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Grandes dramaturgos australes: María Asunción Requena Aizcorbe

Lunes 29 de Agosto del 2022
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Víctor Hernández
Sociedad de

Escritores de Magallanes

 

Parte II y final

Los críticos y estudiosos de la literatura a menudo sitúan a la artista magallánica como parte de la llamada Generación del 50, que algunos académicos como Cedomil Goic y Hugo Montes, por ejemplo, denominan de 1957.

Aquel movimiento cultural surgió con el propósito de superar el discurso que proponían los autores de la generación precedente, encasillados con el cambio político, económico, social y cultural que representó para el país, la llegada al poder del Frente Popular con Pedro Aguirre Cerda. A esos artistas y escritores se les conoció como la Generación del 38.

Un texto renovador en este sentido, fue el libro “La difícil juventud” de Claudio Giaconi, volumen compuesto de once cuentos publicado en 1954, en que se advierte cambios formales y de contenido, esbozando en el relato una nueva propuesta estética.

Unos años más tarde, en el Segundo Encuentro de Escritores Chilenos efectuado en Chillán, entre el 19 y 24 de julio de 1958, el propio Giaconi leyó una ponencia titulada “Una experiencia literaria” en donde abordó desde un juicio crítico a los escritores que les antecedieron y expuso a su vez, los principales lineamientos que marcaban el derrotero escritural de la nueva generación.

En cuanto a lo primero recalcó las grandes diferencias que a fines de la década del 40 del siglo pasado percibían los jóvenes artistas como Carlos Faz, Carmen Silva y escritores como Jorge Edwards, Enrique Lafourcade, Enrique Lihn, Alberto Rubio, María Eugenia Sanhueza, con autores chilenos ya famosos, con los cuales los jóvenes creadores disentían profundamente, como lo expresó Giaconi en aquel documento:

“Los escritores más jóvenes en ese momento eran Francisco Coloane, Oscar Castro, Nicomedes Guzmán. Contaban con una vasta masa de lectores. Al no encontrar en ellos rasgos afines, nos sentíamos condenados a un aislamiento irremediable. Nuestros predecesores no se andaban con tantas dudas; iban recto al grano, a fines más o menos concretos: se orientaban hacia el campo social, hacia un escepticismo criollista o hacia la exaltación de valores vitales”.

A continuación, Giaconi expuso el programa de contenidos que pregonaba la nueva generación de artistas y escritores de la que formaba parte y estableció un programa de seis puntos que consideraba:

La superación definitiva del criollismo y de los métodos narrativos tradicionales; una apertura hacia los grandes problemas contemporáneos: mayor universalidad en concepciones y realizaciones; audacias formales y técnicas; mayor riqueza y realismo en el buceo psicológico, y, eliminación de la anécdota.

El planteamiento de Giaconi coincidía en un momento histórico de nuestra literatura nacional, en que muchos de los integrantes de la Generación del 50 ó 57, habían dado a conocer sus primeras obras. En poesía se hablaba del movimiento lárico que tenía a Jorge Teillier con el volumen “Para ángeles y gorriones”, (1956); Efraín Barquero, con el texto “La piedra del pueblo”, (1954); y Rolando Cárdenas, con su “Tránsito breve” (1959) como sus principales epígonos. En narrativa sobresalían autores como José Donoso, con los títulos, “Veraneo y otros cuentos”, (1955); y la novela “Coronación”, (1957). Otro tanto hacía Enrique Lafourcade con sus obras de largo aliento, “Pena de muerte” (1952); “Para subir al cielo” (1958); y “La fiesta del rey Acab”, (1959). Jaime Laso había publicado su novela “El cepo” (1958). En tanto, María Elena Gertner hacía lo propio con su importante obra en prosa, “Islas en la ciudad”, (1958) y José Manuel Vergara, con la premiada novela “Daniel y los leones dorados”, (1956).

