Necrológicas

– Viviana Flores Méndez

– Luis Enrique Alvarez Valdés

Grandes dramaturgos australes: Wilfredo Mayorga Descouvieres

Sábado 20 de Agosto del 2022

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  • Víctor Hernández
    Sociedad de

    Escritores de Magallanes

  • Oscar Aguilera, de 72 años, lleva casi 50 intentando salvar este lenguaje, registrando
    el vocabulario, grabando durante horas archivos sonoros y documentando el léxico.

Para muchos académicos, profesores, alumnos y público en general que participaron como espectadores del Segundo Encuentro Nacional de Escritores de Magallanes, evento que tuvo lugar en Punta Arenas entre el 27 de octubre y el 1 de noviembre de 1982, llamó la atención y en algunos casos, hasta pasó desapercibida la figura maciza de un hombre conocido vastamente en aquellos tiempos por los antiguos escritores magallánicos avecindados en Santiago o en otros lugares del país, como Francisco Coloane, Roque Esteban Scarpa, Nicolás Mihovilovic, Pepita Turina, Inés Bordes, Mireya Latorre, Enrique Campos Menéndez, Ernesto Livacic, Rolando Cárdenas, y de un juvenil Ramón Díaz Eterovic, que desde hacía casi una década, se encontraba viviendo en la capital.

Para los creadores residentes en Magallanes en cambio, a excepción de Marino Muñoz Lagos, su recia personalidad era una verdadera incógnita. Se sabía de él exclusivamente a través de lo que contaba a veces, la prensa escrita que llegaba por vía aérea desde Santiago, o por conversaciones y comentarios que a ratos vertían los escritores en bares y cantinas de Punta Arenas, cuando venía alguna compañía teatral a representar una obra dramática en el Teatro Municipal de nuestra ciudad.

Y es que pocos sabían que Wilfredo Mayorga Descouvieres volvía a pisar suelo natal después de más de cincuenta años de ausencia. El corpulento autor, periodista y dramaturgo magallánico frisaba los setenta años cuando asomó en la losa del aeropuerto Carlos Ibáñez del Campo, con su enigmático parecido al actor francés Michel Simon, como solía expresar el escritor y crítico literario Juan Uribe Echevarría.

Infancia en el antiguo
barrio
Yugoslavo

Nacido el 3 de enero de 1912 en Punta Arenas, el mismo año en que el Presidente Ramón Barros Luco se aprestaba a instalar la Aduana en el territorio austral, que puso punto final a la ley de Puerto Libre menor decretada en el gobierno de José Joaquín Pérez a fines de 1867, ley que convirtió a Magallanes en una pujante y contradictoria tierra de riqueza y de progreso material, con la llegada de miles de inmigrantes europeos y de chilotes, en una época en que el Estado chileno apenas se inmiscuía en los problemas regionales. Ni siquiera había interés por controlar a los hombres que súbitamente hicieron grandes negocios en la Patagonia, construyendo un verdadero imperio económico. Es la etapa en que se forjaron los primeros centros de resistencia del proletariado magallánico, constituido más tarde en la poderosa Federación Obrera con su praxis anarcosindicalista, que tendrá connotación incluso fuera de nuestras fronteras materiales.

Todos los buques del mundo solían navegar por el estrecho que unía los dos mares más importantes del planeta: el océano Atlántico y el océano Pacífico. No fue casualidad entonces, que el padre de Wilfredo, el chilote Jerónimo Mayorga se asentara en Punta Arenas y conociera a una de las damas más cultas y distinguidas de la urbe, la educadora Luisa Descouvieres.

“Fue en el barrio Yugoslavo donde corrieron mi infancia y el comienzo de mi juventud. En la ancha calle de Jorge Montt, cruzando el puente sobre el río de las Minas, hacia el norte, de espaldas al mar y a veinte pasos de la esquina con la calle Progreso estaba la Escuela Nº9 de enseñanza primaria. Mi madre, doña Luisa, era la directora. Allí vivíamos”.

