Necrológicas

– Viviana Flores Méndez

– Luis Enrique Alvarez Valdés

Ovnis en la Argentina: tres casos espeluznantes documentados y relatados en primera persona

Martes 27 de Junio del 2023

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En los últimos años hubo una gran apertura hacia los UAP (Fenómenos Aéreos no Identificados) de parte de
gobiernos, agencias espaciales y científicos, que se abocaron a estudiar el 10% de los eventos que no encuentran
explicación humana. Infobae reunió a tres argentinos que contaron las experiencias paranormales que protagonizaron.

El 18 de agosto de 1968, en Caleta Olivia, Santa Cruz, su madre, Silvia, y sus vecinos vieron un objeto circular que sobrevoló el patio de su casa durante media hora. Esa nave, cuentan, estalló y se convirtió en cinco objetos voladores más pequeños, que se formaron en “V” y cruzaron la avenida Independencia para perderse en el océano Atlántico.

Ese episodio le cambió la vida a su madre, que se abocó a la investigación del fenómeno Ovni y, por herencia materna, también a ella. Andrea Pérez Simondini hoy preside la Comisión de Estudios de Fenómenos Ovnis de la República Argentina (Cefora), colabora con el Museo Ovni que está en Victoria, Entre Ríos, hace peritaje de campo y es la representante argentina de una coalición internacional de investigación extraterrestre, que se encarga de desclasificar avistamientos que permanecen en las sombras.

Los ufólogos convivieron durante mucho tiempo con el descrédito, con el desdén de los gobiernos y la academia, pero en los últimos años algo cambió. Se produjo una fuerte apertura hacia el fenómeno Ovni de parte de varias potencias mundiales. El puntapié inicial ocurrió en diciembre de 2017, con la salida a la luz del Programa Avanzado de Identificación de Amenazas Aeroespaciales del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, bajo el mando de Luis Elizondo.

El programa nació de la mano de unos videos que muestran un objeto volador denominado “Ovni Tic-Tac”. Ese objeto no sólo desarrolla velocidades hipersónicas por aire, sino que también se logra introducir en el océano. “Ahí reconocen que no es una tecnología recreable por el hombre: el concepto de vuelo tras medio. Estos objetos vuelan en nuestra atmósfera, salen, regresan de ella por lugares no vectorizados y se meten debajo del agua. Esa observación cambió para siempre la historia de estos eventos. Luis Elizondo empezó a viajar por distintas partes del mundo y, de hecho, estuvo acá en Argentina con nosotros buscando restos de materiales caídos del espacio con estas condiciones extraordinarias”, comentó a Infobae Pérez Simondini.

La calificación tan denostada de Ovni (Objeto volador no identificado) cambió a otra denominación con la que el Pentágono, la Nasa y otras agencias espaciales como la francesa, la china y la rusa se sienten más cómodas. Ahora se les llama UAP, que son las siglas en inglés de “Fenómeno Aéreo no Identificado”. “Es una denominación más amigable porque aleja toda la contaminación sobre la hipótesis extraterrestre del término Ovni o Ufo. Nos permitió avanzar mucho en la indagación de lo no explicable”, señaló la investigadora argentina.

A nivel mundial, hay una estadística muy consolidada. Del total de denuncias de avistamientos, el 90% son explicables y se las descarta: en general, lo que vio el observador son movimientos satelitales, cuerpos celestes, fenómenos atmosféricos o vuelos convencionales. El 10% restante, incluso tras sortear los filtros más exhaustivos de la ciencia, siguen sin explicación. Allí se concentra el foco de las investigaciones.

Al margen de los gobiernos, que comenzaron a indagar con seriedad el fenómeno, muchas personalidades encumbradas de la ciencia se involucraron. Por caso, Avi Loeb, que fue titular de la cátedra de Astrofísica de Harvard, encabeza el proyecto Galileo, que nuclea científicos abocados al estudio de ese 10% de eventos anómalos.

