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La Constitución y la vuelta del perro

Por Arturo Castillo Cabezas Domingo 7 de Agosto del 2022

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Arturo M. Castillo Cabezas

 

La “vuelta del perro” es una metáfora de lo que ocurre. Se refiere al perro tratando de cazar su cola. Es bien conocido que el perro gira sobre sí con un objetivo que nunca se cumple, pero que lo tiene atento sólo al hecho mismo de lo que hace, y es precisamente lo que explico a continuación, respecto al perturbado acto democrático de darnos una nueva Constitución Política del Estado.

Terminadas las vicisitudes de redacción del documento a votar el 4 de septiembre próximo, y sólo a título ilustrativo para quienes alegan que son puros deseos y nada concreto, me permito citar el preámbulo de la Constitución de los EE.UU. de Norteamérica, de 1787: “Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una Unión más perfecta, establecer justicia, afirmar la tranquilidad interior, proveer la defensa común, promover el bienestar general y asegurar para nosotros mismos y para nuestros descendientes los beneficios de la libertad, estatuimos y sancionamos esta Constitución para los Estados Unidos de América”.

Para llegar a nuestra instancia, y a pesar de tantos “padres fundadores” disponibles y de gran entusiasmo, se optó por consultarle mediante plebiscito, al pueblo titular de la soberanía, dos cosas: Uno: si quería o no darse una nueva Constitución, y casi un 80% de quienes votaron, dijeron que sí. Dos: qué tipo de órgano debía redactarla, a lo que un 75% estuvo porque lo hiciese una convención de ciudadanos, desechando la alternativa de que la redactara un órgano mixto, compuesto por ciudadanos de a pie y parlamentarios en ejercicio.

Así las cosas, a casi dos años, el documento quedó listo para ser plebiscitado, tras pasar por un procedimiento que estuvo lleno de matices que todos conocemos, pero que fue el único transparente hacia la ciudadanía -para bien o para mal- a diferencia de las diez Constituciones de nuestra historia, u once si sumamos el fallido proyecto federalista de 1826, que en general, se hicieron a puertas cerradas.

Era bonito esto que íbamos a hacer. Nos dijeron que habría un plebiscito de salida, en que aprobaríamos o rechazaríamos la propuesta, y que, si rechazamos, sigue rigiendo la Constitución vigente. Ni el artículo 142 de la actual Constitución, ni ningún otro cuerpo legalmente válido, se puso en otros casos. Nadie nos dijo qué pasaba si algunos le encontrábamos muchos defectos, o está muy larga, o es aburrida, o vaya uno a saber, y eso, hablando de los que opinan leyéndola y no sólo con lo que oyen en su matinal o almacén favorito.

Ahora resulta que los mismos a los que un 75% de los votantes les dijimos que no queríamos que metieran las manos, o las corbatas o los bolsillos en la nueva Constitución, nos dicen que no nos preocupemos, que ellos la arreglan en un dos por tres, usted vaya y vote nomás, apruebe para reformar, o rechace para reformar, de ahí, nosotros nos encargamos.  ¿Qué le habría parecido, si eso se lo hubieran dicho antes del plebiscito de 2020?

Supongamos que usted que me está leyendo, va y vota Apruebo, porque le gusta el documento tal como está, y yo voy y voto aprobando, pero para reformar, o lo mismo, pero rechazando ¿Quién tiene la capacidad de determinar cuántos de los votos del Apruebo o del Rechazo, fueron para dejar tal cual el texto propuesto, o reformarlo? ¿Quién le va a dar ese poder adivinatorio a los iluminados? Por que si usted votó pensando estrictamente en lo que le preguntaban, otros van a decidir por usted, lo que quiso decir con su voto.

Si esto se tratase de Derecho Civil, podríamos alegar que el contrato social que devenga de la votación es nulo, al tenor del art. 1453 de nuestro Código Civil: “Art. 1453. El error de hecho vicia el consentimiento cuando recae sobre la especie de acto o contrato que se ejecuta o celebra, como si una de las partes entendiese empréstito y la otra donación; o sobre la identidad de la cosa específica de que se trata, como si en el contrato de venta el vendedor entendiese vender cierta cosa determinada, y el comprador entendiese comprar otra”.

La analogía es simple: yo voto creyendo que apruebo o rechazo como está, y usted vota creyendo que es para reformar. Pero no es Derecho Civil, y estamos en Chile, donde según cierto ex Presidente “hay que dejar que las instituciones funcionen”.

Por otra parte ¿Sabe usted si los iluminados van a reformar lo que a usted le parece que hay que reformar, y van a mantener lo que a usted le parece que hay que mantener? ¿Cómo lo sabrán?

Si gana la aprobación, ésta considera la iniciativa popular para modificar asuntos específicos, que, por lo mismo, sabremos de antemano, y deberá ser patrocinada por el 10% del padrón electoral para luego ser sometida a referéndum simultáneamente con la próxima elección. Si se quiere reemplazar totalmente la Constitución, también la ciudadanía lo puede hacer. Para ello, un 25% del padrón debe respaldar la iniciativa para llamar a un referéndum y elegir una Asamblea Constituyente.

Si, por el contrario, gana el Rechazo, lo que deberá modificarse es la Constitución vigente, que llamamos “del ‘80” o “de Lagos”, como prefiera.  No se tocará un pelo de lo que no le gusta de la nueva, porque ésta no tendrá ningún valor, salvo el histórico. Y de acuerdo a las disposiciones vigentes mientras escribo, como no se trata de una nueva Constitución, sino sólo de reformas, es cosa de que se pongan de acuerdo los de siempre, y listo. No se requiere que le pregunten nada ni a usted ni a mí. ¿Piensa usted que, con un Congreso virtualmente empatado, alguna reforma sustantiva -para su gusto o disgusto- ocurrirá algún día?

Podemos coincidir en que el texto redactado requiere ajustes, pero eso pasa con casi todo en la vida. Pero estamos hablando de normas, de procedimientos, y aquel que hizo que 7.573.914 ciudadanos concurriéramos a votar en el plebiscito de entrada, no estableció algo como: “voten tranquilos ‘cauritos’, después nosotros la hallamos mala, y en el Congreso la arreglamos a nuestra pinta”.

Así las cosas, lo real y legal es que o aprobamos lo que se nos presentó, o queda vigente lo actual y no hacemos nada más, o una vez aprobada, el soberano -nosotros- decidimos qué se hace. El voto para reformar la actual, o la nueva Constitución, no es lo que elegimos, ni hemos otorgado mandato a los iluminados de siempre, para decidir qué queda y que se cambia, mientras nos entretienen con su vuelta del perro.

Y como a Milanés ya le han dado demasiado, prefiero despedirme con una de Silvio:

“Al final del viaje está el horizonte,

al final del viaje partiremos de nuevo,

al final del viaje comienza un camino,

otro buen camino que seguir”.

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