Sin embargo, la nueva generación de creadores se diferenció de las anteriores, por aportar una renovación del teatro chileno con la aparición de jóvenes dramaturgos. Uno de ellos fue el médico Luis Alberto Heiremans (1928-1964). En su breve existencia produjo una significativa cantidad de cuentos, reunidos en los libros “Los niños extraños”, (1950), y “Los demás”, (1952); algunas nouvelles en el texto “Seres de un día”, (1964); la novela “Puerta de salida” (1964) y un abundante y premiado trabajo dramatúrgico, que recoge muchos de los conceptos que enunció Giaconi en su ponencia en el congreso de Chillán de 1958, y que podemos corroborar en obras como “La jaula en el árbol” (1957), “¡Esta señora Trini!” (1958) y posteriormente, en el “El Abanderado” (1962) o el “El Tony chico” (1964).

En esta misma camada de autores tenemos a Sergio Vodanovic (1926-2001) con obras como “Mi mujer necesita marido”, (1953); y sobre todo, “Deja que los perros ladren” (1959) donde analiza la corrupción de la clase media chilena de entonces. Otro autor fundamental de este grupo es Egon Wolff (1926-2016) quien con sus primeros dramas “Mansión de lechuzas” (1957);  ”Discípulos del miedo” (1958); y “Parejas de trapo” (1959) aporta con un estilo incisivo, pero universal en el tratamiento de las temáticas, un despiadado juicio sobre la cultura chilena.

Uno de los creadores más originales de esta generación fue Jorge Díaz (1930-2007). Aunque en sus primeras obras “La paloma en el espino” en 1957 y sobre todo en “El cepillo de dientes” de 1961, se observa el influjo del llamado teatro del absurdo preconizado por Eugene Ionesco, con “El velero en la botella” de 1962 se percibe el tránsito a un discurso satírico y trágico, característico de toda su producción posterior, como “Antropofagia de salón”, (1971); “Ligeros de equipaje”, (1982); y “Opera inmóvil” (1988), por citar algunas.

Revalorización del

teatro histórico

Influenciados principalmente por el teatro del alemán Berthold Brecht, se manifestaron autores que buscaron en el ejercicio de la revisión histórica de los principales acontecimientos que forjaron la identidad nacional, una forma distinta de creación. En este sentido, en 1954 el Teatro de Ensayo de la Universidad Católica estrenó “Martín Rivas”, una nueva versión para la novela de Alberto Blest Gana. Dirigida por Santiago del Campo, en una suerte de comedia recuperó la esencia provinciana del personaje central colocando énfasis en las causas del movimiento revolucionario del 20 de abril de 1851 que desnuda una de las crisis más profundas de la historia de la República: la rivalidad entre Santiago y las provincias.

Imbuido de elementos ideológicos, encontramos el teatro de Isidora Aguirre, “Carolina”, 1955; “Pacto de medianoche”, 1956; “Dos y dos son cinco”, 1957, pero esencialmente en “Población Esperanza” de 1959, escrita en colaboración con Manuel Rojas y la comedia musical “La pérgola de las flores” en 1960.

Es aquí donde podemos ubicar a María Asunción Requena. Si bien con la comedia dramática “Mr. Jones llega a las ocho” recibió el Primer Premio de la Dirección de Teatro Nacional, con la puesta en escena de “Fuerte Bulnes”, obra dirigida por Pedro Orthous y estrenada en el teatro Antonio Varas de la Universidad de Chile en 1955, la autora magallánica introdujo la épica y el vigor de los seres de la Patagonia, circunscritos a una lucha vernácula e indómita con la geografía austral. Este drama recibió el Primer Premio del Teatro Experimental, otro Premio de la crítica especializada y en 1956, el Premio Municipal de Teatro de Santiago.

