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Por Eduardo Pino Jueves 3 de Noviembre del 2022
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Para los distintos procesos que experimenta el país, hay una gran variedad de intérpretes de lo que ocurre y ha ocurrido en Chile. Por ejemplo, con motivo del estallido social el 18 de octubre, la gran marcha del 25 y sus efectos posteriores, cada maestrito con su librito. 

¿Por qué no le preguntamos de una vez por todas a la gente a través de una buena encuesta? Se les podría consultar primero a los que participaron ese día y después auscultar sobre cuáles fueron sus motivaciones para participar. ¿Iban contra el capitalismo o el neoliberalismo, acaso iban contra la elite política, iban contra o a favor de qué?

Hubo grupos que perdieron como en la guerra, distintos artistas de izquierda comprometidos, quedaron pagando con el Apruebo, al igual que cierta dirigencia de izquierda y centroizquierda. El país les dio de frentón la espalda con el Apruebo. El desafío a futuro es saber en qué elecciones conviene o no comprometerse públicamente, especialmente cuando se trabaja en áreas en que de alguna forma se representa a muchos y de distintos sectores.

Sin duda, la correlación de fuerzas cambió notablemente, como lo expresa Ernesto Ottone en un medio electrónico: “Hoy es radicalmente distinta a la que existía en 2019, 2020 y 2021. El cambio está evidenciado en el tremendo triunfo del Rechazo. Sucede que el voto obligatorio hizo que fuera a las urnas gente que no marcha, que no sale a la calle. Personas alejadas de la cosa pública, pero muy preocupadas de su vivir cotidiano”.

Por ejemplo, la marcha del 25 de octubre se puede asociar al macizo resultado del 4 de septiembre en el plebiscito. Sin embargo, por nuestra costumbre de centrar el análisis en los conflictos, lo que se destaca más y, a todo nivel, es el 18 de octubre con la violencia, las estaciones de Metro incendiadas y el gran daño a las ciudades. Se hace necesario, en este sentido, mirar con mayor detención dónde estamos parados como sociedad, si en el resultado de la violencia absurda que siempre se destaca más o en las masivas y silenciosas manifestaciones ciudadanas. A lo mejor viene siendo hora de cambiar nuestra forma de evaluar estos procesos, lo cual sin duda nos puede servir para orientar nuestro desarrollo futuro como nación, sobre todo en un momento constituyente como el que vivimos. Protestar y patalear es una cosa, asi como convivir y gobernar es otra, totalmente distinta. Quienes están con la violencia en la calle jugándoselas por la ingobernabilidad, difícilmente pueden estar al mismo tiempo gobernando y sentados a la mesa con los demás.

Una gran tarea y misión país, a nivel constitucional, que debe ser de consenso y compromiso transversal, es el poder implementar un proceso de mejoramiento de la educación, a todo nivel. Desde la base y con énfasis en los territorios para incentivar el arraigo local y disminuir las migraciones hacia la capital y grandes ciudades. Esta tarea debe ser prioritaria y no estar sujeta a aprovechamientos ideológicos o el poder sacar ventajas, en lugar de abordar el trabajo de mediano y largo plazo. Tan necesario para que desde una educación base de calidad, aceptada por todos, se pueda construir un país menos desigual y con perspectivas de futuro para todos, independiente donde se viva o cuánto se tenga.

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