El vespertino El Magallanes realizó el 22 de diciembre de 1930 una interesante nota periodística en que se revela la significación de la profesora Descouvieres en la consolidación de la instrucción primaria en el austro. Directora en escuelas de Ancud y Quinchao en Chiloé, se trasladó a Punta Arenas, el 10 de abril de 1909, para servir como maestra en la Escuela Nº11 de Leña Dura, cargo que ejerció hasta el 15 de mayo de 1910. Más tarde, dirigió la Escuela de hombres Nº9 hasta el 24 de octubre de 1929, en que fue nombrada directora de la Escuela Superior de Niñas Nº2, donde posteriormente, fue tramitada su jubilación. Al interior del magisterio se le recordaba con especial interés, porque siempre bregó por la independencia de las mujeres. Señalaba:

“Como educadora siempre traté de inculcarle a las niñas el amor al trabajo, que cada una sea buena madre y mujeres de su hogar, y, que, es posible, que cada una aprenda un oficio o profesión para independizarse y al mismo tiempo ayude de esta forma a los suyos. Estos ideales, no son feministas, sino netamente femeninos. Si fuera posible cada mujer debiera trabajar y ganar un sueldo, para independizarse nada más”.

A su vez, Wilfredo Mayorga nos entrega una bonita semblanza de su progenitor cuando aquél volvía de sus viajes a Punta Arenas:

“Mi padre llegaba cada quince o veinte días, cuando el vapor Amadeo de José Menéndez volvía de sus viajes por los puertos y las islas australes. Mi padre, que primero fue contramaestre, terminó su vida siendo un venturoso capitán con toda la historia y la leyenda de los mares australes en el alma”.

Wilfredo Mayorga hizo sus estudios primarios en el Colegio San José y los secundarios en el Liceo de Hombres. Alrededor de 1925 lo hallamos viviendo con sus padres en el antiguo barrio Yugoslavo (hoy Croata). De esta época datan las descripciones del entorno que rodeó a su juventud antes de partir de Punta Arenas a estudiar leyes y pedagogía en castellano en la Universidad de Chile.

“Frente a la Escuela vivía un profesor de matemática del Liceo: el señor Aguilera, al que le decíamos el ‘chino’ Aguilera; a su lado, haciendo esquina en la casa de altos, toda la familia Nilson disfrutaba de un hogar alegre y trabajador. Frente a ella, en la otra esquina hacia el norte, estaban las hermanas Nielsen en su casa rodeada de una alta cerca con piquetes de madera sin pintar”.

La fina descripción de situaciones y personajes le acompañaría durante toda la vida. Sin proponérselo siquiera, será su facilidad para la literatura el medio que le abrirá las puertas en el difícil círculo de los intelectuales en Santiago.

“A este barrio llegaba el querido doctor Bencur, Mateo Bencur, cuando caíamos enfermos de una coqueluche, o de un soberano empacho. Cobraba cuatro pesos por cada visita a domicilio y dos en su consultorio. En su rostro bondadoso destacaban los grandes bigotes y sus agudos ojos azules. Usaba largo gabán y tongo negro y llevaba su eterno maletín repleto de medicinas y de amor…un día el doctor Bencur se fue…y años más tarde supimos que ese médico cariñoso y paternal que nos recetaba sudores con tilo o aceite de recino fue también el célebre novelista eslovaco Martin Kukucin, autor de hermosas narraciones, célebres en toda Europa”.

En el Liceo de Hombres a los dieciséis años, escribió junto a su amigo y compañero de generación, Roque Esteban Scarpa, una comedia musical titulada “Doña Juana Tenorio”. En ese entonces, ambos estudiantes ignoraban que con esa obra de teatro inauguraban su ingreso al mundo de la literatura, a la que no abandonarían jamás. A diferencia de Scarpa, que vendrá continuamente a la región, las imágenes de su querido barrio Yugoslavo serán para Wilfredo Mayorga las últimas que tendrá de Punta Arenas, en más de medio siglo.

“Pescadores, carpinteros, comerciantes, esquiladores, picapedreros, albañiles o mineros, los yugoslavos colmaban con su laboriosidad las ansias de progreso del mundo austral. Los Barrientos, los Andrade, los Cárdenas y nosotros, éramos las únicas familias chilotas que vivíamos en el hermoso barrio Yugoslavo, a tres o cuatro cuadras del Liceo donde cursamos las humanidades antes de partir hacia Santiago para estudiar en la Universidad. Barrio noble, hecho por las gentes que hablaban medio castellano y avanzaban por la vida con bondad. Juntaban sus sangres con las de la tierra que los recibió donde quedarían sus huesos para siempre”.

