Necrológicas

Educación post pandemia, ¿ya pasó todo?

Por Eduardo Pino Viernes 2 de Septiembre del 2022

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El tema que deseo tratar se relaciona con una ponencia presentada en un congreso, donde me sorprendió que varios de los y las asistentes no sólo se encontraban de acuerdo con lo que presentamos producto de nuestra investigación, ya que además se identificaban plenamente en la similitud de los aspectos encontrados como una realidad casi calcada en sus propias naciones latinoamericanas.

Algunas de las conclusiones se relacionaban con este proceso de incredulidad inicial que provocó la pandemia al impedir la asistencia presencial de alumnos y docentes a las aulas, teniendo que asumir obligatoriamente un apresto para lograr el dominio de las herramientas tecnológicas que les permitiesen sacar adelante sus tareas y cumplir con los objetivos educativos. En muchos de ellos hubo al principio temor al enfrentar un nuevo desafío, para dar paso a un encantamiento al descubrir las ventajas de la virtualidad (como evitar largos desplazamientos, la comodidad del teletrabajo o el ahorro de tiempo para dedicar a otras actividades), llegando incluso a declarar que en el futuro se podría prescindir de la presencialidad en el aula. Pero pasados los meses de encierro, en la mayoría se presentó un hastío generalizado contra las pantallas como único medio para lograr los aprendizajes, volviendo a valorar el contacto interpersonal directo como “la” gran metodología que permitía una mayor humanización de este importantísimo proceso vital.

Uno de los mitos que se “cayó” fue dar por supuesto que los niños y jóvenes sólo por haber nacido y crecido en un ambiente inundado de teconologìa, se les podía denominar “nativos digitales”. En varias discusiones se les capacitaba a los profesores en herramientas de comunicación digital para que estuvieran a la “altura” de sus estudiantes, e incluso se tenía la idea que si el docente, especialmente los más antiguos, tenían alguna duda, se la consultaran a sus estudiantes. Varias investigaciones expresan en sus resultados que muchos estudiantes no poseían manejo de plataformas, instrumentos o aplicaciones para el trabajo virtual, pues la gran cantidad de tiempo que dedican a estar en internet se relacionaba con actividades simples como ver videos, chatear o entretenerse en video juegos. Este aspecto, junto con restricciones técnicas de acceso a redes, limitó más de la cuenta la adaptación de los estudiantes a esta nueva modalidad.

El manejo de emociones fue otro aspecto que se presentó de manera variada, pues en niños y adolescentes con dificultades de socialización se acrecentaron aún más sus limitaciones, con una marcada tendencia al aislamiento, reflejando la importancia del sistema educativo como el gran espacio de interrelación social fuera de la familia. Por otra parte, el sistema virtual presentaba un mayor grado de procastinación al evaluarse más lejano el referente de autoridad, tanto en la clase virtual al estar apagadas las cámaras como en el cumplimiento de los trabajos.

Aunque la falta de espacio impide analizar varios otros aspectos interesantes, vale la pena reflexionar acerca del consenso observado en varias naciones latinas al superar estos dos años de virtualidad: después de haber prometido que habría un antes y un después, que se valorizaría esta experiencia nunca antes vista en la historia para cambiar lo negativo y fomentar las virtudes que nos trae la presencialidad y el contacto interpersonal directo, además de verificar los logros obtenidos durante dos años de encierro; se coincide en haber vuelto a la rutina, a encontrar más violencia que antes debido a la precarización en la autorregulación emocional en niños y jóvenes, y que no se han establecido programas masivos de nivelación de contenidos a nivel nacional. Es como si la pandemia fue sólo un mal sueño que no quisiéramos recordar y todo vuelve a ser como antes, para ocupar nuestros afanes a la contingencia del momento.

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