La organización identificó, por ejemplo, un evento de origen no humano y con firmas digitales (registros de sensores de alta tecnología), que lo denominaron Oumuamua. El Observatorio de Hawái detectó un evento artificial que entró y salió dos veces del Sistema Solar. A día de hoy, es un debate abierto en la comunidad científica. Hay quienes creen que se trata de una rara explosión de una supernova, de un fenómeno astronómico desconocido, y hay quienes piensan que es desarrollo tecnológico de una civilización de origen no humano.

En la Argentina, hace poco más de una década, se creó en la órbita de la Fuerza Aérea un organismo dedicado a investigar fenómenos aéreos anómalos, que hoy se llama Centro de Identificación Aeroespacial (Ciae). Sin embargo, el Ciae suele ser cuestionado porque sólo toman aquellas denuncias que incluyen imágenes fotográficas o de video, y desestiman los documentos de relatos de pilotos.

Por presión de Cefora, que está integrado por civiles, investigadores y aficionados de la ufología, en los últimos años se desclasificaron documentos que permanecían bajo estricta confidencialidad o que incluso habían sido destruidos. El suceso de mayor revuelo mediático fue el “Caso Bariloche”, que protagonizó Jorge Polanco, piloto retirado de Aerolíneas Argentinas, quien el 31 de julio de 1995 fue perseguido durante 17 minutos por un objeto no identificado que lo obligó a realizar una maniobra de escape de alto riesgo.

Infobae reunió a tres testigos de otros casos resonantes, tres hombres que presenciaron hechos que eluden cualquier explicación racional y que, en su momento, hicieron las denuncias pertinentes, con documentos que los ubican en tiempo y espacio. Ellos relataron en primera persona el evento que aseguran les tocó vivir.

Un vuelo de
instrucción
paranormal

Relato de Héctor Flores, comandante retirado de Gendarmería – 2 de noviembre de 1972.

“La noche del 2 de noviembre de 1972 realizamos un vuelo de instrucción. Yo me desempeñaba como instructor de vuelo en el Escuadrón de Gendarmería. Eramos tres en un avión modelo Cessna 182, un monomotor de ala alta con capacidad para cuatro personas. Iba acompañado de Jorge Torrecilla, que era piloto civil e instructor de tiro, había sido campeón mundial de tiro. El otro tipo se llamaba Alejandro Urs Vogt, era médico y aviador de Gendarmería, era mi alumno.

El vuelo consistía en ir desde San Pedro a Campo de Mayo, un viaje que se hace habitualmente en 10 minutos, pero en el que demoramos casi 40 por lo que nos pasó. Tuvimos la oportunidad de ver unas luces. Entonces le dije a mi alumno: “Ponga la mayor potencia para alcanzarlo”. Y a los pocos minutos me hice cargo del avión porque, ante situaciones de riesgo, el instructor de vuelo, que tiene mayor jerarquía y experiencia, asume la responsabilidad sobre la aeronave.

Llegamos hasta los 2.000 metros a la altura de San Pedro y nos acercamos entre 200 y 300 metros al objeto. Previamente había apagado todas las luces de aterrizaje, de interior y exterior para observar mejor en la oscuridad. Entonces cuando llegamos a 200 metros, prendí todos los faros de aterrizaje y ahí fue cuando el objeto se nos vino encima y nos corrió. Pusimos el avión en espiral de descenso y bajamos hasta los 1.000 metros de altura. Cuando pensamos que ya se había ido, estaba arriba nuestro de vuelta y con una luz que iluminaba el interior del avión como si fuese de día.

Vimos que era una cosa metálica, mucho más grande que el avión. La base del objeto era de color aluminio, metálico, y se veía movimiento adentro. Parecía movimiento de gente dentro de esa cabina. Por encima de esa base de luz blanca había un objeto con forma esférica más de color rojo. Ese objeto se movía a una velocidad superior a la de un avión.