De pronto comenzó a hablarse en las academias y en los círculos literarios de un teatro estilo Requena. En ese contexto, mientras se desempeñaba como dentista en el Servicio Nacional de Salud en 1958 terminó de investigar y escribir el libreto de su próxima obra titulada “El camino más largo”. Estrenada al año siguiente, por el Teatro Experimental de la U. de Chile recrea la escabrosa vida de Ernestina Pérez, la segunda mujer que se tituló de médico en Chile, y una de las primeras en Latinoamérica que luego, fue a especializarse a la Universidad de Berlín, institución que sólo unos años atrás, había prohibido el ingreso de las mujeres a la educación superior. Este drama recibió el Primer Premio de Teatro en los Juegos Literarios “Gabriela Mistral”, auspiciado por la Ilustre Municipalidad de Santiago.

La aparición de esta pieza teatral ocurrió cuando en paralelo debutaba en escena el Teatro Teknos de la Universidad Técnica del Estado con el montaje “Se arrienda esta casa” y la misma Requena recibía una Mención Honrosa en el concurso organizado por el Teatro Experimental, por los originales de “Pan caliente”, que se estrenaría siete años más tarde.

Por esos años, la autora magallánica iniciaba una relación sentimental y colaborativa con el poeta y profesor primario Raúl Rivera, unión que se acrecentó cuando aquel tomó las riendas del taller teatral, en 1962. Varias obras escritas por Requena fueron dirigidas por Rivera y estrenadas por el grupo Teknos.

Aparece “Ayayema”

El 30 de mayo de 1964, el Teatro de la Universidad de Concepción estrenaba en la ciudad penquista el drama en dos partes titulada “Ayayema”, obra escrita por María Asunción Requena, con la dirección de Raúl Rivera, escenografía de Ricardo Moreno, vestuario de Virginia Herman, música incidental de Héctor Carvajal y un elenco de veintidós actrices y actores.

La acción transcurre en la localidad de Puerto Edén donde la Fuerza Aérea habilitó una estación para reabastecer de combustible a los hidroaviones que hacían el servicio de la línea Puerto Montt-Magallanes. Requena en su calidad de piloto civil conoció de cerca por boca de los propios aviadores o de los pocos indígenas que iban a estudiar al Instituto Don Bosco de Punta Arenas, las míseras condiciones de vida en que transcurrían los días en la isla Wellington, “el único lugar habitado en el mundo de los archipiélagos, mil kilómetros al norte, mil kilómetros al sur”, al decir de la autora.

En esta pieza dramática, Requena revive los últimos días de Lautaro Edén Wellington, el kawésqar que sintió atracción por la carrera de las armas, y, que luego de concluir la instrucción secundaria partió a Santiago a enrolarse en la Escuela de especialidades de la Fach, hasta retornar con los suyos, vestido de uniforme militar. El mito y la leyenda sugieren, que después de un tiempo, Lautaro, cansado de los malos tratos que un suboficial daba a los originarios, sintió el llamado atávico de su origen, y decidió reencontrarse con su pasado, volviendo a la vida nómade hasta que un día, navegando con su familia por los canales se pierde su rastro en medio de un temporal que hace zozobrar la canoa. El cuerpo de Lautaro nunca fue encontrado.

La obra de Requena simboliza la interacción entre blancos e indígenas en un escenario fatalista. Nada bueno puede resultar de la promesa ofrecida por los blancos con su discurso de civilización y de progreso que facilita el Ayayema, la angustia física y moral que antecede a la extinción de los kawésqar.

La obra recibió en 1965 el Premio Municipal de Literatura de Santiago en categoría teatro. Ese mismo año, en la sala Bulnes de la capital, el grupo Teknos con su director Raúl Rivera estrenó la pieza “Pan Caliente”, que fue llevada con gran éxito de público a los principales escenarios de todo el país.

En 1971 la dramaturga magallánica recibió el Premio especial otorgado por el Departamento de Teatro de la U. de Chile con motivo de cumplirse el trigésimo aniversario de la creación de dicho organismo. Por esos días, Requena concedía una entrevista al diario La Nación en que revelaba algunos aspectos de su obra:

“Todas mis obras tienen contenido social. He querido relatar en cada una de ellas el esfuerzo de los chilenos en las situaciones. También me he preocupado de las injusticias sociales. Trato de realzar valores. No me gustan las cosas negativas, siempre busco lo bueno en cada cosa. A veces un poco de sátira, pero constructiva”.

