Un precursor de la inclusión que dice adiós tras 43 años de trabajo
- En 1982 se incorporó a la Escuela Paul Harris, que en ese tiempo llevaba el nombre de F-13 y vio cómo se fue formando el Centro de Capacitación Laboral, donde ahora ve con orgullo cómo más de un centenar de sus alumnos se pudo incorporar a la vida laboral.
Comenzó con la inclusión cuando estos temas ni se consideraban en la sociedad. Años en que los niños, jóvenes y adultos con necesidades educativas especiales eran tratados de otra manera y poco espacio tenían para la inserción en la sociedad. Más de cuarenta años de trabajo que han contribuido a que en la actualidad estas personas puedan llevar una vida mejor y demostrar que son un aporte en distintos ámbitos de la sociedad, como cualquier trabajador o profesional.
Mario Patricio Pérez Martínez nació en Punta Arenas el 2 de septiembre de 1957. Sus padres, Miguel Pérez Calixto, trabajó en los talleres de la maestranza municipal y su madre, Cándida Martínez Alvarado, destacó por su labor de costurera. De su padre aprendió el oficio de la mueblería y la organización en un taller, lo que fue quedando en él y fue fundamental para su futuro. “Mi padre tenía mueblería y mi hermano Miguel todavía la mantiene en Pérez de Arce en el barrio municipal, que en ese tiempo era pura pampa. La maestranza municipal obrera y que en ese tiempo era extremo y ahora pasó a ser centro”.
La enseñanza básica la cumplió en la Escuela 18 de Septiembre, y la media en el Liceo Industrial, para posteriormente estudiar Pedagogía en Educación Básica. “Postulé a la universidad y quedaba muy lejos todo. Había quedado en Dibujo Técnico y salí llamado a Antofagasta. Entonces, mi hermana que era profesora de Historia, me dijo que ella me pagaba la carrera”. Así fue como entró a la Universidad Austral de Chile en Valdivia. “Cumplí con mi hermana, que quería que tuviera un título. Y hasta la fecha continúo, tenía harta vocación, no pensé que la tenía”.
Tras salir de la Universidad Austral, en 1982 terminó de convencerse de su vocación al ingresar a la F-13, la Escuela Paul Harris, “posteriormente estuve en el Colegio Alemán un periodo y después trabajé en la Nocturna donde me desempeñé por muchos años y me vi en la obligación de estudiar la carrera de Educación Diferencial”, apunta. Pero en la Escuela F-13, “un amigo, Juanito Concha, me dijo ‘Mario, tendrás que quedarte con el taller, yo me voy a trabajar a otro lado’. No fue problema para mí”, menciona, sin saber en ese entonces lo importante que sería esa decisión para su vida.
“Comencé a trabajar con niños ya con dificultades. No eran tantos. Me gustó que no fueran tantos los alumnos en los cursos. Hubo muchos cambios en este tiempo. En un principio, cuando propuse incorporar maquinarias, se asustaron. Fui el propulsor de poner maquinarias en manos de estos jóvenes y así, con un torno que me facilitó mi hermano, taladros, fuimos haciendo trabajos diferentes con jóvenes que ya eran adultos, y que tienen otras inquietudes cuando le presentas una máquina. Es diferente un taller”, explicó sobre este cambio radical en este tipo de enseñanza, donde fue muy cuidadoso, evitando que manipularan de mala manera cualquier herramienta y viendo las condiciones que presentaban. “En este trabajo uno entra a inspeccionar, a ver las debilidades y habilidades. Hay jóvenes a los que les gustan los fierros, por lo que ven o trabajan sus padres. También hago soldadura, hace poco un chico se fue contratado a Methanex y llama la atención, porque era muy bueno”, ejemplificó Mario Pérez.
Tuvo estudiantes pertenecientes a la Liga de la Epilepsia, ciegos y del régimen normal del establecimiento, de distintas edades y condiciones, a quienes enseñó a fabricar distintos tipos de productos. “Fabricamos escobillones, se preparó todo el material, hacían su dinero. Todavía veo a gente de Areas Verdes con escobillones en la calle, y que fueron fabricados acá”, indicó Pérez en el Centro de Capacitación Laboral.
Llegó a este espacio educativo en 1989 cuando Carlos González, “que manejaba el taller, que tenía dos dependencias, me dijo que viniera, y nadie quería venirse, porque desvincularse del colegio mismo para llegar a un centro laboral, que no tenía las condiciones de ahora. Para mí fue un desafío y ver que podía hacer muchas cosas. Ahí nos dedicamos, por muchos años, a restaurar muebles y los alumnos aprendían con mucha facilidad. Los chicos eran muy buenos y responsables”, subrayó.
Los desafíos
Con donaciones de herramientas y máquinas, taladros, lijadora eléctrica que hicieron más rápido y eficiente el trabajo. Y con mayor seguridad porque “aquí había máquinas antiguas y peligrosas que solamente manejaba yo, pero posteriormente se fueron adquiriendo algunas más modernas, que ya me permitían tener algunos alumnos, con más seguridad. Nosotros tenemos un premio nacional de seguridad que fue otorgado por la mutual de Santiago, hace mucho tiempo, no recuerdo el año. Nos regalaron todo el set para los alumnos, tanto buzos, guantes, cascos y todo lo que demanda la seguridad en el trabajo”.