Hice un escarpado y después un tirabuzón: subí el avión, apreté el pedal izquierdo y puse el comando hacia adelante para caer abruptamente, pero así y todo no me pude despegar del objeto. Seguía arriba nuestro. En Campo de Mayo, desde tierra, se veía todo lo que estaba sucediendo. Estaba el comandante en jefe del Ejército, todos observando. Me ordenaban que fuera a Campo de Mayo y yo les decía que el objeto no me lo permitía. Yo me corría hacia un lado. Él se desplazaba hacia otro.

Finalmente logramos aterrizar en Campo de Mayo. Habían apagado las luces de aterrizaje. Pusieron una pista sola con balizamiento. Ni bien llegamos, llamaron de la torre de control para que relatemos los hechos.

Ese día yo llegué a la 1 de la mañana a casa. La mañana siguiente, cerca de las 9, me recibió un comandante mayor. Me dijo: “¿Qué anduvo haciendo usted, haciendo lío? Vaya que lo espera el Comando de Instituto Militares”. Había como 20 oficiales superiores esperándome: generales, médicos, coroneles. Les relaté lo que me había pasado. Estaban todos pendientes de lo que había sucedido y me estudiaron de pies a cabeza. Me observaron para ver si no era un tipo que sufría alucinaciones. Al rato, certificaron que estaba en condiciones psicológicas.

Con el tiempo me olvidé del caso. Me lo revivió en 2019 Andrea Simondini que apareció un día en mi casa. Yo no tenía ni el informe del expediente que había hecho y ella lo pudo conseguir. No le di mayor trascendencia al hecho porque no fue más que una incidencia aeronáutica. Seguí piloteando muchos años y nunca más vi algo similar a ese objeto. Hasta el día de hoy no sé qué era eso. No estoy en capacidad de hacer evaluaciones. Yo solo cuento lo que objetivamente me pasó”.

Abducción en
Bahía Blanca

Relato de Carlos Díaz, ex empleado ferroviario – 5 de enero de 1975.

“Tenía 28 años en ese entonces. Era empleado de Ferrocarriles Argentinos y trabajaba en el galpón de máquinas de Ingenieros White, en Bahía Blanca. Pero también laburaba de vez en cuando con mi hermano, que trabajaba en la Base Aeronaval Comandante Espora. Teníamos un servicio de lunch. Hacíamos casamientos, cumpleaños y otros eventos. Era una especie de changa para nosotros, pero ganábamos más con eso que con nuestros sueldos. Esa noche, la del 5 de enero de 1975, hicimos un casamiento en el barrio Napostá, en el club que tiene el mismo nombre: Napostá.

Yo había ido temprano, a las 6 de la tarde, a armar las mesas, y por eso me retiraba más temprano. Me fui a las 3 de la mañana caminando solo hasta tomar el micro que me llevaba a Ingeniero White, donde yo vivía.

Antes de subir al micro, pasé por el diario La Nueva Provincia. Me compré el diario que recién había salido para llegar a casa, tomar unos mate y leerlo. Seguí camino a la parada que estaba a media cuadra, en la avenida Colón y Estomba. Ahí tomé el micro que me llevaba a Ingeniero. Tomé el que salía a las 3 y media de la mañana y me bajé enfrente del galpón de máquinas a las 3,50, sería más o menos. Crucé y me encontré con dos amigos que salían de trabajar del galpón, uno de apellido Entraiga y el otro de apellido Miguel. Ibamos conversando, charlando, “¿a qué hora va el partido?”, ese tipo de conversaciones.

De pronto vimos una luz blanca, pero la dejamos pasar. Pensábamos que era un avión o algo parecido. Esa luz de repente se acercó. Yo iba en el medio de los dos y me chupó a mí solo. A los otros dos no.