Periodismo y

bohemia

santiaguina

A poco andar en la capital, Wilfredo Mayorga sintió la atracción del mundo artístico y literario. Los estudiantes habían sido los principales protagonistas en la caída del Presidente Carlos Ibáñez del Campo, en julio de 1931. Universitarios en colusión con militares y obreros implantaron la república socialista, la primera de Chile y de la América del Sur. Después, se iniciaba el segundo gobierno de Arturo Alessandri y en la Universidad de Chile el rector Juvenal Hernández hacía de su rectorado un verdadero apostolado del saber y de la cultura.

En ese ambiente, no era de extrañar que Wilfredo Mayorga abandonara los estudios de Derecho y de Pedagogía en Castellano y los remplazara por el ejercicio del periodismo, o como improvisado dramaturgo escribiendo piezas teatrales para las compañías de Enrique Barrenechea, Luis Córdova, Juan Carlos Croharé, Alejandro Flores, Rafael Frontaura y Américo Vargas.

El entramado de influencias culturales que absorbió en esos años fue enorme. En el Instituto Pedagógico el maestro Mariano Latorre solía frecuentar con sus alumnos y futuros profesores escritores, Fernando Alegría, Pedro de la Barra, Juan Godoy y el propio Wilfredo Mayorga la célebre librería Nascimento para departir con su dueño Carlos George Nascimento. A ese lugar llegaban los literatos Antonio Acevedo Hernández, Daniel Belmar, Andrés Sabella y jóvenes poetas como Eduardo Anguita, Teófilo Cid y Nicanor Parra.

Wilfredo Mayorga encontró empleo en los diarios La Tarde y La Hora, lo que le permitió concentrarse en su mayor hobby: la dramaturgia. En 1941, en plena efervescencia de la Segunda Guerra Mundial y de la puesta en marcha del Teatro Experimental de la U. de Chile, se las ingeniaba para estrenar dos obras dramáticas que recibieron el Premio Municipal al Cuarto Centenario de la ciudad de Santiago, “La bruja” y la comedia “La marea”.

“La bruja” se convirtió de inmediato en su caballo de batalla. Domingo Tessier que formó parte del elenco de actores aseguraba que su autor “hurgó en lo vernacular, y nos entregó personajes que quedarán en el recuerdo como “El Chano”, “La Ranchona” y otros”. El propio Mayorga comentaba a la prensa:

“Nuestros dramas han de afrontar con valor los problemas del miedo, del odio, la venganza, el egoísmo, la nobleza, la hospitalidad, las inquietudes de nuestro pueblo, su caos, su porvenir. Abunda también entre nosotros el material mítico y místico que la tradición guarda cuidadosamente. El deber nuestro es cogerlo oportunamente para que las generaciones futuras vibren con la vieja tierra de sus antecesores”.

En 1942, estrenó el sainete “El mentiroso”, a lo que siguieron, las comedias “El antepasado” (1943) y “La bruja del Maule” (1944) y el drama “El hermano lobo”, esta última de 1945. Ese mismo año asumió la dirección de la revista de artes y letras “Voz de América”, mientras en paralelo, dictaba clases regulares de teatro en las escuelas de temporada que la U. de Chile implementaba por todo el país.

Los reconocimientos a su trabajo dramatúrgico se sucedieron uno tras otro. La comedia “El eterno enemigo” recibió el Premio de Dirección del Teatro Nacional en 1946, un logro que también consiguió la sátira cómica “El viajero oportuno” en 1948. Wilfredo Mayorga era un estudioso de la obra del español Lope de Rueda y de los grandes dramaturgos franceses Pierre Corneille, Jean Racine y Jean Baptiste Poquelin (Moliere). De este último tradujo y adaptó la obra “El avaro” en 1947, que tuvo gran éxito de crítica.

Siempre activo, continuó con su propuesta estética de revitalizar el género cómico, lo que se observa con las obras “Sol de invierno” de 1949 y la farsa “Gerardo y sus cuatro temores”, ambas premiadas por la U. de Chile y por la Dirección de Teatro Nacional. Un logro similar obtuvo el drama “El corazón limita con el mar” en 1950.

