“La ballena”
2022, EE.UU.
Director: Darren Aranofsky
Protagonistas: Brendan Fraser, Hong Chau, Sadie Sink, Samantha Morton, Ty Simpkins
En salas de cine de Punta Arenas y Natales
“La ballena” viene con el gancho del retorno a la pantalla de Brendan Fraser, actor que alguna vez fue rostro de comedias románticas en los ‘90 pero principalmente recordado por la parodia de Tarzán en “George de la selva” y en “La momia”, cinta de matiné llena de acción y efectos especiales en medio de las tormentas del desierto. En la dirección está Darren Aranofsky, un cineasta de películas que se han convertido de culto como “Pi, el orden del caos” o “Requiem por un sueño” y que aborda, con más o menos ideas, historias existenciales mezcladas con algo de psiquiatría.
En la primera escena de “La ballena” la pantalla de un notebook muestra una clase virtual donde sólo se ven rostros de estudiantes y desde un cuadro negro escuchan atentos la voz profunda y plasmada de sabiduría que enseña sobre la redacción de los ensayos. Quien habla es Charlie, un profesor con obesidad mórbida que cierra su cámara justamente para que sus estudiantes no descubran su aspecto ancho y deformado que apenas el recuadro alcanza a cubrir. Vive encerrado en su pequeña casa, apenas se desplaza por sí mismo y debe evitar que se le caigan llaves o tragar sin masticar porque todo significa un riesgo vital. De cierta forma, su personaje es la ampliación del personaje femenino y secundario de la cinta “A quién ama Gilbert Grape” (1993), donde la madre del protagonista era una mujer obesa que vivía acostada y oculta del mundo.
Es una cinta de escasos personajes. Por allí transitan una mujer oriental que lo cuida y protege, un joven que lleva la palabra de salvación divina antes que se destruya el mundo, su hija que lo aborrece porque la abandonó cuando tenía 8 años, su esposa porque lo abandonó por un hombre más joven que ella y la sombra de un vendedor de delivery que sólo informa, cobra y como una sombra se va.
Entremedio está el párrafo de un texto quizás escrito por uno de sus alumnos sobre la novela “Moby Dick” y que Charlie lee y lee hasta el orgasmo porque se siente por algún motivo identificado.
El ambiente es la casa de Charlie, su living, dormitorio, la cocina. Lo más exterior es una mampara, especie de limbo entre el encierro y el aire del mundo quizás contaminado al que Charlie no quiere volver. Esta apuesta claustrofóbica corre el riesgo de convertirse en teatro filmado, un detalle que es anti-cine por más artístico que se pretenda, pero sale airoso porque -aunque las ideas visuales se pueden agotar en el trayecto- la cinta perdura y se sostiene por las actuaciones, y, sobre todo, por Brendan Fraser que, con cierta ironía, su interpretación y figura portentosa llenan a todo momento la pantalla.
Ahora el personaje de Charlie -y Brendan Fraser- tiene toda la película y pantalla a su disposición para convertirse en genio y figura. Quizás desde el punto de vista de esa ballena blanca llamada “Moby Dick” que huye por el océano preguntándose por qué demonios la odian tanto.