A ellos no les dio tiempo a nada. A mí tampoco. Se volvieron locos. Lo primero que hicieron fue ir hasta mi casa y le golpearon la ventana a mi señora. Le decían: “Mirta, Mirta, Mirta, a Carlitos lo llevó un plato volador”. “Déjense de joder, que el nene está durmiendo”, les decía mi señora. En ese momento mi hijo tenía seis meses.

A mí este plato volador me abdujo, me chupó e ingresé por un cuadrado que, después con el tiempo, me enseñaron a decir que se llama escotilla. Entré a una esfera donde quedé de rodillas, porque no me podía parar. Era todo redondo. Y adentro había tres seres que eran de color verde y le faltaban las manos, no tenían ojos, ni orejas, ni nariz, le faltaban los pies. Las piernas les llegaban hasta los tobillos. Ellos no se apoyaban ni caminaban. Levitaban.

Ahí me agarró una desesperación terrible, unas ganas de llorar, de gritar. Me oriné encima del miedo. Los seres se me acercaban no sé con qué intención. Cada vez que se me arrimaban se me caía el pelo por la energía que salía de ellos. Se les pegaban pelos de mi cabeza, de mi cuerpo. Yo tenía pelo largo en ese momento y me quedé lampiño. Cuando se me acercaban, intentaba alejarlos y eran de un material parecido a la goma espuma. Eran esponjosos.

Al cabo de unos 20 minutos, me dejaron en el patio de una familia. Me soltaron de una manera muy especial porque no me lastimé ni nada. El patio quedaba al frente de la Casa de la Moneda, en Retiro. Desde donde me levantaron hay más de 700 kilómetros, unas 8 horas de auto que hice en cuestión de minutos.

En el patio, hasta que no vino el dueño de la casa, yo no me desperté. El hombre vio que estaba en el suelo y los dos perros estaban al lado mío. Le llamó la atención que los perros no me toreaban ni me hacían nada, como que me estaban cuidando.

Después, con el tiempo, me enteré por unos científicos que era porque yo tenía radiactividad en el cuerpo.

Eran las 4 y 17 minutos y el hombre me dijo: “Te voy a llevar a la comisaría porque vos sabés que las cosas no están muy bien en este momento”. Era el gobierno de Estela Martínez de Perón. Me preguntó quién era yo. Le dije que venía de trabajar de mozo. Tenía la ropa de mozo, tenía el destapador en la mochila, la servilleta. Incluso me había llevado un pedazo de torta del casamiento. Lo más loco es que yo tenía el diario de Bahía Blanca que había salido a las 3,30 de la mañana dentro del bolso. Era imposible por la hora que ese diario se vendiera en Capital. Además tenía el boleto con la hora a la que me tomé el colectivo que después La Unión, la empresa de micros, certificó que era cierto.

Y así fue que el hombre me llevó hasta la comisaría 46 y me dejó ahí. El oficial me preguntó si tenía documentos, le dije que sí. Le mostré quién era. “Yo soy un hombre de trabajo, empleado de ferrocarril”, le dije. Entonces le conté el relato al oficial de guardia, lo que me había sucedido. Después empezaron a venir todos los cargos hasta que llegó el comisario. Cuando vino el comisario, se puso en contacto con Casa de Gobierno y se hizo cargo Gendarmería y el gobierno nacional de mi caso.

Uno de los estudios que le realizaron en el Hospital Ferroviario. Distintos especialistas mencionan un “arrancamiento irregular” de pelo en cuero cabelludo, abdomen y tórax y lo describen como “lúcido” y “bien dispuesto a la entrevista”

Uno de los estudios que le realizaron en el Hospital Ferroviario. Distintos especialistas mencionan un “arrancamiento irregular” de pelo en cuero cabelludo, abdomen y tórax y lo describen como “lúcido” y “bien dispuesto a la entrevista”

Otro estudio realizado, ya en Bahía Blanca, donde le aplicaron electrodos en el cuero cabelludo