A medida que adquiría más experiencia en su labor periodística, labor que desempeñó por más de cuarenta años en el diario Las Ultimas Noticias, comenzó a escribir sesudos ensayos sobre autores y temas dramatúrgicos. En 1958 publicó con editorial Campeador su trabajo “Antonio Acevedo Hernández” y luego, con el sello Pentograf los estudios, “El teatro de Berthold Brecht” y “Los personajes de Shakespeare andan por la calle”, en 1963 y 1964, respectivamente.

Sus publicaciones las compartía con una incesante labor societaria. Fue presidente de la Sociedad de Autores Teatrales y fundador del Club de Autores. Presidió el jurado de numerosos certámenes literarios tanto en Chile como en el extranjero. Desde 1973 a 1977 fue director de la Sociedad de Escritores de Chile.

En la revista Ercilla entrevistó alrededor de un centenar de personalidades que sobresalieron en la política y en la cultura chilena. Durante tres años, desde 1972 a 1975 fue profesor de la escuela de Periodismo de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

En el decenio de 1980 encontramos a Wilfredo Mayorga en plenitud creativa. Escribió y dirigió el drama “Edipo campesino” que después se incluyó en una trilogía sobre el mundo rural, junto con las obras, “La bruja” y “El camino del alba”, en una temática que el autor exploró con frecuencia en su discurso dramatúrgico, profundizando el camino trazado por Antonio Acevedo Hernández.

En 1982 la Editorial Nascimento le publicó el libro “Teatro” con una selección de tres obras de su autoría: “La bruja”, “Un señor de clase media” y “Por el camino del alba”, pieza dramática por la que recibió el Premio Municipal de Literatura de Santiago en 1983.

Anteriormente, había editado en la revista Atenea de la Universidad de Concepción, el ensayo “Andrés Bello” en 1981. Publicó también, la comedia “La herencia del abuelo” y el monólogo “María Magdalena”. Con el patrocinio de la Corporación Claudio Arrau y de la Ilustre Municipalidad de Santiago editó en 1988 el notable ensayo “Ocho nuevos dramaturgos chilenos” donde incorpora una síntesis biográfica de los autores y presenta los trabajos: “La fuga”, de Raúl Espejo; “Mañana puede ser muy tarde” de Dora Espinosa; “Desencuentro a tres voces”, de Carmen Figueroa; “Pepe-gatoblanco”, de Rodrigo Leiva; “¿Quiere usted ser mi perro?” de José Miguel Ortiz; “El milagro”, de María Horaria Ochoa; “Recorrido B-56, de Zulema Sepúlveda; y “Olor a quemado” de Pedro Torres.

Reconocimientos y

libro de memorias

Durante la última etapa de su vida Wilfredo Mayorga siguió escribiendo las novelas ambientadas en Magallanes, “De allá vino la barca” y “Al calor de la nieve”.

El 28 de abril de 1995 la Municipalidad de Santiago, por intermedio del alcalde Jaime Ravinet le confirió la medalla Gabriela Mistral por su aporte a la cultura. Un detalle que reveló su generosidad, y, a su vez la obsesión por los detalles, fue el evento organizado por la Corporación Justicia y Democracia en que Wilfredo Mayorga hizo entrega en comodato a la organización descrita, representada por su presidente Patricio Aylwin, de libros raros y folletería sobre temas políticos que iban desde el número 1 al 50 de la revista satírica Topaze, el proyecto del Código Civil de Andrés Bello de 1855, hasta las crónicas que el mismo autor escribió para la revista Ercilla entre 1965 y 1966.

Precisamente, estas crónicas inspiraron al historiador Rafael Sagredo Baeza para que en conjunto con el Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Ril Editores y la Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos publicaran en 1998 el extenso volumen de 682 páginas, “Crónicas políticas de Wilfredo Mayorga. Del Cielito lindo a la Patria Joven”, que reúne los artículos y entrevistas realizadas por el dramaturgo magallánico.

José Wilfredo Mayorga Descouvieres falleció en Santiago, el 9 de septiembre de 1998.

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