El mito que Galileo Galilei fue excomulgado y condenado a la hoguera y la famosa frase que jamás pronunció
- Hace 30 años, el Papa Juan Pablo II reivindicó la figura de Galileo Galilei en la Academia de Ciencias de la Santa Sede. Pero no levantó su excomunión, como muchos afirman, ya que el astrónomo jamás fue excomulgado ni sus obras quemadas.
Sin embargo, esa leyenda se usó para ensanchar la grieta entre la Ciencia y la Iglesia.
La historia, muchas veces, no todas, está basada más en leyendas que en realidades objetivas. Las naciones, para poder crecer y establecerse, crean y sostienen leyendas fundacionales que no son, como muchos creen, una mentira. Son, en cambio, relatos de tradición popular con una base histórica más o menos reconocible, que refiere hechos históricos o maravillosos. Como tales, se sitúan en la frontera entre el mito y la realidad y, al igual que el mito, pasan de generación en generación mediante la trasmisión oral o escrita.
Una de esas leyendas fue que el Papa Juan Pablo II levantó la excomunión de Galileo Galilei y lo reivindicó. Pero Galileo nunca fue excomulgado ni condenado a la hoguera (como algunos afirman por ahí), ni sus libros quemados.
El 21 de febrero de 1632, Galileo, protegido por el papa Urbano VIII y el gran duque de Toscana Fernando II de Médicis, publicó en Florencia su “Diálogo sobre los principales sistemas del mundo”, donde se burlaba implícitamente del geocentrismo de Ptolomeo. “El Diálogo” es a la vez una revolución y un verdadero escándalo. El libro es, en efecto, abiertamente pro-copernicano. Cabe la pena recordar que Italia no existía y Florencia era un país independiente, por tanto Galileo se sentía protegido contra enemigos de “otros países” como pudiera ser los Estados Pontificios. Pero Galileo subestimaba por demás al Papa y a la corte papal que, más que buscar la verdad, buscaban sus intereses personales. Galileo tiene en Roma poderosos enemigos, fundamentalmente entre los jesuitas del Colegio Romano, especialmente Christoph Scheiner y Orazio Grassi, quienes se consideraban la rama intelectual de la Iglesia. A ellos no les gustaba para nada lo expuesto por Galileo porque estaba escrito en lengua vulgar, en vez de hacerlo en el idioma culto utilizado por entonces entre los hombres de ciencia, el latín. A cierta jerarquía no le agradaba que las obras llegaran directamente al hombre de la calle.
El libro había pasado por los censores florentinos, pero los romanos no estaban tan conformes. Por lo tanto Galileo, fue requerido para presentarse en Roma. Como estaba muy enfermo y agotado se demoró en acudir. Para peor, en esos momentos existía una epidemia de peste en la península.
Llegado a Roma, comenzó el proceso con un interrogatorio el 9 de abril de 1633. Galileo no reconoció haber recibido expresamente ninguna orden del cardenal Roberto Bellarmino, quien era el jefe de la Inquisición. Solo una convocatoria para establecer un coloquio. Por tanto y sin orden firmada y con pruebas tan endebles, era difícil establecer una condena.
Los hombres de ciencias y muchos eclesiásticos ya sabían que el Sol no era el centro del universo, y que la tierra era redonda se sabía hacía siglos, dado que Eratóstenes, Anaximandro, Hecateo de Mileto y hasta la misma Biblia en el libro de Isaías así lo aclaraban. La cuestión era otra, el desafío al poder eclesial y el libre pensamiento de la ciencia que no congeniaba con la teología. Galileo, de 68 años, acepta confesar, lo que lleva a cabo en una comparecencia ante el tribunal el 30 de abril. Una vez obtenida la confesión, se produce la condena el 21 de junio. Al día siguiente, en el convento romano de Santa María sopra Minerva, sede de la Santa Inquisición, le es leída la sentencia: “Nosotros pronunciamos, sentenciamos y proclamamos que tú, Galileo Galilei, en razón de los hechos que ha sido detallados en el documento de este proceso, has sido merecedor de todas las censuras y amonestaciones promulgadas por cánones sagrados y las leyes particulares y generales. Estamos en este tribunal para considerar tu absolución con una primera condición, que es tu abjuración en nuestra presencia con un corazón sincero y con una fe verdadera. Asimismo condenamos tu escrito ‘Diálogo’, el cual será prohibido por edicto público. Como castigo tendrás que ser más cuidadoso en el futuro así como servir de ejemplo para otros y de este modo se abstengan de cometer estas imprudencias. Como pena de salutación te imponemos que recites los siete salmos de penitencia una vez por semana durante los próximos tres años y prisión en este santo oficio, aunque nos reservamos el derecho de conmutar cualquiera de estas penas.”
Ante esta sentencia surge un dato interesante, que explicará el Cardenal Ravassi en el año 2009, el “Año de Galileo” con motivo del 400 aniversario de la construcción del primer telescopio por el científico italiano. Ravassi advierte: “El Papa no firmó la sentencia y los cardenales no se pusieron de acuerdo sobre la condena; por esto, está bien volver a publicar las actas en su totalidad, para tenerlas de nuevo a disposición en una edición lo más acertada y rigurosa posible desde el punto de vista crítico”.