Otro estudio realizado, ya en Bahía Blanca, donde le aplicaron electrodos en el cuero cabelludo

A las horas, me internaron en el Hospital Ferroviario. Me prepararon una pieza y todos los días me iban a ver los médicos. Me revisaban a ver qué tenía, qué no tenía, cómo andaba. Nunca me enteré de los resultados de los exámenes ni me interesaba. Lo único que quería era irme a mi casa. Estuve 17 días en el hospital. Me decían que tenía que hacer cuarentena, pasar 40 días aislado por miedo a si había estado en contacto con algún material radioactivo. Hasta que vino un director del hospital y me dijo que estaba todo en orden y que podía retirarme. “Usted psicológicamente está bien, habla bien, se acuerda de todo. De su infancia, de los nombres de todos sus familiares, de su vida”, me dijo.

Después, cuando volví a Bahía Blanca, me habían dicho que no fuera a trabajar, pero yo le pedí al jefe de Ferrocarriles que me dejara. Yo quería seguir con mi vida normal y no me lo permitían. Imaginate que yo no sabía ni qué significaba la ovnilogía antes de este hecho. El tema Ovni era totalmente ajeno a nosotros, algo en lo que ni pensábamos en realidad.

Cuando volví al trabajo, todos mis compañeros estaban al tanto de lo que me había pasado. Lógicamente, había un revuelo de puta madre. Este episodio me cambió la vida por completo. Los vecinos e incluso el periodismo de esa época no respetaban los horarios. Iban y me tocaban la puerta a cualquier hora, a las 2 o 3 de la mañana. Venían de otros países, de Chile, de Venezuela, a intentar hablar conmigo. En menos de 72 horas se había enterado todo el mundo. Yo no quería saber nada con los medios. Estuve quince años viviendo escondido.

Con mi señora nos pusimos de acuerdo sin hacer ningún escándalo. Yo fui para un lado y ella fue para otro. Con el tiempo directamente nos separamos. Yo viví en Mendoza, después me mudé a Neuquén y ahora estoy viviendo en Capilla del Monte, Córdoba. Dejé de lado el rubro ferroviario. Me aboqué a la gastronomía y a la hotelería. Hoy tengo un hostel acá. Sigo trabajando más allá de que estoy jubilado”.

Una luz supersónica a
más de 50 mil pies

Relato de Pablo Ducau, piloto de avión – 23 de noviembre de 2011

“Hace más de 41 años que soy piloto, tanto en líneas aéreas, como en ejecutivas, en vuelos sanitarios. En total, tengo 16 mil horas de vuelo y en todo ese tiempo me han pasado cosas curiosas. La única que denuncié fue la que me ocurrió el 23 de noviembre de 2011. La Fuerza Aérea creó un expediente, pero nunca tuve una respuesta y con el tiempo me enteré que ese documento había sido destruido.

Por entonces yo volaba para una empresa un Learjet 35, que tiene la particularidad de que vuela rápido y alto. Eso significa que vuela a la misma velocidad que una línea aérea, pero más elevado, por arriba de los aviones comerciales. Este avión tiene un techo de 45 mil pies y lo óptimo es volarlo entre los 41 y 43 mil pies por una cuestión de combustible.

Esa noche del 23 de noviembre me llamaron para hacer un vuelo sanitario urgente. En menos de una hora tenía que estar en Aeroparque. Era para ir a buscar un paciente que estaba grave a Ushuaia.

En el tramo de ida éramos cuatro en el avión: yo como capitán, mi copiloto, un médico y un enfermero. Estaba programado que llegaríamos en poco más de tres horas porque este avión puede hacer el trayecto directo de Buenos Aires a Ushuaia.

Despegamos a las 20,30 y fuimos ascendiendo en step, que significa que vas aumentando paulatinamente la altura hasta quemar combustible. La meteorología era buena. El cielo estaba despejado, sin nubosidad. No había nada como para que se prestara a confusiones.

