Santiago de Chile en el recuerdo
En estos días las noticias de una ola de calor y, lamentablemente, aquellas ligadas a los incendios forestales nos han traído a la memoria a ese Santiago de Chile que nos cautivó en años de infancia y juventud allá por los años ‘60 y ’70 del siglo pasado.
Los magallánicos nos hemos asomado a nuestra capital por diversos motivos y en distintas circunstancias, habiéndonos fascinado desde el principio con sus múltiples atracciones. De niños nos encantamos con los letreros animados de neón, como el de Champagne Valdivieso (declarado monumento nacional) aquel donde salen las burbujas de la botella, o el de las medias Monarch, en el que unas piernas femeninas rotan en círculos. De niños también era la desorientación geográfica, todo lo veíamos hacia “el otro lado”, incluso nos daba la sensación de que el río, – el Mapocho en este caso – corría al revés o hacia arriba.
Todo era novedad en los primeros viajes, teníamos al alcance de la vista aquello que sólo conocíamos por foto: el Palacio de la Moneda, el Barrio Cívico, o la Estación Central entre otros patrimonios arquitectónicos. Nos atraían las galerías comerciales y las grandes tiendas: Falabella, Almacenes París, Casa García o Los Gobelinos.
En el ámbito de los entretenimientos conocimos los juegos “Diana” de Alameda, el zoológico, la piscina “MUM”, o los espectáculos que se presentaban en el Teatro Caupolicán. También resultaba una novedad el Cine Santa Lucía, que proyectaba sus películas en Cinerama; recordamos haber visto “Krakatoa al este de Java” y “2001 Odisea del espacio” de Kubrick. De áreas verdes también nos regalaba algo Santiago: la Quinta Normal, el Parque Forestal o el Cousiño (hoy O”Higgins) nos servían para arrancar del calor estival.
El fútbol profesional era un espectáculo que no podíamos perdernos, significaba ver en directo a nuestros ídolos, de cuyas proezas sabíamos a través de los relatos de Darío Verdugo o de la irremplazable revista “Estadio”. Si íbamos en verano disfrutábamos de los campeonatos “octogonales” o “hexagonales” que se jugaban en el Estadio Nacional. Participaban equipos del calibre del Dynamo de Moscú, Santos de Brasil (Pelé incluído), o el Vasas de Hungría junto a los grandes de Chile; Colo Colo, la “U” o el Wanderers.
En materia de comidas u onces el abanico se nos abría generoso con diversos locales: la “Fuente Alemana”, el “Savory 3”, el “Santos”, el “Paula”, el “Dominó” (donde aún se comen los mejores completos de Chile, en el local de calle Agustinas, eso sí) o el “Chez Henry”. Por otra parte, algunos recuerdan con nostalgia los almuerzos populares en el edificio de la Unctad (hoy Gabriela Mistral), en el que por una módica suma se podía disfrutar de un interesante menú mediante el sistema de autoservicio. Y para refrescarse, por supuesto los helados del “Coppelia” en Providencia, sector que en algún tiempo marcó la vanguardia en moda y estilo para un segmento de la juventud chilena.
En la capital muchos vimos por primera vez los trenes, los que sólo conocíamos en versión miniatura en la vitrina de la Casa Mc Clean de calle Roca. Algunos tuvimos la oportunidad de pasar por el Túnel Matucana, inaugurado en 1944 y que conecta por vía subterránea la Estación Central con la Estación Mapocho y la línea hacia el norte del país (la vía férrea sale a la superficie en la antigua Estación Yungay de Calle Matucana).
Otros tuvieron la ocasión de movilizarse en los recordados trolleys y buses de la ETC (Empresa de Transportes Colectivos del Estado), donde se desempeñaba como chofer el gran púgil Godfrey Stevens.
Las anteriores son algunas de las cosas que nos sorprendían en las primeras idas a la Gran Ciudad; de este Santiago queda su encanto perenne que sigue atrapando a todo el que lo visita, extranjero o provinciano. También nos atrapa a nosotros que (entre paréntesis), no somos provincianos…somos magallánicos, y que seguimos viendo que el Mapocho corre “al revés”.