La vigencia de la amistad
¿Somos los chilenos una patria o matria fraterna? ¿Somos los magallánicos fraternos entre nosotros? Pareciera que no tanto, no mucho o sencillamente harto poco. Nuestra cultura de hombres (y mujeres modernas) nos ha exacerbado y profundizado la individualidad. Al final del día, somos individuos pero vivimos en sociedad. Nadie, o casi nadie, hace vida de ermitaño, aunque los hay, en los recónditos rincones del planeta, y para qué decir de nuestros singulares rincones de nuestra Patagonia.
Pero volvamos a nosotros como seres gregarios, necesitados de vivir en “sociedad”. ¿Cuál es nuestra referencia, nuestro lugar, nuestro refugio? Sin duda la familia, nuestras relaciones más íntimas, de pareja y ese otro espacio que son, nuestros amigos, nuestros “frater” de la vida , esos que en la retrospectiva de la vida aparecen como claras referencias, de vivencias, de complicidades, de aprendizajes, de correrías.
Cuando los chilenos cortan su año con el descanso escolar, cuando Punta Arenas celebra la fiesta de Invierno con el Carnaval y sus festividades, que creara el gran ex alcalde Carlos González Yaksic el año 1996, algunos amigos, viejos camaradas, compañeros, viejos-jóvenes estudiantes se dan cita en Punta Arenas, para compartir por algunas horas, en sus viejos pagos, con sus antiguos compañeros del “alma mater”, para confraternizar, dialogar, compartir y, en la simpleza de la vieja amistad mirar para los cuatro puntos cardinales, hacia el ayer y el siempre vigente hoy, en la sencillez, la fraternidad y la confianza.
En un mundo lleno de estereotipos, de poses, de muchas veces parecer lo que no se es, de relaciones superficiales llenas de prejuicios, el bálsamo que significa estar en un espacio de cariño y de fraternidad es una oportunidad que se agradece, y que permite hacer retrospectivas individuales y grupales, de ir y venir con la mente y el corazón.
Cuando este encuentro tiene el significado, que además uno de ellos, (de nosotros) ha partido raudamente hace pocos días, con la instantaneidad que la vida te da y te quita, que te atraca en cualquier esquina, más significado y más gratitud se tiene de haberlo vivido. La vida es siempre hoy, pero se enriquece, “aggiorna”, significa, busca fundamento, es causa en gran parte del ayer, de ese ayer tierno, íntimo, de ensayo-error, de toma de conciencia de ser individuo y ser parte de un grupo, de una común-unidad, de la alegría de la niñez, de la curiosidad y exploración de la juventud.
El sentirse y ser parte de un grupo, en este caso desde la circunstancia (“Yo soy YO y mi CIRCUNSTANCIA, decía Ortega y Gasset) de haber sido parte de un grupo, que el azar, y la contemporaneidad puso a nuestra disposición en los lejanos 80, pero que ahora, hoy, más de 40 años después, el juntarnos y mantener(nos) es pura voluntad, cariño, amor y deseo, sin interés alguno, por volver a estar, compartir y volver a vivir un momento de recuerdo, del gozo del hoy, de hermandad.
En este abrir y cerrar de ojos que es la vida, donde el azar, y la sorpresa permanente que esta nos da, la amistad fraterna, sincera, es un árbol en la ribera de un río caudaloso que nos lleva aguas abajo, es como la cruz del sur que siempre está ahí indicándonos nuestro origen y donde estamos situados, una referencia firme, que alude a nuestro pasado, que explica nuestro hoy. La amistad de la niñez y juventud es nuestra tierra, nuestros padres, nuestras calles, nuestros hijos, nuestros sueños y también nuestros fracasos. Es nuestra tierna crianza y aprendizaje en el juego, en la vivencia, en una ciudad integrada, donde el valor de cada uno, no era el bolsillo o la posición “socio-económica” de nuestras familias de origen, sino que nuestro propio valor personal, que nos dio la educación de nuestros viejos colegios, de los patios donde aprendimos en el juego, donde aprendimos que la parte hacía el todo y que un equipo estaba compuesto por la virtud y talento que cada uno trajo y que fue pulido por la fricción con los “otros” y que nos ayudaron a moldear lo que hemos sido y lo que somos.