A las dos horas, antes de llegar al lateral de Comodoro Rivadavia, ya estábamos en los 43 mil pies. Justo me puse a observar del lado derecho, el del copiloto, y vi una luminosidad extraña, como si fuera una estrella de color rojo que me llamó la atención. Mi copiloto también vio esa luz y dijimos: “Qué raro”. En ese momento la luz roja empezó a aumentar de tamaño.

Nosotros traíamos un rumbo aproximado de 190 grados para ir a Ushuaia y este objeto venía directo hacia la aeronave, con un rumbo de 230 grados aproximadamente. Es decir, del sudoeste para el noreste. Vi que esa luz se iba agrandando y cambiando de color. De rojo pasó a rosa. Me sorprendió porque normalmente cuando uno está en un espacio aéreo controlado y hay una aeronave circulando escucha que se comunica con la torre de control.

Cuando empecé a ver que la luz esta se iba agrandando, cambiaba de color e iba a una velocidad mucho más rápida que un avión, me comuniqué con el control de Comodoro a ver si tenía una aeronave en el cielo.

El control me dijo que no, que no tenía nada. Entonces le informé: “Tengo un objeto que está 10 niveles más arriba”. Yo estaba con 43 mil pies y este objeto estaría a 53 mil. Es muy difícil que a la altura a la que íbamos nosotros tuviéramos a alguien más arriba.

En todo el ínterin, mientras informaba al control, el objeto cambió de color. Pasó del rosa a un blanco brillante que hacía imposible percibir su figura. La luz te encandilaba y no permitía ver la forma. Por entonces, esa zona no estaba radarizada, aunque no sé si los radares lo hubieran detectado.

Esta luz blanca que encandilaba se fue acercando y llegó a la vertical del avión, diez niveles más arriba. Quedó parado, acompañando la velocidad del avión, nuestra trayectoria, y haciendo una especie de zigzag.

No hay ninguna aeronave en el mundo capaz de hacer esas alturas y de poder disminuir una velocidad elevadísima y pasar casi a cero. Es imposible porque el factor de carga haría que matara a todos sus ocupantes y, a su vez, la aeronave o lo que sea se rompería en mil pedazos. Es como si frenaras un vehículo en la ruta a 200 km/h por chocar contra otro auto. Nada aguantaría esa reducción de velocidad.

Al estar más alto, no fue algo que revistiera peligro. El objeto nos acompañó más o menos unos 20 o 30 segundos y después siguió su trayectoria inicial de tal manera que yo desde el lado izquierdo del comandante, vi que aumentó su velocidad 50 o 100 veces y se alejó como si fuera un rayo de luz. Fue todo muy rápido, como un estallido de luz. Eso fue lo que sucedió.

A los pocos días fui al edificio Cóndor a hacer la denuncia, pero nunca tuve respuesta. Pasaron doce años de ese episodio y le di muchas vueltas al tema. Hubo gente que me dijo que había sido el planeta Venus, pero Venus no tiene cambios de velocidades, de color y diámetro

Si realmente me pongo a analizar, yo no puedo decir qué tipo de objeto era. Pudo haber sido cualquier cosa. Si ese objeto fuera terrestre, por lo menos estaría 100 años adelantado a nivel tecnológico. Hoy no hay ninguna aeronave que exista que pueda hacer ese tipo de maniobras. Y si no, realmente tenemos que pensar que no era un objeto terrestre.

Yo sigo trabajando como piloto, sigo volando constantemente. Mis psicofísicos siempre fueron normales. Lamentablemente es muy difícil para un piloto denunciar este tipo de hechos porque siempre está el descrédito de la gente que piensa que estás hablando estupideces o que estás loco. A muchos pilotos les ocurren episodios anormales, pero en general no los notifican por querer preservar sus trabajos. Los relatos quedan en la cabina e incluso ni los comentan entre colegas para no ser tildados de ‘bichos raros’.

Infobae

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