En 1972 el Teatro Nacional Chileno con la dirección de Eugenio Guzmán, y la colaboración de Luis Advis, Margot Loyola y Osvaldo Cádiz estrenaron “Chiloé cielos cubiertos” una obra icónica en la consumación de los aspectos ideológicos que subyacen en la propuesta escenográfica de Requena. Los isleños, grandes constructores y forjadores de la Patagonia chilena y argentina, viven excluidos de las decisiones que se toman a nivel central y regional. En Curaco de Vélez, lugar en donde acontece la acción, esperan la anunciada construcción del puente que unirá el continente con Chiloé. Aquello traerá bonanza económica a los habitantes del archipiélago. Sin embargo, en aquel lugar, las mujeres suelen quedar a menudo en soledad producto del abandono forzado de los hombres, que deben emigrar en búsqueda de trabajo. Así acontece la historia de Rosario, una joven comprometida en matrimonio por su madre con un pescador, mientras ella se enamora a su vez, de un tripulante del barco mitológico de los chilotes, el Caleuche.

La obra estuvo seis meses en cartelera y en 1973 fue galardonada con el Premio Municipal de Teatro de la ciudad de Santiago.

Después de producido el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, Requena y su pareja Raúl Rivera, debieron emigrar de Chile. Sobre la autora recayó la acusación que siendo odontóloga atendía en su consulta particular, a clientes de izquierda. Por otra parte, se le sindicó como una revolucionaria que solía ir a poblaciones a prestar atención dental a gente humilde donde aprovechaba la ocasión de esparcir su discurso marxista.

La pareja se radicó en Francia. En 1975 la Unesco le confirió a Requena el premio Iti por “Chiloé cielos cubiertos” como la mejor pieza teatral latinoamericana.

María Asunción Requena falleció en el exilio en Lille, Francia, el 18 de marzo de 1986. En Chile pocos notaron su muerte. Hubo abandono, desidia y olvido para esta gran creadora magallánica. Rescatamos en ese período en nuestra región, la decisión de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) filial Magallanes de incluir dos poemas suyos, “País nuestro que estás en América” y “Diapositiva” en la Antología Magallánica tomo 1 poesía, obra editada en 1981 y con motivo de la conmemoración del primer aniversario de su deceso, la puesta en escena por parte del Grupo de Teatro del Magisterio de una versión remozada de “Fuerte Bulnes” que superó a nuestro entender, a la producción televisiva, – intervenida por las autoridades de la época-, de la misma obra en 1975.

El crítico teatral Juan Andrés Piña editó en 2019 un notable trabajo recopilatorio de diez obras de Requena, en que junto a las más conocidas, agregó a las piezas estrenadas que nunca fueron publicadas, “El camino más largo” y “Homo chilensis”. El estudio incluyó tres obras inéditas: “La alambrada”, “La chilota” y la obra escrita en el exilio “Oceánica y dulce Patagonia”. El autor se prodiga en sus notas preliminares y hace hincapié en que existe abundante material escrito por la autora que se encuentra desaparecido, entre ellos los originales de las obras “Aysén” y “Piel de tigre”.

En 2021 la Dramática Nacional reestrenó en Santiago, “Chiloé cielos cubiertos”. Nelda Muray Prado, una de las gestoras del proyecto dijo:

“En ese sentido, la obra tiene un montón de demandas sociales, visiones políticas-feministas y aparece de pronto el dichoso puente que se menciona un montón. Eso es una locura. Como que la vigencia de esta obra también pasa por este nivel de negligencia, de desamparo. Eso es impresionante”.

En el mismo tenor, los creadores magallánicos Karina Contreras y Javier Contreras, Karen Reumay e Iván Antigual realizaron en Punta Arenas en enero de 2022, una interpretación de “Chiloé cielos cubiertos”, denominada “La danza de la Asunción”, iniciativa financiada por Teatro a mil.

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