e inclusión de todos los individuos, pero descalificando y censurando a quienes piensan diferente. La “tendencia de autoservicio” es el concepto que en psicología social utilizamos para creernos superiores a los demás en varios ámbitos, a pesar que las falencias salten a la vista.
Las interpretaciones pueden ser variadas, pero uno de los méritos de “Don’t Look Up” es reflejarnos que nuestra sociedad está presentando tendencias que cada vez nos acercan más a las sátiras, que nuestra naturaleza humana no es tan prístina como queremos convencernos muchas veces, o que en ocasiones contribuimos sin darnos cuenta a la mantención de dinámicas sociales tóxicas en que situamos a individuos en lugares de poder que no dudarán en tratar de mantenerlo a cualquier costo. Por eso es necesario un análisis más racional y menos emocional, primando el conocimiento y análisis científico por sobre los dogmatismos trasnochados, para lograr asumir el rol personal y social que cada uno de nosotros debe asumir, más que sólo criticar a los demás en una rumiación tan eterna como intrascendente.