¿La Constitución de la razón o la emoción?
Esta semana ha terminado el trabajo de la Convención Constitucional y se cerró con la ceremonia de entrega del escrito final, desempeño que representa testimonialmente un proceso cuyas luces y sombras acapararon la agenda noticiosa durante meses.
Lo cierto es que el mensaje transversal que se ha entregado a la comunidad solicita algo que por más obvio que parezca, resulta difícil en su cumplimiento de manera cabal: leerlo para que su análisis y reflexión lleve a una decisión informada y fundamentada. Si bien los primeros sondeos arrojaban que más de la mitad de la población ni siquiera había visto de qué se trataban algunos artículos de la Constitución propuesta, una de las interrogantes que dan vuelta será el porcentaje de ciudadanos que leerá de manera comprensiva los 388 artículos que se proponen. Durante estos días he hecho el ejercicio de escuchar paneles de expertos en que se analizan temáticas específicas donde se compara la actual Constitución respecto a la propuesta, y sinceramente resulta agotador después de un rato. Personalmente me agrada el ejercicio de escuchar argumentos para ir construyendo un análisis que aporte a la comprensión de una temática compleja y que no se encuentra al alcance de oídos que no son expertos, como es mi caso al opinar como ciudadano más que como estudioso de las temáticas; lo que me complica y cansa es que los intervinientes interpretan la realidad según sus perspectivas ya definidas hace mucho tiempo, más que emplear el razonamiento crítico ante el texto redactado en el papel. Si bien está dentro de lo esperado que interpretemos la realidad desde diferentes puntos de vista según nuestras necesidades, intereses y motivaciones; la falta de diálogo auténtico, escucha genuina a la disidencia, autocrítica y análisis lógico en algunos casos termina desincentivando cualquier intención de informarse, lo que se ve agravado cuando comienzan las descalificaciones, gritos, acusaciones cruzadas y hablan al mismo tiempo con el interés de callar al contrario, en un apasionamiento donde el pasado parece determinar una proyección que debiese mirar hacia el futuro.
Ante un proceso que resultó más complejo de la imaginado, donde las expectativas idealizaron un funcionamiento que en la práctica presentó los mismos vicios que sus protagonistas criticaban en la clase política a la cual supuestamente venían a refrescar, en que la falta de educación de algunos y la necesidad de figurar de otros acaparó la atención de la opinión pública en desmedro de quienes trataron de dialogar, tender puentes y reflejar las necesidades de la gente; se echa de menos una mayor autocrítica por parte de estos “líderes” de ambos bandos, cuyos sectores les han solicitado “quitarse de bulla” por un tiempo con el fin que la ciudadanía analice el texto y no recuerde sus poco felices intervenciones. Ojalá que quienes han tenido el honor de integrar esta histórica Convención y asuman el rol de embajadores y promotores de su propio trabajo en este tiempo de campaña que comienza (como naturalmente debiese ser), lo hagan con altura de miras, con aplicaciones y proyecciones realistas que prioricen el pragmatismo a una realidad cada vez más compleja, en que el bien de la comunidad sea analizado de manera honesta y directa, más que enfatizar la descalificación del contrario, fomentando estereotipos que se instalan como verdades incuestionables especialmente para quienes asimilan las ideas de manera emocional más que con la razón.
Aunque no es popular expresarlo ni admitirlo, probablemente esta será una campaña apelando a la emoción, al pasado, a expectativas desmedidas, a convencer desde una superioridad moral basada en épicas que no siempre encuentran un correlato concreto en la realidad debido a la incongruencia entre el discurso y las acciones. Pero más allá del resultado, debemos tener claro que una Constitución es como una melodía que requiere de una clase política que la interpretará, tanto en la correspondencia legislativa como en su labor ejecutiva. Por más que sea una bella melodía, músicos mediocres nos entregarán un resultado desastroso; al igual que países que presentan Constituciones llenas de lirismo y poesía que prometían paraísos terrenales para entregar realidades miserables. Por eso, más allá del resultado del 4 de septiembre en que la historia de Chile no comienza ni termina, todos esperamos que la decisión ciudadana ofrezca mejores oportunidades que nos acompañen en nuestra existencia común como nación.