Según narra la leyenda, cuando Galileo salió del tribunal a la Piazza Minerva, observó el cielo y dijo la famosa frase: “Eppur si muove” (“Y sin embargo se mueve”), pero según Stillman Drake, un historiador canadiense de la ciencia que publicó más de 131 libros y artículos sobre Galileo, incluyendo traducciones, aclaró que no pronunció la famosa frase en ese momento, ya que no se encontraba en situación de libertad y sin duda era desafiante hacerlo ante las puertas tribunal de la Inquisición.
El texto de la sentencia fue difundido por doquier: en Roma el 2 de julio y en Florencia el 12 de agosto. La noticia llegó a Alemania a finales de agosto, y a Bélgica en septiembre. Los decretos del Santo Oficio no se publicarán jamás en Francia.
Galileo retornó a Florencia donde se quedó en su casa desde diciembre de 1633 a 1638. Allí recibió algunas visitas, lo que le permitió que alguna de sus obras en curso de redacción pudiera cruzar la frontera. Estos libros aparecieron en Estrasburgo y en París en traducción latina. El 2 de enero de 1638 Galileo perdió definitivamente la vista. En 1640 se mudó cerca del mar, a su casa de San Giorgio, rodeado de sus discípulos Viviani, Torricelli, Peri y otros, trabajando en la astronomía y otras ciencias. A fines de 1641, Galileo trata de aplicar la oscilación del péndulo a los mecanismos del reloj.
El 8 de enero de 1642, Galileo muere en Arcetri a la edad de 77 años. Su cuerpo fue inhumado en Florencia el 9 de enero. Un mausoleo se erigió en su honor el 13 de marzo de 1736 en la iglesia de la Santa Cruz de Florencia.
En el siglo XVII había resistencia a la separación entre ciencia y teología. En el siglo XVIII, el papa Benedicto XIV autorizó las obras sobre el heliocentrismo. En 1741 hizo que el Santo Oficio imprimiera la primera edición de las obras completas de Galileo, y en 1757 las obras favorables al heliocentrismo fueron autorizadas a ser impresas y se retira a estas obras del “Index Librorum Prohibitorum”. En 1939, el papa Pío XII en su primer discurso a la Academia Pontificia de las Ciencias, describe a Galileo como “…el más audaz héroe de la investigación, sin miedos a lo preestablecido y los riesgos a su camino, ni temor a romper los monumentos”.
Así llegamos a Juan Pablo II, que propuso una revisión honrada y sin prejuicios en 1979. La comisión se conformó en 1981 y dio por concluidos sus trabajos en 1992.
Y el 31 de octubre de 1992, el Papa habló delante de la Academia de Ciencias de la Santa Sede: “…el 10 de noviembre de 1979, con ocasión de la celebración del primer centenario del nacimiento de Albert Einstein, expresé ante esta misma Academia el deseo de que ‘teólogos, sabios e historiadores, animados de espíritu de colaboración sincera, examinen a fondo el caso de Galileo y reconociendo lealmente los desaciertos, vengan de la parte que vinieren, hagan desaparecer los recelos que aquel asunto todavía suscita en muchos espíritus contra la concordia provechosa entre ciencia y fe’. Y sobre Galileo, argumentó: “… ¿No está ya archivado desde hace tiempo ese caso? ¿no están ya reconocidos los errores cometidos? Ciertamente, así es.” El discurso de Juan Pablo II continuó: “Galileo, creyente sincero, se mostró en este punto más perspicaz que sus adversarios teólogos. ‘Aunque la Escritura no puede errar -escribe a Benedetto Castelli el 21 de diciembre de 1613-, con todo podría a veces errar de varias maneras, alguno de sus intérpretes y expositores’. Se conoce también su carta a Cristina de Lorena (1615), que es como un pequeño tratado de hermenéutica bíblica. Podemos ya aquí extraer una primera conclusión: La irrupción de una nueva manera de afrontar el estudio de los fenómenos naturales impone un esclarecimiento del conjunto de las disciplinas del saber.”
En la basílica de San Pedro del Vaticano, el 15 de febrero de 2009, se celebró una misa en memoria de Galileo. Dicha Eucaristía fue oficiada por monseñor Gianfranco Ravassi. La Santa Sede quería hacer pública la aceptación del legado del científico dentro de la doctrina católica. Ese año se organizó también un congreso internacional sobre Galileo Galilei y en marzo se presentó en Roma el libro escrito en italiano “Galileo y el Vaticano” que ofrece “un juicio objetivo por parte de los historiadores” para comprender la relación entre el gran astrónomo y la Iglesia. Al presentar el libro, el presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, el arzobispo Gianfranco Ravassi consideró que esta obra facilita a la Iglesia comprometerse “en una relación más vivaz y calmada con la ciencia”. En julio se presentó una nueva edición sobre las investigaciones del proceso realizado a Galileo. El nuevo volumen se tituló: “I documenti vaticani del processo di Galileo Galilei”(Los documentos vaticanos del proceso de Galileo Galilei). La edición ha estado a cargo del prefecto del Archivo Secreto Vaticano, monseñor Sergio Pagano.