En 2011 fue construido el actual Centro de Capacitación Laboral en calle Zenteno, “a gusto nuestro”, reemplazando las dependencias antiguas que se ocupaban desde 1992. “Aquí era un centro de madres, si había talleres y con el piso alfombrado”, recordó. Sin embargo, el proyecto inicial contemplaba otro espacio de construcción del centro. “El alcalde de entonces, Juan Morano, me dijo ‘Mario, yo quiero trasladar todo esto a la Escuela Paul Harris’ y le dije ‘no me gusta, quiero que el centro funcione acá’” y de inmediato recuerda lo “pitoniso” que fue, porque “le dije ‘no vaya a haber una inundación o algo por el estilo’ y pasaron semanas y quedó la crema. Pero yo siempre lo vi como una continuidad de los chicos que salían de la Escuela Paul Harris y venían a un liceo, que es lo que hacemos a la fecha: un centro laboral donde se preparan jóvenes para la vida laboral”.
Un avance notorio
Se enorgullece al hablar de los estudiantes que ha tenido en el taller a lo largo de los años. “Todos trabajan”, recalca. “Han pasado más de cien y tantos, de repente vienen a verme de vez en cuando”.
Pero una cosa es la formación y otra, encontrar una fuente de trabajo, sobre todo porque en un principio, era difícil que las empresas aceptaran a jóvenes salidos del centro. En ese sentido, Mario Pérez reconoce especialmente a Envasadora Aysén, “la primera que tuvo confianza, porque su hija era diferencial. Tenía la confianza de que estas chicas podían ser un aporte. Las probó y dieron resultado para lo que quería: alguien que se concentrara y pudiera hacer, por ejemplo, 150 bolsas”.
Esa visión de la envasadora contrastó con otros espacios, “que eran reticentes, no era tan fácil. Nunca se dieron la pega de decir que había que entrenarlos, lo veían diferente, como un problema”, reconoce. Con el tiempo, la visión fue cambiando, sobre todo tras la incorporación de las máquinas en el centro que hicieron que a sus egresados no les costara tanto la inclusión en el mundo laboral: “Hay maquinistas, taxistas, almaceneros, de todo lo que se pudiera imaginar; la gente que trabajó en Abu-Gosch en ese tiempo, eran alumnos de acá: los que entraron a Unimarc, muchos guardias de seguridad. Siempre les inculcamos que tuvieran sus estudios, su cuarto laboral, a modo de incentivo”, recalcó.
Esa confianza que han sentido los estudiantes se debe por la actitud que ha asumido, especialmente Mario Pérez, en el taller: un trato muy de piel, “uno pasa a ser tipo papá o mamá y se logra mucho presentándoles cariño, para que te vean diferente. Aquí no va en la edad, cada uno avanza a su ritmo”, aseveró.
Otro orgullo fue ver, hace unos días, a uno de sus ex alumnos, vendiendo en la feria agrícola, “pero tiene invernadero. Estaba con su hermana trabajando en el invernadero, en Río Seco. Tiene que haber sido parte de un programa y viene a vender todos sus productos. Me vio a lo lejos. Tengo ex alumnos de más de cuarenta. Siempre les dije: ‘Yo aquí les voy a enseñar muchas cosas, pero no los mando etiquetados. Les digo ‘ustedes son personas tal cual como otras’. El comenzó en Methanex, hizo su dinero y se compró la parcela”.
Recuerda también a otro pupilo que quería comenzar a soldar y quiso aprender. “Hicimos 800 sillas para el Industrial, Inacap, la universidad y varios colegios. Y tenía otro grupo eligiendo tableros, colocando remaches, todo un trabajo en conjunto. Después él se fue a la Central de la Carnes, donde no pudo trabajar, vino a disculparse, porque era muy helado. Le dije ‘tienes que buscar tu mejor ángulo. Entra a trabajar a Salfa, como ayudante de enfierrador y tenía un primo que le enseñó a manejar retroexcavadora y en este momento es chofer de la retro. Entonces, ¿le cambió el mundo? Claro que le cambió”, ilustra.
Con los años fue mejorando los talleres, con el apoyo de las empresas, y permitiendo así, una mejor formación de los estudiantes. Solamente la pandemia suspendió toda esta actividad, donde lo que más costó fue dejar el contacto con sus pupilos. “No pude hacer mucho, porque mi trabajo es netamente práctico, de talleres. Una forma de verlos fue salir a repartir alimentos, casa por casa, y se alegraban de vernos a mí y los colegas”, recuerda.
Pero ya en marzo dejará el centro, ya que se acogió al programa de retiro voluntario, por lo que vive sus últimos meses al mando de los talleres. Eso sí, que nadie piense que se dedicará a descansar, pero tampoco que se instalará con un taller en su casa. “Obviamente echaré mucho de menos, pero seguiré viniendo, es parte de mí. En este momento trabaja conmigo uno que fue alumno, es multifacético, porque a los 15 años fue obrero de la construcción, haciendo mezclas, enfierraduras. El camino ha sido encachado, bonito, no me di cuenta que había pasado el tiempo. También me ayudó mucho estar con jóvenes para no sentirme viejo. Sigo jugando, haciendo deporte, todo el día algo nuevo. Me siento tranquilo, me iré conforme con lo que hice. Cumplí”, finaliza Mario Pérez Martínez, que ahora disfruta de su nieto de dos años, andando en moto y jugando fútbol en la liga senior. “Todavía me invitan, que es lo importante, cuando ya no me llamen me voy a preocupar”, concluye riendo.